Europa, nacionalizada
La crisis que vive Europa, dice un amigo mío, es la crisis de sus Estados miembros. Efectivamente, en Amsterdam lo que se ha vivido no ha sido tanto una crisis de la Unión Europea, cuanto el efecto sobre la construcción europea de la crisis de algunos de sus Estados miembros, y en particular de dos de ellos: Alemania y Francia. Cada uno ha intentado reflejar sobre la cumbre sus problemas internos, que son distintos, y son estos problemas los que han impedido, avanzar, más allá de confirmar que el proyecto del euro sigue en pie y ratificar el Pacto de Estabilidad. No es poco. Pero era un problema que no existía hace un mes.Pese a que se ha reflejado un esfuerzo de voluntades -Jospin ha aceptado el Pacto de Estabilidad, y Kohl ha accedido a una política de empleo en la UE, decidida en algunas de sus dimensiones por mayoría cualificada-, Amsterdam ha demostrado que el eje franco-alemán no funciona. Hay un problema de falta de entendimiento entre personalidades, y de intereses dispares. La batalla sobre el Pacto de Estabilidad ha pasado. Pero ahora se anuncia la de la interpretación de los criterios de Maastricht, que Jospin quiere que sea tendencial, pues, aparentemente, Francia puede quedarse lejos del objetivo del 3% del PIB en déficit público. No hay que dejar de calibrar que sin Francia no habrá moneda única. Sin Alemania tampoco.
Pero, sobre todo, el eje París-Bonn no funciona porque sus dos polos no funcionan. El nuevo Gobierno francés no tiene claro qué hacer, y ya se perciben divisiones en su seno en cuanto al euro. Alemania tiene graves problemas estructurales para cuya solución Europa no le resulta de gran utilidad. Cuando este eje no funciona, Europa se para.
Algo se ha perdido en Amsterdam: la estatura europea de Kohl, ahora prisionero de la política interna alemana, lo que le ha hecho jugar a la baja en casi todo. Pero esto significa que, en estos momentos, para llevar a buen puerto el proyecto crucial del euro, Europa se ha quedado sin timonel. ¿Bastará la deriva? Probablemente no. Pues a lo que hemos asistido en Amsterdam es a una agudización de la nacionalización de la visión de Europa cuando, o justamente porque, estamos a las puertas del euro. El resultado ha sido una confrontación de las variopintas listas de la compra con que cada delegación llegó y salió de Amsterdarn, más que del interés general europeo. A diferencia de las anteriores dos grandes reformas del Tratado de Roma, el Acta Única de 1986 -con el objetivo de crear por mayoría cualificada el mercado único- o el Tratado de Maastricht de 1992 -para crear la moneda única como tarde en 1999-, el Tratado de Arasterdam carece de hilo conductor. Está hecho de retales, aunque algunos pueden, a la larga, revelarse importantes. De momento, la crisis interna de algunos estados europeos -derivada de la crisis de unas democracias en que, como estima Joseph Weiler, los ciudadanos son tratados más como consumidores, incluso en el tema del empleo, que como actores políticos- está arrastrando a la baja a las instituciones europeas, especialmente el Consejo de Ministros y la Comisión. Lo cual, a su vez, impide que surjan de ellas ni grandes ideas ni grandes políticas.
En las próximas semanas, la Comisión Europea ha de presentar sus dictámenes sobre los países candidatos a la adhesión a la UE, y sus propuestas para la reforma de la política agrícola común y de las ayudas regionales. Ante ellas, es previsible que la visión nacional de la construcción europea se refuerce. Lo cual es comprensible -aunque no lo mejor- cuando las decisiones europeas nos afectan cada vez más, y la política europea, más que una forma de política internacional, es otra categoría tan importante como la nacional.
La desazón que hay en Europa no se deja sentir sólo en la UE, sino también en la OTAN. De nuevo, aquí, la posición francesa resulta incómoda para el resto, y sobre todo para Estados Unidos, ya sea en materia de europeización de la cadena de mandos o de ampliación. Pero también España y Portugal andan a la grena por un lado y Grecia y Turquía -mucho más- por otro. Europa y los europeos necesitan volver a encontrar un hilo conductor, que no puede ser sólo el euro. Pero en el que el euro tiene que ser fibra fundamental.
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