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Indagación del enigma de Clint Eastwood

Richard Schickel publica en EE UU y Francia una biografía del cineasta en la que propone accesos inéditos a su compleja evolución artística

A medida que Clint Eastwood (que alcanza los 67 años) envejece y su celebridad deja el territorio del glamour y el estrellato y se instala en estancias más oscuras pero con suelo más firme de la creación de cine, lo que llamaron (como añagaza de una venta de imagen) su misterio cuando Hollywood lo rescató hace tres décadas del cine europeo, ha adquirido cuerpo de enigma.Tras 43 años de carrera y 50 filmes interpretados, de los que ha dirigido 20, la obra de Eastwood está más allá del silencioso fetiche conocido como El Hombre sin Nombre, pistolero cazaforajidos procedente de ninguna parte, embutido en un poncho y a medio afeitar, que acompaña su andar pausado con espuelas sonoras, muerde una toba apagada de farias con la comisura izquierda y desafía al sol con una mirada azul fruncida e impávida, de la que escapa una identidad exacta pero sin calidades, casi abstracta.

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Eastwood elaboró su personaje en tres años, de 1964 a 1966, en los descampados de Almería donde Sergio Leone rodó Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo. Y en 1971 -¿por qué una estrella al borde de la cumbre decide asumir, ante el estupor de Hollywood, la dirección de sus películas?- abrió un tortuoso proceso de afinamiento de este personaje, que desembocó, y sigue abierto, en una de las creaciones más complejas y enigmáticas del cine moderno. Es la exploración de esa compejidad y la indagación de ese enigma lo que Richard Schickel, crítico de cine del semanario neoyorquino Time y amigo del cineasta, afronta en su Clint Eastwood, densa biografía de 600 páginas editada a finales de 1996 en Nueva York y hace unas semanas en París.

Los intentos de descifrar lo que Eastwood tiene de indescifrable son incontables, pero lo que hay en ellos de esfuerzo de esclarecimiento acaba contribuyendo a hacer más impenetrable el fondo incapturable de un artista con claves de creación que se resisten a medirse por raseros comunes y piden recurso a la excepcionalidad. Su vida de estrella es accidentada, pero no atípica. Es pintoresca, pero también común su tendencia a resolver con métodos duros sus conflictos materiales y sentimentales. Y de todo eso, desde su asalto a punta de voto de la alcaldía de Carmel by the Sea en 1986 a su encarnizado litigio con su ex mujer Sondra Locke, da cuenta Schickel en su relato del polvorín íntimo de Eastwood, pasto de la literatura del secreto a voces.

Pero Schickel traza accesos de otro tipo hacia 10 que esconde un hombre que proclama, porque necesita, su condición colérica, pero que funde su ira en humildad no fingida e ' inclinación hacia las relaciones apacibles. Periodista y cineasta iniciaron hace más de una década una estrecha amistad que surgió precisamente de una llamada desafiante del cineasta al crítico, que acababa de abrir en canal de manera inmisericorde aspectos oscuros (era la época de las secuelas de Harry el Sucio) de un personaje lleno de contradicciones, sin percatarse de que hurgaba en una herida íntima que desconocía.

Fue entonces cuando Schickel descubrió sorprendido, y ahora despliega en 600 páginas las consecuencias de ese descubrimiento, que el personaje construido por Eastwood no es el mascarón de proa de una estrella en su tarea de moldear una personalidad adherida sobre lo que encubre, sino que su violento y contradictorio personaje procede directamente de la vulnerabilidad extrema de la persona y es una prolongación curva, metafórica del muchacho tambaleante y zurrado que se sublevó con ironía tautológica a Norman Mailer cuando éste le preguntó: "Me han contado que usted se define como un don nadie y un vagabundo. ¿Es cierto?". Respondió Eastwood: "Yo no he dicho nunca eso". Y Mailer: "¿Entonces, cómo se define usted?". Eastwood clavó en él su mirada aniñada: "Como un don nadie y un vagabundo".

Y surge, para Schickel, el vuelco: en la abstracción del Hombre sin Nombre y más aún en su desarrollo posterior, sobre todo desde el todavía abstracto Jinete pálido al porquero-pistolero William Munny de Sin perdón, están trazados los rasgos de la concreción llamada Clint Eastwood, don nadie nacido en San Francisco el 31 de mayo de 1930, vagabundo hijo de un padre a la deriva, a su vez hijo de la Gran Depresión, y embarcado desde la adolescencia en un itinerario de artista errante en busca de las dos raícese de lo que él considera identidad de su pueblo, el western y el jazz, que son para Eastwood más que un espectáculo y una música: dos formas de vida y dos engranajes del lenguaje de lo inexpresable que le permiten expresarse como artista.

Este personaje-persona compuso su enigma llevando a sus últimas consecuencias la lógica del western, en la que se embarcó desde que trabajó con uno de los creadores del género, William Wellman, cuya Incidente en Ox Bow es su película de cabecera. Pero antes, desde que con 19 años oyó tocar su saxo a Charlie Parker, había renunciado a ser "el negro sublevado que llevo dentro" y dejó a otros el cultivo de la otra raíz de su identidad como artista.

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