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FERIA DE SAN ISIDRO

Maestro lidiador

Luis Francisco Esplá le cuajó al cuarto toro una faena de maestro. Una faena de maestro lidiador en la que primero descubrió las posibilidades del toro, luego lució su casta, construyó una faena armónica con sus condiciones, empleó las suertes adecuadas. Y, finalmente, quiso darle muerte bella haciendo honor a su nobleza, conjugándola con el valor y la destreza de los buenos estoqueadores.La culminación de la faena de Luis Francisco Esplá tuvo grandeza; la muerte del toro, que se resistía a caer aferrándose con las pezuñas a la arena y expiró prácticamente de pie, también.

Nada es perfecto, sin embargo, y hubo otros factores que restaban razones a la petición de la segunda oreja y a la vuelta al ruedo del toro que pedía el público con clamor. La faena de muleta, magistral en su construcción, careció del arte y la ligazón que merecía la nobleza del toro; la suerte de recibir la ejecutó Esplá desde excesiva distancia; la estocada quedó muy baja. El toro no tomó con bravura las varas -incluso en una de ellas se fue suelto- y, herido prácticamente en el centro del redondel, rindió su ardor combativo marchándose a morir en el refugio de las tablas, donde dobló.

Olea / Esplá, Mendes, Higares

Toros de María Olea (3º devuelto por inválido), desiguales de presencia pero con trapío, flojos, encastados. Sobrero de Conde de la Maza, con genio. Luis Francisco Esplá: pinchazo hondo, rueda de peones y cinco descabellos (silencio); estocada baja recibiendo -aviso- y dobla el toro (oreja). Víctor Mendes: media contraria (silencio); pinchazo hondo atravesado y dos descabellos (vuelta). Oscar Higares: tres pinchazos -aviso- y estocada delantera (algunos pitos); estocada perdiendo la muleta y descabello (palmas). Plaza de Las Ventas, 31 de mayo. 25ª corrida de abono. Lleno.

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Abroncaron al presidente por no conceder la segunda oreja al torero ni la vuelta al ruedo al toro, y justo es reconocer que estuvo en su sitio. Quizá igual que al público, al presidente le habían estremecido los enjundiosos pasajes de la lidia del toro encastado, pero su función es arbitral, y no debe dejarse llevar por las emociones.

Toda la corrida de María Olea poseyó gran interés. Desigual en cuanto a estampa, presentó un trapío irreprochable y, aunque floja, se iba arriba en los tercios de banderillas, conservaba en los de muerte unas embestidas encastadas.

Esplá hizo una faena superficial y deshilvanada al primero, con mucho "je" y bastantes golpes de zapatilla, con lo cual ni produjo toreo ni permitió al toro desarrollar cabalmente la codiciosa acometividad propia de su casta.

Algo así cabría decir de Víctor Mendes en el segundo de la tarde, y, en cambio, se desquitó ampliamente en el quinto ligándole tres tandas de derechazos estupendos, en los que imprimió templanza y largura a los muletazos. Se echó la muleta a la izquierda, mas ya no era hora; había transcurrido mucho tiempo y el toro le pedía la muerte. Víctor Mendes, que se despedía' del público de Madrid, dio la vuelta al ruedo correspondiendo a una ovación intensa que premiaba su toreo y llevaba implícito el reconocimiento a la seriedad que siempre demostró en su larga vida profesional.

Peor suerte con su lote tuvo óscar Higares. El sobrero, de casta agresiva, resultó incómodo y no logró sacarle partido aunque lo intentaba con mucha voluntad por ambos pitones. Apenas ejecutados los primeros ayudados, ya lo estaba citando con la izquierda -la mano de la verdad- y volvió a probarlo en las postrimerías de la faena. El sexto, inválido de los -que se desploman, de vino en marmolillo y si bien le porfió pases insistentemente, lucirse con él parecía imposible.

Banderillearon Esplá y Mendes -en sus primeros toros cediéndose los palos- y lo hicieron regular. Mejores tercios se les han visto a ambos;" decepcionó un poco que prendieran casi todos los pares reuniendo a cabeza pasada, que es una curiosa manera de no reunir. Lo cual no impidió que recibieran grandes ovaciones. *

El público actual es muy aplaudidor, ya se sabe. No obstante, cuando los dos espadas se pusieron a torear puro, cuando Víctor Mendes corría la mano como mandan los cánones y cuando Luis Francisco Esplá desplegaba la maestría propia de su veterana plenitud, los aplausos ya no eran ni rutinarios ni triunfalistas. La grandeza del toreo -un toro de casta y un diestro pletórico de torería frente a frente- provocaba gran conmoción. Porque así es la fiesta verdadera.

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