Las tropas rebeldes toman Kinshasa sin apenas combatir
Kabila suspende la Constitución y promete en un plazo de tres días un Gobierno de salvación
El símbolo de 32 años de opresión ha caído. Kinshasa, la capital de Zaire, ya está en manos de los rebeldes. Apenas hubo resistencia. El régimen absoluto de Mobutu Sese Seko no sobrevivió ni 10 horas a su marcha precipitada a su feudo de Gbadolite, en el norte, antes de que huyera anoche hacia Marruecos. Desde Lubumbashi, la capital de la región de Katanga, Laurent Kabila, el líder de la rebelión, se proclamó nuevo presidente de Congo, como ha rebautizado a Zaire
El asesinato en la madrugada de ayer, a quemarropa, por la propia guardia presidencial, del general Mahele Bokungu, el popular ministro de Defensa que col venció en la noche anterior al viejo dictador para que abandonara el poder, dejó un halo de angustia y terror en la capital. Se temía una noche de cuchillos largos. Unidades incontroladas de la División Especial Presidencial (DSP) buscaron en balde al primer ministro, el también general Likulia Bolongo, para matarle a tiros por traidor. Ambos habían decidido capitular sin lucha.Mientras, las tropas rebeldes continuaron su rápido avance hacia el aeropuerto. Éste cayó al alba, cuando el sol africano, aún débil, despuntaba en el horizonte. Sólo disparos cruzados símbolo de una resistencia falsa Pronto comenzó la retirada. Todo estaba perdido para el mobutismo. Por la tarde, los rebeldes tomaron el Parlamento, un descomunal edificio construido por los chinos para que el dictador jugara a la democracia orgánica. Después, fue la televisión.
El avance de los rebeldes era imparable, lento y seguro. Controlando cada metro del centro de la ciudad, cada punto estratégico. Sin dejar agujeros sin limpiar. Los habitantes de Kinshasa les aclamaban. Al amanecer de hoy, todos los militares zaireños deberán haber entregado sus armas a los nuevos amos del país.
El Ejército de Mobutu entrega Kinshasa sin luchar
En la Cité, al lado del mercado central, donde miles de mesas ajadas esperaban inútiles la mercancía de cada jornada, unidades de la temida Guardia Civil, un cuerpo de represión interna, se despojaban raudos de sus uniformes verdes. Tocados con camisas sudadas, abiertas, pantalones sucios, prestados o robados con prisa, patrullaban las calles disfrazados de civil. "Estamos aquí para mantener el orden, no para luchar", decía Alí Mas, con los ojos inyectados de marihuana tropical. "En cuanto lleguen los rebeldes, nos rendimos", apuntaba otro con una punta de su gorra militar asomándole estúpida por el bolsillo.Cientos de jóvenes, alertados por las noticias de que las tropas de Kabila ya habían penetrado en la ciudad, y que marchaban victoriosas por el bulevar Patrice Lumumba, el padre político de Kabila, asesinado en los años sesenta por el golpista Mobutu, saltaron a las avenidas tocados con cintas blancas en la frente y ramas de palmera en las manos. Uno de ellos portaba orgulloso un pañuelo pirata con la bandera norteamericana. "Somos los futuros soldados del presidente Kabila", decía Ngamabola Kitiko, un joven de 23 años. "He esperado esto desde hace mucho tiempo-. "¡Liberés!- (¡liberados!), gritaban a coro sus compañeros rodeándole. "¡Zaire ha sido liberado! ¡Mobutu se acabó! ¡Se terminó la dictadura! ¡Llegó la libertad!".
Enfrente, un cordón de descamisados guardias civiles les esperaba arma en ristre. Algunos se pusieron a disparar como posesos al aire con el fusil peligrosamente escorado. Hubo carreras y ramas de palmera pisoteadas. Pero al segundo, los jóvenes se rehacían y volvían a marchar con ritmo de samba. Al final, los policías les dejaron pasar.
Una camioneta desvencijada, con soldados de las Fuerzas Armadas Zaireñas se cruzó en el camino. Dos soldados con gafas de sol hacían el signo de la victoria. El Ejército se desmoronaba. Uno de ellos decía que ni siquiera tenía órdenes. No sabía dónde estaban sus mandos.
"Nosotros estamos por el cambio", decía otro de los guardías civiles, a la puerta de su cuartel general. No muy lejos, dos charcos de sangre se extendían sobre una acera polvorienta. Dos jóvenes con la mirada extraviada yacían muertos. No son las únicas víctimas del día. Junto a la televisión, al menos cuatro soldados perdieron la vida en un tiroteo.
La mañana transcurrió nerviosa, repleta de rumores. Unidades de la Guardia Civil iban y venían, como buscando una puerta para esfumarse. Pero ya no había más puertas. Era el final de la escapada. En el tejado de la Embajada francesa, un grupo de policías franceses escrutaba las calles con prismáticos.
Ante el hotel Memling se detuvo el general Busembo con una cohorte de soldados asustados. Hablaba por su teléfono móvil con gran excitación. Iba ya de paisano. Poco después, en el puerto, cuando trataba de huir hacia Congo fue asesinado por otros soldados que no le perdonaron su cobardía.
Al final de la tarde, una columna de 200 rebeldes ocupó el corazón de Kinshasa, el barrio residencial de Gombe, donde se encuentran los principales hoteles y las embajadas. Un periodista de la agencia France Presse constató que entre ellos había oficiales y soldados ruandeses.
El río Zaire fue la escapatoria apresurada de medio régimen. El siempre chulesco Kongolo, el hijo más bravucón de Mobutu, al que aquí llamaban Sadam Husein, fue de los primeros en cruzar con lancha rápida. El primer ministro, Likulia Bolongo, el que debía asumir el poder que dejó el viernes el dictador, escapó por la mañana junto a su familia. Nada queda del mobutismo. Sólo un país roto. por 32 años de rapiña y desgobierno. Un erial feliz convencido de que el futuro nunca podrá ser peor que el presente. El tiempo dirá.
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