Mi 'Ombudsman'
Decíamos ayer que la crítica no mata pero puede engordar las varias carnes del cuerpo de las artes. Una reseña henchida de elogios hace ganar peso espiritual al autor elogiado, engordando de paso -engorde material- las arcas del que le publica. Por no hablar del grosor que una fama de implacable da al currículo del crítico en cuestión. Ahora bien, ¿se le proporciona las vitaminas adecuadas a la hinchada, quiero decir al destinatario, natural de las labores críticas, el público? Aunque Eliot dividió a los críticos en cuatro apartados, yo, la verdad, veo más desde mi ángulo. Sin salir de lo alimentario está en un extremo el matarife, en el otro el cebón y abunda en España, tal vez por esa rémora de la mala alimentación de posguerra, la persona del crítico inapetente, aquel al que las obras que ha de juzgar le producen siempre desgana: ni carne ni pescado. Pero no nos perdamos en las categorías. Parece propio de España que el artista haga arte y el crítico critique, sin feedback y mucho menos réplica, que se juzga de mal gusto, rencorosa, orgullosa. Lo que es en otros países, la cosa cambia. Ahí están, hablando del campo literario, las secciones fijas de respuesta al crítico con las que publicaciones de un nivel por encima de toda sospecha, como el New York Review of Books o el Times Literary Supplement extienden y enriquecen el caudal de las opiniones, abriendo a menudo vías a la polémica más rigurosa.En la tipología de Eliot destaca el Super-Reseñador, un género que el poeta asociaba a los profesionales ligados a un periódico desde el que puntualmente siguen y juzgan la actualidad del libro. Al utilizar el prefijo super, podría parecer que Eliot daba a ese voraz vigilante de la novedad una condición inhumana o sobrenatural: alguien que está más allá de las bajas concupiscencias del artista. Si así fuera, no haría falta el breviario, los siete mandamientos capitales que yo había pensado estos días como antídoto para prevenir la crítica mala, que no es lo mismo que la mala crítica.
1º El crítico es un compuesto de cultura, autoridad e independencia. 2º El crítico no sólo ha de saber; ha de entender. 3º Puesto que escribe críticas, el crítico ha de poder también escribir. 4º El crítico ideal no tiene cuerpo, evitando -así dejarse llevar por su corazoncito. 5º El crítico no ha de pontificar. 6º Pero tampoco ser acólito de ningún artista. 7º El mejor crítico es el crítico soltero, aquel que no se casa con nadie.
Desgraciadamente, el estado de los Super-Reseñadores nacionales es hoy por hoy humano, demasiado humano, y dado que -en mi opinión, susceptible naturalmente de crítica, y hasta de escarnio- pocos de ellos cumplen los mandamientos, se me ocurre proponer a quien corresponda la creación del Defensor del Autor. Esta figura quizá evitaría las riñas, que alguna vez, rara vez, se han visto en nuestras letras entre críticos y escritores, y a ella se podría acudir con quejas como el lector de este periódico acude a su Defensor. El reino del juicio estético está aún, por mucho esfuerzo de generalidad que hiciesen Kant y Hegel, en la bruma del gusto particular, y poco podría hacer en esa instancia nuestro Ombudsman. Pero hay una esfera en la que sí es posible responder demostrativamente al crítico. Cuando en una reseña -cito mi caso, y no se vea en ello vanidad última sino primera mano- se sustituye la argumentación del juicio por la revelación de datos narrativos que pertenecen al secreto de la composición (algo más grave que contar el final), está claro que hay motivos para un tirón de orejas del Ombudsman. Y cuando el crítico, olvidando el abecé de su oficio, se transforma en corrector de exámenes y te suspende por una supuesta mala concordancia ("gorras de plato masculino") o un error geográfico que no es tal, por ignorar ese crítico que hay efectos cómicos que deliberadamente violentan la gramática y elipsis para acelerar el paso del tiempo, entonces, ah, entonces no hay más remedio que defenderse. Bien está que al artista se le exija estar en permanente forma respecto a su arte. Pero a condición de que el crítico no padezca la anorexia intelectual que convierte a nuestros Super-Reseñadores en legión de esqueletos, alguno con principio de momificación.
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