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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trucos de Waigel

EL MINISTRO alemán de Finanzas, Theo Waigel, está demostrando ser un virtuoso de los trucos al hacer las grandes cuentas europeas. Ahora renueva su advertencia de que Alemania quiere reducir su aportación a las arcas de la Unión Europea. Sus palabras reflejan la sensación permanente de crisis que rodea a la economía alemana, pero también la necesidad de la actual coalición en el poder, formada por democristianos y liberales, de compensar con semejantes ideas los mensajes de austeridad que se ve obligado a lanzar a sus ciudadanos. Los liberales del FDP se oponen a cualquier subida de impuestos. Así las cosas, el canciller Helmut Kohl y su ministro de Finanzas, Waigel, no tienen más remedio que el ahorro para equilibrar el presupuesto federal. Puestos a ahorrar, ¿por qué no mejor en Europa que en Alemania? Al fin y al cabo, los europeos no votan en las elecciones federales.Pero las cosas no son tan fáciles. El actual sistema de aportaciones de cada Estado miembro a las arcas comunitarías es fruto de un delicado consenso alcanzado en 1992. Su ruptura provocaría una grave crisis interna en la Unión Europea. Aún hay más. Las actuales aportaciones tienden a reflejar la riqueza de cada socio. Las cifras indican que algún socio, como Holanda, tiene más motivos de queja que la poderosa Alemania. Pero si no bastaran los argumentos estadísticos, la política también quita la razón a Waigel. El Presupuesto de la Unión no está para repartirlo equitativamente entre los Quince en función de sus aportaciones; es un instrumento creado precisamente para reducir las diferencias de riqueza en su seno. Pueden ser admisibles algunos retoques en el actual sistema, pero sólo para acercar aún más la aportación de cada socio a su riqueza real. En tal caso, el gran perdedor sería el Reino Unido, que, desde que Margaret Thatcher exigiera la devolución de su cheque, es el socio que menos paga en función de su PIB.

Si algo tiene que cambiar, no es el sistema de aportaciones de cada socio, sino los mecanismos de reparto de ese dinero. Y España, con las cifras en la mano, no debería verse perjudicada por un cambio en ese sentido. Waigel dice que España es el país que más se beneficia. Es cierto en cifras absolutas, pero muy falso en términos relativos. España recibe un billón al año. Es una cifra importante, pero con un impacto muy inferior para su economía de lo que supone para Grecia ingresar 680.000 millones o para Portugal (con una economía cuatro veces menor) ingresar 464.800 millones. Por no hablar de lo que supone para Irlanda obtener un saldo neto de 381.000 millones de pesetas.

La estadística está bien para hacer cuentas, pero no basta con ceñirse a los presupuestos comunitarios para hacer un balance de perjuicios y beneficios. Países como España han aceptado abrir sus fronteras comerciales, admiten sin trabas la inversión comunitaria en sectores estratégicos como el agroalimentario o la industria, todo ello en beneficio de los países más avanzados y, por supuesto, de Alemania. Y es en aras del proyecto común. Y ese proyecto incluye las transferencias de riqueza para la superación paulatina de las diferencias de renta. Para la cohesión. Poner en duda este principio sólo fomenta el agravio y las posturas anticomunitarias.

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