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"El pacto con Rusia acaba con la Europa dividida"

Xavier Vidal-Folch

Javier Solana, secretario general de la Alianza Atlántica, ha tenido el privilegio de ser uno de los protagonistas del laborioso proceso que culminó el pasado miércoles con la firma de un un acuerdo histórico entre la OTAN y Rusia, que, según sus propias palabras "es un proyecto de antiguos adversarios que se convierten en socios". En la primera entrevista que concede tras el acuerdo, Solana pasa revista al desarrollo de las negociaciones con Yeltsin. "Esto es emocionantísimo, único. Dudo de que vuelva a vivir un momento así". Javier Solana (Madrid, 1942), secretario general de la OTAN, antiguo catedrático de Física del estado sólido y militante del PSOE, está feliz, tras cerrar el miércoles un histórico acuerdo entre la Alianza y Rusia. El pacto convierte en socios a los antiguos enemigos y despeja las dudas sobre la ampliación de la OTAN. Así negoció el Acta y así la ve:

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Pregunta. Ha matado a los protagonistas de Graham Greene y John Le Carré.

Respuesta. ¡Hace meses que estaban muertos!

P. Pero no sus fantasmas. ¿Enterró la posguerra fría?

R. El Acta supone el final de la Europa de Yalta, separada en zonas de influencia. Acaba con la Europa dividida. Por eso es uno de los acontecimientos más importantes de la reciente historia europea. La nueva gran Europa garantiza la estabilidad para todos los ciudadanos. Pero las garantiza con un objetivo último: asegurar la prosperidad de todos, porque sin seguridad no hay progreso.

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P. ¿Será profeta en su tierra?

R. Los españoles son gentes generosas y preocupadas por la seguridad de un continente del que son parte sustancial. Han cambiado el rumbo de su historia, muy poco involucrada en las grandes iniciativas europeas. Por eso, también como español me alegra haber desempeñado un papel en este acuerdo.

P. ¿Cuál fue el momento más difícil de la negociación?

R. Antes de que empezaran, el 20 de enero, las seis rondas oficiales, a las que se sumaron otras, discretas. El momento inicial fue el más difícil. Tras la ministerial de Berlín de junio, quedamos con Primakov en reunirnos en septiembre, aprovechando que iba a Viena para un encuentro de la OSCE. Fue una reunión tumultuosa, aunque nos reunimos a solas. Entonces, Rusia estaba todavía muy dura. Exigía que siguiéramos la siguiente secuencia, por este orden: primero, culminar la transformación de la Alianza; después, el acuerdo OTAN-Rusia; y sólo al final, la ampliación. Le hice ver que era imposible predeterminar así las cosas,. que convenía avanzar en los tres asuntos y que confluyeran en un punto, en torno a una cumbre especial. Así salió la idea de la cumbre.

P. Pero él no lo aceptó.

R. Tuve que utilizar nociones matemáticas. Le reconocí que tres líneas paralelas no se encuentran más que en el infinito, en el espacio de la geometría euclidiana. Pero que hay otras geometrías en que las rectas pueden converger. Hice la demostración con una pluma, un bolígrafo y un lápiz: ¡pese a cierto paralelismo, podían confluir en un punto! Fue el único elemento positivo de la reunión, porque le hizo pensar y se quedó con aquella idea en la cabeza. No sólo con la idea, sino hasta con las tres plumas, que quedaron en la Embajada rusa.

P. Y ante la prensa, impugnó su capacidad negociadora.

R. El prefería no sentarse con el secretario general, porque con ello reconocía ante su opinión que estaba hablando con la Alianza. En cambio, si conversaba con los ministros aliados, aunque discutiesen del mismo asunto, no implicaba negociación. Pronto se superó esta situación, cuando la ministerial de diciembre ratificó que la responsabilidad negociadora recaía en el secretario general, mandatándole para ejercerla.

P. ¿Hubo fisuras internas?

R. Ninguna.

P. Pero medios franceses sugerían que la negociación la llevase un directorio de países.

R. Esa idea nunca estuvo formalmente sobre la mesa. No duró mucho. En la OTAN resulta imposible que un grupo restringido asuma la representación de todos. El decantamiento hacia el negociador único resultó muy natural, sin forcejeos.

P. ¿Cuál fue la reunión más importante?

R. La primera, el 20 de enero, porque desbrozó el camino. Fui a Moscú discretamente. Nos encerramos en una dacha a las afueras de la capital, junto a la de Dimitrov. Discutimos largamente delante de la chimenea. Cenamos. Salimos al bosque, paseamos una hora en la nieve. Ahí sentamos las bases de la negociación. Lo decisivo fue que le hice la propuesta de un mecanismo conjunto de asociación, con suficiente detalle como para que se percatase del alcance y consistencia de la propuesta. Hasta entonces era escéptico sobre la seriedad de nuestras intenciones. Se rompió el hielo.

P. Pero la negociación tuvo avances y retrocesos.

R. Y hubo altibajos muy dramáticos.

P. ¿Cuáles?

R. En la discusión de algunos aspectos del Consejo Conjunto, como el derecho de veto. O en los asuntos militares y en la reforma del FACE [Tratado de Fuerzas Convencionales]. La cumbre de la OSCE de Lisboa, en diciembre, acordó iniciar la reforma del FACE. Aprovechamos el lanzamiento de la reforma para garantizar el compromiso futuro de que en ningún caso habría una elevación del tope máximo de armas convencionales en Europa, y especialmente en su región central, la más problemática.

P. Moscú exigió un techo máximo de presencia del 5% de las fuerzas convencionales extranjeras en cada país aliado y un 1,5%, (americanos en Europa) para toda la Alianza. ¿Es así?.

R. Su preocupación era evitar el riesgo de acumulación de un "poder militar amenazante" en la zona mas próxima a sus fronteras. La OTAN no albergaba, ni alberga, ningún deseo de generarlo. Pero tampoco podía permitir que los países adherentes fuesen miembros de segunda clase, con distintas obligaciones y derechos. Superar esa contradicción llevó mucho esfuerzo. Evitamos las cifras y remitimos las concreciones a las negociaciones del FACE. Pero como éste involucra a todos los países de Europa central y del Este, con voz y voto para su revisión, teníamos que ser capaces de llegar a un tipo de compromiso con los rusos que dejase claro que no estábamos tomando decisiones sobre las cabezas de esos otros Estados. Por eso, establecimos sólo algunos principios generales, que defenderemos juntos: el objetivo de la reducción, el respeto a la libre decisión de cada país, la proporcionalidad de los despliegues a las legítimas necesidades de defensa nacional...

P. ¿Y el asunto nuclear?

R. También lo nuclear fue un problema. Lo resolvimos con los tres no [por los que la OTAN dijo no tener necesidad, intención, ni plan de desplegar armas nucleares en sus nuevos territorios]. Pero a veces se olvida que en el perímetro de los países de la Alianza no existen armas nucleares, mientras que todavía hay miles de armas tácticas nucleares en territorio ruso.

P. Parecía un peloteo contra el frontón.

R. Una de las mayores dificultades fue explicar que la Alianza había ya evolucionado mucho. Que nada tenía que ver con la reflexión especular del Pacto de Varsovia. Quienes lo dirigieron tendían a considerar que la Alianza era lo mismo, sólo que del otro lado, cuando sus mecanismos y evolución fueron muy distintos, hasta el punto de que el Pacto de Varsovia ya no existe. Convencerles de que no era así, de que no era una calcomanía inversa, no ha sido tarea fácil.

P. El Acta es políticamente vinculante, como quería la OTAN, pero no Jurídicamente vinculante, como pretendía Moscú.

R. Y además, cuando ya ha bíamos sintonizado en esto, volvieron a la posición anterior. Pero hay que comprender que el asunto era tremendo, psicológicamente, para ellos. Algunos tenían la sensación de que con motivo del acuerdo de la unificación alemana, se tomaron compromisos que no se cumplieron.

P. De no ampliar la OTAN.

R. Sí, sobre la ampliación. Pero yo he hablado con todos los protagonistas que participaron en el acuerdo de la unificación, también con Shevardnadze. Todos me han dicho que nunca hubo ese compromiso. Pero tenían esa sensación, que les creaba desconfianza, y por eso deseaban establecer el carácter jurídicamente vinculante del acuerdo. Al final, decidimos que el Acta se firmaría en una cumbre solemne [el próximo día 27, en París], argumentando que nada hay más vinculante que la firma de los jefes de Estado o de Gobierno.

P. Explique el final.

R. El día 13 acudimos a Moscú. Del aeropuerto fui a una pequeña residencia del Gobierno ruso, sin pasar por el hotel. Nos reunimos a las cinco de la tarde. Interrumpimos para la cena, y reemprendimos la discusión hasta las dos de la madrugada. Luego me retiré con mi equipo a la embajada alemana en Moscú, para perfilar lo relativo a esos aspectos militares, todavía abiertos [aún discutían sobre cifras o no cifras]. Dormimos un par de horas y a las ocho de la mañana reanudamos la sesión. A las once me llamó el presidente Yeltsin. Tuvimos una larga conversación.

P. ¿Cerró el trato con él?

R. Lógicamente no entró en los detalles, pero dio el impulso político, demostró que quería cerrar en esa jornada.

P. Consultó a Washington.

R. Eso fue después, a mi regreso. Para llegar al acuerdo, asumí enteramente toda la responsabilidad del negociador.

P. Moscú presume de veto y Washington y el texto lo niegan.

R. El Acta resalta que perseguiremos el consenso y pretenderemos adoptar posiciones conjuntas y realizar acciones conjuntas. Ese es el pacto. Lo importante es la voluntad de trabajar juntos desde el acuerdo. Pero si no se alcanzase, cada uno es libre de actuar. No hay veto, pero sí mucha influencia mutua. Lo esencial es que se abre una dinámica. El Acta es un marco general de actuación, un proyecto de antiguos adversarios que se convierten en socios. Ahora debemos dotarlo de contenido.

P. ¿Qué ocurre si en una crisis la Alianza necesita desplegar armas nucleares en los nuevos territorios?.

R. Hemos dicho, desde las actuales circunstancias, que no. Yeltsin destaca algo que hemos pactado y que interesa mucho a la opinión rusa: que la Alianza no utilizará, remozadas, las viejas instalaciones nucleares del Pacto de Varsovia. Al mismo tiempo, la Alianza no se lo planteaba como objetivo. Otra cosa pueden ser algunas -pocas- instalaciones, como pistas de aterrizaje. Esto es lo pactado. Pero si el mundo se vuelve loco, espero que no todos tengamos que volvernos locos también.

P. Un diplomático polaco se ha lamentado de que "Rusia ha entrado en la OTAN por la puerta de servicio".

R. Después del acuerdo, yo he hablado con algunos dirigentes de la Europa central y del Este, y le aseguro que dan botes de alegría. Porque se ha disipado su temor de quedar relegados a un estatuto de segunda fila. La virtud del Acta es el equilibrio. Diseña un espacio en el que pueden sentirse cómodos tanto Rusia y la Alianza como los países candidatos: ofrece garantías para los intereses de todos.

P. Pero ya surgen críticas, tanto en Rusia como en EEUU.

R. Es lógico. Una operación importantísima para la paz, pero compleja y audaz siempre suscita al final un pánico escénico. A algunas personas acostumbradas al pasado siempre les entra la angustia. Son los malos conservadores. Comprendo a las viejas generaciones que no pueden superar los fantasmas del pasado y los malentendidos del presente. Pretendemos algo nuevo: extender al máximo una experiencia de colaboración práctica entre las nuevas generaciones, que yo he vivido en, Bosnia, entre los jóvenes rusos y los de la Alianza, por una causa noble, la paz.

P. ¿Hay cláusulas secretas tras el Acta?

R. No. Todo es público. Todo lo acordado está en el documento. No hay cláusulas secretas.

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