Los perros de la crítica
"Creo que a los perros asesinos hay que ponerles un bozal, no vaya a ser que maten de nuevo". Así respondía la semana pasada el pintor anglo-americano R.B. Kitaj a la pregunta del diario The Independent sobre el riesgo de que su ataque fenomenal a la crítica inglesa de arte pudiera amordazar la libertad expresiva. El caso Kitaj se ha convertido en pocos días en el acontecimiento de la temporada: tras el largo debate en letra impresa, una muchedumbre se agolpaba el sábado día 31 en la Royal Academy ante el cuadro que el pintor ha colgado en la Exposición de Verano aquel mismo día abierta al público. Un cuadro poderoso y de color violento, violento de expresión, expresionista en hálito aunque pop en su superficie pictórica, como corresponde a la venganza que el artista, sin duda uno de los más grandes de esta mitad final del siglo XX, se ha propuesto llevar a cabo con su pincel.La historia de esta "tragedia vengantiva" se remonta a 1994, cuando seis semanas después de la apertura en la Tate Gallery de una amplísima y a mi juicio extraordinaria retrospectiva de su obra que la crítica trató mal, murió de un aneurisma la esposa del pintor, Sandra Fisher, a los 47 años de edad. Kitaj tuvo e[ convencimiento -y sigue alimentándolo con el rencor del enamórado desposeído- de que el encono predominante en los críticos causó la muerte de Sandra, y desde entonces -siguiendo, lo confiesa, la, tradición del género de la revenge tragedy que empieza con los griegos, sigue en Srtakespeare y hoy podría encarnar Clint ,Eastwood- ha empleado sus armas, la pintura, la escritura (es uno de los pocos plásticos con formacion literaria y filosófica, patente en sus cuadros), para perseguirlos, y en especial al que juzga causante más directo del asesinato, precisamente el crítico de The Independent Andrew Graham-Dixon. La venganza la va a proseguir a partir de ahora desde Los Ángeles,ya que Kitaj, asqueado también del temperamento antisemita y xenófobo del stablishment artístico británico, que no le habría perdonado, piensa, su doble condición de judío y norteamericano de nacimiento, abandona el Reino Unido. La despedida envenenada del país en que ha vivido y trabajado 35 años es ese cuadro que titula a secas Sandra tres y una sala, espléndida sala, que la Royal Acaderny le ha permitido seleccionar y donde le acompañan sus pintores amigos, Freud, Kossoff, Auerbach, más los grandes del pop británico que él tan básicamente contribuyó a moldear, Hamilton, Hockney, Peter Blake.
El espíritu corporativo de la crítica, que no es menor que el de los artistas, ha saltado en defensa propia, y lo más suave son las palabras de Waldemar Januszczak, titular del Sunday Times: "SI Kitaj no sabe aceptar las críticas, tendría que vivir en Italia, donde puede pagar para que los críticos le escriban cosas bonitas". Pero claro, las palabras, y más si son flores del mal de la prensa del día, se las lleva el viento, y ahí está, al contrario, el cuadro de Kitaj turbando, perturbando, acusando, con sus citas a Erasmo, Nietzeche y, Gogol, con el reducido pelotón de los crítico s-verdug-os (la obra remeda, vía el Manet de La ejecución de Maximiliano, Losfusilamientos de La Moncloa de Goya), con la terrible lengua del odio que escupe desde el centro del lienzo la frase de la que el pintor se siente víctima, "matar al hereje"
La paranoia persecutoria del artista es tan antigua como la historia del arte, pero no seamos sordos al sufrimiento que los ladinos de la crítica causaron a los grandes crea dores, ni ciegos a Ias zalamerias del rabo con que otros profesionales siguen saludando a falsos valores. ¿Matar literalmente? ¿Vengarse hasta la tumba? Aprovechando las vanidades de estos días de ferias del libro, yo daré, si me siguen ustedes el martes próximo, mi modesto antídoto contra la rabia -pura y simple mordida, según algunos- de la crítica.
Kitaj cree que el encono de los críticos causo la muerte de su mujer
El pintor juzga causante más directo del asesinato al crítico de The Independent'
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