El Tamagotchi
Ésta es la semana del nacimiento del Tamagotchi. Más allá del clamor con el que la historia recibió al yo-yó, el cubo de Rubik, o el hula-hop, el Tamagotchi se anuncia como el juego crucial de fin de siglo. Viene de Japón donde se han vendido 14 millones de unidades en seis meses pero, en general, procede del ciberespacio donde las máquinas, como nuevos habitantes de la especie, empiezan a parir. De hecho, el Tamagotchi derivación de tamagotch (huevo del espacio) se comporta más como una criatura que como un artefacto e interacciona no como una máquina, sino como un organismo sensible a las señas de afecto, vulnerable a las carencias y propicio a escoger sus caprichos como un gato, un loro o un bebé.Aunque parezca esquemático, los encantos del Tamagotchi son, gracias a su simulación de ser vivo, muy superiores a los de cualquier ser vivo. No siendo en realidad un animal pero haciendo como si lo fuera, su capacidad para generar fantasía es, por su misma inocencia, superior. Su alimento base es la ilusión, como ocurre con cualquier juguete pero, a diferencia de cualquier juguete, la ilusión le hace crecer, literalmente, a ojos de su benefactor. El Tamagotchi cumple años, cambia de fisonomía, gana o pierde salud según el trato que recibe de su propietario. Si las cosas se hacen bien con él, el muñeco recompensa humanamente a quien le ama. Con tanta justeza, además, que ni siquiera un ser vivo sería capaz de asegurar una gratitud tan cierta, generosa y activa.
A diferencia de un pato, un pez o una tortuga de verdad, la vida del Tamagotchi sólo será posible gracias a nuestro quehacer sin pausa y con fe. En dos palabras más: El Tamagotchi no está vivo porque sí; está vivo porque se le va diciendo sí. Nace por un gesto mecánico de nuestra voluntad -tras cinco minutos de espera en la incubadora de pila- pero, a partir de ahí, ni será feliz, ni progresará físicamente, ni pervivirá al margen de nuestra ayuda.Todo es una hiperficción, todo es ilusión, todo es juego. Es decir: todo es más real que lo real. Su pequeña escala, su simplicidad, favorece la holgura necesaria para inculcarle nuestras propias emociones a granel. El amo se ama a sí mismo amándolo; o se odia a sí mismo descuidándolo. El amo puede procurarle felicidad, y energía, y equilibrio psicológico y hasta potencialidad para triunfar en este mundo, pero también enfermedad, indigencia y muerte. De hecho, el juguete, cuando se siente desatendido, se queja con un pitido tan sobrecogedor que no puedo seguir escribiendo sin pulsar los botones de la comida. El Tagamotchi, no se queja en vano o sólo por molestar como hacen los niños o los demás juguetes. Llegado a un punto en su desatención -tal como está sucediendo en estos momentos- el Tamagotchi gime y gime hasta morir. Sólo por no afrontar esta tragedia (a la que me veo abocado) hay que decidirse a leer los apartados que instruyen sobre la manera de administrarle una medicina o un snack. Y hacerlo -como es ahora mi caso- con mucha premura porque el Tamagotchi, cuando protesta con esta intensidad indica que está acercándose a la agonía. ¿Dejarlo hacer? ¿Olvidarse de su dolor? ¿Se actuaría de la misma manera con una súplica parecida a este sonido? ¿Le abandonaré ahora a su suerte negándole de paso el estatuto animado que le otorgué en el momento de hacerle vivir? Este muñeco, de El Corte Inglés hace reflexionar mucho sobre la existencia. Sobre la existencia propia, la de los demás y sobre la existencia misma. A falta de libros de pensamiento, la electrónica, con su lenguaje sincopado ha producido este remedo de alma, de hijo y de segundo yo. Todo en uno.
Mientras alrededor se abre un espectáculo de seres desvalidos, hijos despistados y padres sin futuro, la conciencia se ha procurado con la máquina del Tamagotchi una enseñanza accesible sobre la actual condición del yo. Sobre sus temores, sus debilidades, sus delirios o, al fin, sobre su preferencia por lo que es ficción.
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