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Tribuna:PIEDRA DE TOQUE
Tribuna
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Siete años, siete días

Mario Vargas Llosa

Desde mi escritorio, al otro extremo de la bahía, diviso con nitidez las dos islas -San Lorenzo y el Frontón- y el espolón de La Punta hendiendo las aguas del Pacífico. Es un día esplendoroso, insólito a mediados de mayo, época en que Lima suele ya estar cubierta por ese velo blanco que hizo llamarla a Melville "ciudad fantasmal". Bajo el sol del mediodía, el mar arde, acribillado por gaviotas que, desde lo alto, se dejan caer como bólidos, con las alas plegadas, en pos de manjares submarinos.En una base naval cerca de aquellas ínsulas blancuzcas, en unos calabozos subterráneos, languidecen en confinamiento total Abimael Guzmán y Víctor Polay, los máximos dirigentes de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), respectivamente, cuyos crímenes y la inseguridad e indignación que provocaron entre los peruanos contribuyeron de modo decisivo al desmoronamiento de la democracia y a proveer de justificaciones al régimen que desde el 5 de abril de 1992 gobierna el Perú.

La captura de la Embajada japonesa por el MRTA hizo creer en el extranjero que el terrorismo renacía. Era, más bien, su canto de cisne. Acéfalos y duramente golpeados por la represión, Sendero, Luminoso y el MRTA, aunque den esporádicas señales de vida (el sangriento atentado de Vitarte el 15 de mayo, por ejemplo), han dejado de gravitar como factor esencial de la vida peruana. En estos siete días que he pasado aquí, ni una sola persona me los menciona; la violencia que está en todas las bocas es la meramente criminal, la que asalta casas, arranca relojes y pulseras a los automovilistas y perpetra los secuestros al paso -todo el mundo tiene alguna anécdota al respecto-, no la política. En este dominio, y, sobre todo, luego del exitoso rescate de los rehenes de la Embajada japonesa, el régimen puede lucir una carta de triunfo.

¿Y los éxitos económicos de que se jacta? En 1990, cuando partí a Europa, el Perú, por culpa del terrorismo y de la política populista de Alan García, parecía desintegrarse. Hiperinflación, caída vertical de los salarios, quiebras en cadena, desaparición del ahorro y toda forma de inversión, cuarentena del país por la comunidad financiera internacional, un enorme sector público ineficiente y corrompido que quemaba los magros recursos del Estado: el panorama era apocalíptico. Todo aquello quedó atrás, y, para mi asombro, la lección parece haber sido aprovechada. En esta semana no he visto el menor indicio de que alguien añore las políticas que empobrecieron al país más que todas las guerras de su historia. El diario La República, punta de lanza de la oposición, denuncia los abusos a los derechos humanos, los continuos legicidios y la corrupcion, pero se guarda mucho de pedir un retorno al estatismo y el intervencionismo.

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También en este campo los cambios son inequívocos. La economía se ha ordenado, y con las privatizaciones, la apertura de las fronteras y la creación de mercados, un segmento minoritario pero amplio se beneficia a ojos vista. Hay una erupción de edificios de apartamentos para las clases altas, y Lima está llena de supermercados, almacenes, galerías, cadenas norteamericanas de fast food (McDonald's, Pizza Hut, Burger King, Kentucky Fried Chicken, etcétera) y de vídeos, cinemas modernos, restaurantes, y con la flamante telefónica los nuevos usuarios obtienen el teléfono en pocos días (yo tuve que esperar nueve años por el mío). Un centenar de cadenas de televisión llegan a las casas de quienes están en condiciones de pagar el cable, y se han construido varios hoteles de gran lujo. En el que estuvo recientemente alojada la modelo Claudia Schiffer, la suite que ocupó cuesta 1.500 dólares al día (me lo relataron con orgullo patriótico). Esos hoteles tienen una clientela numerosa y cosmopolita, pues cada semana llegan más inversores españoles, chilenos, canadienses, americanos, japoneses, coreanos, en busca de proyectos: "el Perú -me asegura un amigo creíble- se ha convertido en un país muy atractivo para el capitalismo internacional". Enhorabuena: yo siempre dije que eso era posible, cuando pocos lo creían y nuestros Gobiernos se empeñaban en que no fuera así.

La modernización ha llegado también, aunque más débilmente, a algunos bolsones del interior. En las pampas de Ica se multiplican las pequeñas y medianas empresas que, empleando el riego por goteo y otras tecnologías de punta, cultivan tomates, espárragos, flores y otros productos para la exportación, y las inversiones mineras, en los Andes centrales y norteños, son cuantiosas.

Todo eso está muy bien, desde luego, pero deducir de esos signos que el Perú entró en un proceso de desarrollo sostenido e imparable, equivalente al de Chile, sería falso. En verdad, la modernización económica afecta todavía a un sector reducido de la población, a una cúspide social, en tanto que los sacrificios que se exige a la mayoría son enormes. La apertura de fronteras elevó los precios a niveles internacionales, los salarios siguen siendo subdesarrollados y centenares de miles de familias sobreviven de mala manera o pasan hambre. Los índices de mortalidad infantil, desnutrición, tuberculosis, analfabetismo, delincuencia, son aún pavorosos. Y prácticamente nada ha cambiado para los más pobres de los pobres -los campesinos de la Sierra-, que siguen siendo la 'nación cercada' de la que habló José María Arguedas. La razón de esta cesura abismal entre el sector social que prospera cada vez más y la mayoría a la que la modernización llega a cuentagotas o no llega no es, como repite la nueva logomaquia ideológica, que con el "neoliberalismo" esas disparidades son inevitables. Por el contrario: la razón es lo escasa o nulamente liberales que fueron muchas de aquellas reformas. Por ejemplo, las que se limitaron a transferir los monopolios estatales a manos privadas y desaprovecharon el proceso de privatizaciones para aumentar masivamente el número de propietarios entre los ciudadanos sin recursos, como se hizo en Inglaterra o se está haciendo ahora en Polonia, la República Checa y otros países de Europa central.

De todos modos, aunque defectuosa e insuficiente, la orientación de las reformas económicas emprendidas por el régimen autoritario de Fujimori es la adecuada y el Gobierno democrático que algún día lo reemplace deberá profundizarla y perfeccionarla, de ningún, modo dar. marcha atrás. Es un progreso notable que el Estado se haya aligerado de las inservibles empresas públicas, que el país se haya insertado en los mercados del mundo y que la responsabilidad de la creación de la riqueza recaiga cada vez más en la sociedad civil y cada vez menos en los burócratas. -No hay otro camino para salir del subdesarrollo.

Estos avances económicos, sin embargo, contrastan de manera ominosa con lo que, ocurre en la vida política. En vez de progresar hacia una sociedad más libre y democrática, el Perú ha retrocedido hacia su pasado más siniestro. Contrariamente a lo que yo suponía, el régimen no guarda casi las formas y, más bien, exhibe con total impudor su naturaleza autoritaria, su prepotencia basada en la fuerza militar. El Congreso da risa: su obsecuencia y ramplonería superan incluso a las que lucía el de la dictadura de Odría. Los desesperados esfuerzos de la pequeña mi-

noría de opositores -cuyo coraje y buenas intenciones no pongo en, duda- sólo sirven para hacerPatética su impotencia, ante una mayoría regimentada que, sin dudas ni murmuraciones -como se enseña en el cuartel-, cumple con su triste obligación de dar un baño de legalismo a todos los desafueros, y a veces hasta los crímenes, del régimen. En estos siete días se aprestaba a defenestrar al Tribunal Constitucional, porque cuatro de sus magistrados habían osado oponerse a la reelección de Fujimori en el año 2000.

Si el Congreso es una farsa, el Poder Judicial es una institución desvalida y maltratada, que ha perdido buena parte de sus atribuciones ante él omnímodo fuero militar, en cuyos tribunales (secretos, intangibles y enmascarados) se imparte la verdadera justicia. No sólo los 'subversivos' son reclamados por la magistratura castrense; también, todo lo que afecte los intereses y los secretos del Estado. Por ejemplo: los asesinos y torturadores del grupo Colina, comando de aniquilamiento del régimen en cuyo prontuario figuran proezas como la matanza de Barrios Altos, el asesinato de estudiantes y profesores de La Cantuta y el recientísimo desmembramiento de una agente del Servicio de Inteligencia Militar y las torturas de otra, en los sótanos de la Comandancia General (ambas habían hablado más de la cuenta). También los narcotraficantes incómodos para el Gobierno pueden ser arrebatados a la justicia civil y entregados al Consejo Supremo de Justicia Militar, como ocurrió con 'Vaticano', cuando el jefe mafioso reveló que durante años había tenido en su nómina de sobornados a altos jefes militares, entre ellos el celebérrimo Vladimiro Montesinos, asesor presidencial, servidor de la CIA y hombre fuerte de la dictadura, que misteriosamente percibió el año pasado más de un millón de dólares de ingresos, según se acaba de revelar.

La preponderancia absoluta (y apenas disimulada) de lo militar sobre lo civil en la vida pública es el escollo principal que deberá salvar el Perú para restablecer algún día la democracia. Este estamento es ahora la espina dorsal del poder y las instituciones civiles un decorado a su servicio, que se renueva y maquilla según la coyuntura. Pero donde se toman las decisiones importantes, donde se manipula y desinforma a la opinión pública, se fraguan las operaciones de desprestigio (y a veces de ruina económica y aun liquidación) del opositor y el disidente es en el Servicio de Inteligencia Militar, los ojos, oídos y el puñal del régimen nacido del golpe que este mismo organismo planeó y ejecutó el 5 de abril de 1992. Purgadas de los oficiales más profesionales y principistas, que han sido separados o apartados de todo mando efectivo, las Fuerzas Armadas, bajo la tutela de Montesinos y el general Bari Hermosa, han pasado a ser, una vez más, como cuando las dictaduras de Velasco o de Odría, el partido gobernante, el árbitro supremo de la vida política nacional, aunque, para aplacar los escrúpulos de una opinión internacional que no acepta ya en los Gobiernos latinoamericanos a los gorilas con quepis y entorchados, mantenga en la Presidencia, por el momento, a un fantoche civil.

Para revertir este estado de cosas no basta que Fujimori baje en las encuestas y que haya cada vez más peruanos que, en voz baja y al oído de personas de mucha confianza (no vaya a ser que el Gobierno les mande a la SUNAT a revisarles las declaraciones de impuestos), confiesen que se sienten avergonzados, y alarmados cara al futuro, pues han comprendido que, por más sólido que parezca ahora, a la larga no hay nada más inestable y caótico para un país que una dictadura. Haría falta una movilización multipartidaria y popular, capaz de resistir las infinitas formas de intimidación y chantaje de la infraestructura autoritaria, que, como lo hizo en Chile contra el régimen de Pinochet, gane para la causa de la democracia a la opinión pública nacional y a la internacional, quitando a una y otra las vendas que les impiden todavía ver la auténtica cara del régimen peruano. Esta movilización está lejos de ocurrir. Por empeñosa e idealista que sea -y en esta semana he visto hasta qué extremo lo es- la oposición democrática, en el Congreso, la prensa libre o los pequeños espacios de vida civil donde puede expresarse, es aún muy débil, y está fragmentada, sin liderazgo, huérfana de una propuesta alternativa que, a la vez que persuada a una mayoría de peruanos de las ventajas de la libertad y la legalidad sobre la fuerza bruta y el engaño, les dé garantías inequívocas de que la imprescindible democratización en modo alguno significará el menor retroceso en lo ya ganado en la modernización de la sociedad y el orden económico.

Mientras ello no ocurra -y en la alegría de estos siete días pasados entre amigos a muchos de los cuales veía después de siete años, la única nota melancólica ha sido advertir que aquello aún no ocurría-, Fujimori, Montesinos, Bari Hermosa y el ejército de uniformados y civiles a su servicio tendrán la vida tan plácida y tranquila como estas blancas y alegres gaviotas, que, a pocos metros de mi escritorio, pescan esta mañana en el Pacífico bajo la nívea luz del mediodía.

Copyright Mario Vargas Llosa, 1997.,

Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1997.

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