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Emilio Lamo de Espinosa

He intentado escribir esta columna en varias ocasiones, sin éxito. Cada vez que creía tener las ideas claras, nuevos acontecimientos venían a rebatir mi análisis. Voces cada vez más duras resonaban, primero con acusaciones gravísimas (estafadores, ladrones, asesinos, prevaricadores) y amenazas terribles (te llevaré a la cárcel, acabaré contigo). Luego, sonrisas irónicas pretendían quitarle importancia a lo dicho: "Es sólo juego político; carece de importancia; es pura semántica".Es cierto que mientras los españoles disfrutan de un ganado bienestar, el ambiente de los círculos políticos y de opinión se hace irrespirable. Por supuesto, no hay ambiente de enfrentamiento civil ni nada parecido. Pero cuidado. Hace años tuve que leer varios diarios de Madrid de los años que iban desde la dictadura hasta la guerra y puedo asegurar que la violencia retórica que manifestaban no tiene nada que envidiar a la presente. Sólo desde la mayor ingenuidad se puede pensar que ese vendaval de agravios, ambiciones, resentimientos y odio que se ha desatado desde el 24 de diciembre es un simple juego político. Todas las luces rojas están encendidas, estamos sobrepasando los límites de la sensatez y entrando en el terreno en el que el diálogo cívico, la formación de consenso, la búsqueda de acuerdos e incluso la simple conversación se dificulta. La sociedad civil ha comenzado a escindirse, gratuita, estúpidamente, en una espiral de odio y estamos desaprendiendo la democracia y aprendiendo aceleradamente (de excelentes maestros) el arte de odiamos. Podríamos pensar que estamos ante la simple confluencia temporal de dos hechos, los procesamientos que afectan al PSOE más una estrategia racional del Gobierno: intervenir en el mundo de la comunicación en la idea (ingenua como pocas) de que quien controla la televisión controla el granero de votos. Contaría con el calendario, pues Pujol no puede negar su apoyo al presupuesto de Maastricht (el de 1998) y el Gobierno podría prorrogarlo un año más. El PP sabe que puede gobernar hasta la primavera de 1999 y para entonces dispondría de su televisión. Y como CiU sabe que el Gobierno sabe, hasta entonces el PP puede apretar y CiU debe tragar.

Si todo fuera así estaríamos sólo ante una estrategia política legítima de un Gobierno que desea, no sólo mandar más tiempo, sino mandar más. Lo malo es que para conseguir objetivos legítimos está utilizando medios ilegítimos, posiblemente ilegales y en todo caso peligrosos. Pues la responsabilidad del Gobierno es siempre mayor que la de la oposición, por lo que es inaceptable que un vicepresidente acuse de asesinato al jefe de la oposición; es locura que un portavoz del Gobierno amenace con la cárcel y eso merezca el respaldo del presidente, y es pura irresponsabilidad, manifiestamente antidemocrática, pretender efectuar una investigación de la política del Gobierno anterior y del anterior al anterior hasta 1982, pues no es tarea de los gobiernos escribir el pasado, sino construir el futuro.

Para conseguir aquellos legítimos objetivos no hacía falta nada de todo esto, y menos con la economía a todo tren y nuestra entrada en la unión monetaria al alcance de la mano. Y así, mi capacidad de análisis se embota, pues no alcanzo a comprender por qué. ¿No es obvio que se gana más siempre (sobre todo votos) ofreciendo moderación y soluciones antes que agresividad y amenazas? ¿Tendremos que abandonar la ciencia política por la psicología? Podría ahora sumarme a las muchas voces que insultan, alimentando el fuego que puede devoramos. O sumarme a quienes tratan de mirar a otro lado esperando que alguien solucione el problema. Pero no hay solución, sino esperar a que los tribunales hablen, Bruselas ponga orden o Pujol estime que el deterioro exige poner en solfa incluso Maastricht. Pues la gran apuesta del PP es que, si él está mal, el PSOE está peor. La sensación -depresiva, lampedusiana- es que de poco sirvieron las elecciones, pues hemos cambiado un aparato por otro, unos apparatchik por otros, Guerra por Cascos y un líder empecinado por otro líder empecinado. Ese es el gran fracaso: la alternativa a la mala política es, de momento, otra peor.

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