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FESTIVAL DE SALZBURGO

Abbado vuelve con éxito a sus raíces schubertianas

El Festival de Salzburgo se ha sumado a los homenajes con que el mundo recuerda a Schubert este año con dos interesantes ciclos protagonizados por Claudio Abbado y Gidon Kremer. El primero se centra específicamente en su música y el segundo la pone en relación con varios destacados compositores del siglo XX.Las raíces schubertianas de Abbado vienen de lejos. En 1986 comenzó a grabar la integral de las sinfonías del compositor austriaco con la Orquesta de Cámara de Europa, tras un proceso de exploración de los manuscritos originales en la Sociedad de los Amigos de la Música de Viena, tratando de lograr la máxima fidelidad a las intenciones del autor.

Ahora, en la bellísima sala grande del Mozarteum, de dimensiones idóneas para una plantilla de 47 músicos (en las dos últimas sinfonías, los próximos 1 y 2 de agosto, los efectivos ascienden a 58), y con la misma orquesta, Abbado ha vuelto a introducirse en este mundo por él tan, amado.

Su lectura pone de manifiesto el lado lírico y cantable, resalta con claridad cada una de las intervenciones de los instrumentos de viento-madera y tiene un especial cuidado en subrayar la modernidad de las armonías y modulaciones. Abbado ha destacado las "increíbles afinidades" de Schubert con el poeta italiano Giacomo Leopardi, no solamente por la coincidencia de época, sino por el espíritu que anima a ambos. Y hay, en efecto, una sensación en sus aproximaciones schubertianas que nos recuerda la música que llevan dentro los versos de Leopardi.

Esto se percibió en las cuatro primeras sinfonías (con una primorosa Tercera) y en varios fragmentos de Rosamunda, en los que participó también el excelente coro Arnold Schönberg de Viena y, en la romanza, la mezzosoprano nórdica Anne Sofle von Otter.

Plenitud de Von Otter

Los programas se complementaban con una selección de lieder con orquesta en los arreglos efectuados por Webern y Reger. A destacar, la elegancia de fraseo de Russell Braun, que sustituía a Thomas Quasthoff, pero sobre todo la exhibición de gran artista que hizo Anne Sofle von Otter en plenitud de forma dramática e interpretativa. Con An den Mond, ya nos puso en la pista de que podía ser su noche. Y así fue. Su cierre, con Erklönig, dejó al público tan ensimismado que tardó unos segundos en sacudirse de la tensión creada y empezar a aplaudir. Los bravos fueron atronadores.Abbado, tan amante de establecer líneas de continuidades -Schubert con Mahler, o con Berg o con Kurtag-, ya había contado con esta cantante como su apoyo vocal para el importante ciclo Mahler de Amsterdam en 1995 y ahora ha vuelto a trabajar con ella en este ciclo Schubert. La magia saltó y nos hizo olvidar una insípida Cuarta de dos días antes, una prueba de que aun los directores más regulares y en sus músicas preferidas, tienen sus días de oro y sus días menos inspirados.

Entre Schubert y Schubert, Seiji Ozawa se reencontró con la Filarmónica de Viena en una brillante, hiperromántica y algo superficial Segunda de Schumann y en unas Noches de verano de Berlioz, en las que la mezzosoprano americana Susan Graham no acertó a sacar la emoción contenida de sus pentagramas.

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