Mobutu abandona el poder
El dictador de Zaire inicia el camino al exilio y deja paso libre a las fuerzas rebeldes de Kabila
El régimen dictatorial que durante más de 30 años imperó en Zaire ha terminado. Mobutu Sese Seko Kuku Wa Za Banga (lo que significa: el poderoso guerrero que vencerá e irá de conquista en conquista dejando tras de sí un rastro de fuego) ha sido derrotado. Ayer, su ministro de Información anunció que el dictador abandonaba todas sus funciones de gobierno. Éstas serán asumidas por el primer ministro, general Likulia Bolongo, uno de los responsables del desastre militar. Mobutu pretende aún conservar un título honorífico de jefe de Estado. Un detalle que ahora dependerá de la magnanimidad del jefe de los rebeldes, Laurent Kabila, cuyas avanzadillas están a 20 kilómetros del aeropuerto y a 40 de la capital. Kabila, que el día anterior le había dado un ultimátum hasta el lunes para entregar el poder, regresó ayer a su cuartel general de Lubumbashi, donde inmediatamente se reunió con su consejo de ministros en la sombra. Mobutu abandonó por la mañana Kinshasa en dirección a su palacio de verano de Gbadolite, en el norte del país, que se supone será una escala hacia el exilio, posiblemente en Marruecos o Francia.
Era la cuarta vez en dos semanas que Mobutu abandonaba el país. Otro estrépito de coches y camionetas con soldados asustados recorriendo las calles. Su destino no era el barco Outeniqua ni la cumbre francófona de Libreville, esta vez, el presidente marchaba a Gbadolite, su ciudad-preferida. Ésa que se hizo levantar en medio de la selva, a 1.600 kilómetros al norte de Kinshasa, la misma que posee una lujosa pista de aterrizaje capaz de recibir al Concorde y con un palacio con baños de grifería de oro macizo. Oficialmente, Mobutu sólo viajó para descansar del último ajetreo diplomático. Ésa es la versión de la televisión oficial. Pero son muchos los indicios que apuntan a que Gbadolite es el comienzo del amargo exilio. En Kinshasa no son muchos los que se atreven a gritar su alegría desaforada, aunque ya preparan banderas blancas para recibir a los rebeldes. No se terminan de creer que los 32 años de mobutismo, ese régimen cleptocrático que esquilmó la vasta riqueza de un país que hoy cotiza entre los cuatro más pobres del mundo, ha terminado. Esta vez hay muchos datos que apuntan a que el dictador no volverá a ver las calles de la capital. Los rebeldes de Kabila cruzaron ayer el río Negro y sus avanzadillas están a unos 20 kilómetros del aeropuerto de la capital, Ndjili. Ayer se escucharon disparos en la zona, pero no se pudo confirmar su origen. Mientras el general Nzimpi, jefe de la División Especial Presidencial, abandonó la ciudad, un avión despegó del aeropuerto con sesenta mobutistas a bordo. El hotel Intercontinental alberga desde ayer a numerosas familias del régimen, y aumentó notablemente la presencia de soldados armados. Con las tropas de Kabila a unos 50 kilómetros de la capital, dispuestos a entrar en las próximas horas o días, con acuerdo o sin él, hay poco espacio para el arrepentimiento. Todo comenzó el miércoles, cuando Kabila, en un gesto esperado, boicoteó el segundo encuentro a bordo del barco surafricano Outeniqua. Adujo motivos de seguridad personal y exigió que el navío zarpara de Pointe Noir (Congo) para situarse en aguas internacionales. Era una treta. Kabila no quería reunión, sólo deseaba la rendición del dictador. Todo perdido En la noche del jueves, mientras que Kabila conversaba en Ciudad del Cabo con el presidente surafricano, Nelson Mandela, en Kinshasa, el prestigioso general Mahele, ministro de Defensa y un hombre extremadamente popular, hablaba con Mobutu. Fuentes próximas a este militar indicaron ayer que Mahele le hizo ver que todo estaba perdido. Que sus tropas no estaban en condiciones de defender con éxito la ciudad. Que Kinhasa caería como un castillo de naipes en los próximos días. Mahele dejó claro que no iba a sacrificar a sus soldados por intentar salvar a un solo hombre. No era una opinión aislada. Otros generales insistieron en la misma tesis. Mandela desde Suráfrica y los norteamericanos, a través del enviado especial del presidente Clinton, el embajador ante la ONU, Bill Richardson, le habían repetido lo mismo en las últimas semanas. Sólo quedaba la duda de saber qué pensaba Mobutu, un hombre gravemente enfermo. La obsesión del dictador era salir con dignidad. Por eso se se aferra aún a ese título de jefe de Estado, ya sin contenido alguno, no porque él se lo traspase al general Likulia Bolongo, sino porque su fuerza no alcanza más allá de los arrabales fétidos de la Kinshasa que él ha dejado hundirse en el fango. Casi todo el país (el 80%) está en manos rebeldes. Todo menos la capital y el puerto atlántico de Matadi, dos minucias. Kabila, con su arriegado juego de no ceder, está ahora en condiciones de obtener todo. El Gobierno de transición, esa idea sabia de Mohamed Shanoun, el enviado especial de la ONU para la crisis de la región de los Grandes Lagos, estará encabezado o dominado por Kabila y su Alianza para la Liberación del Congo-Zaire. Eso es lo que el jefe rebelde quería. Es lo lógico teniendo en cuenta el terreno que domina y que está al mando de la única fuerza militar existente. Mobutu, sin los mercenarios de UNITA, que regresaron el miércoles a Angola tras la carnicería de Kenge, no tiene fuerzas capaces de luchar. Ni liquidez para contratar extranjeros que le den la vuelta a su desgracia. Ésta no tiene retorno. La tragedia no es militar, es su propio régimen que además de arruinar el país ha logrado el milagro de unir en su cansancio a 250 etnias diferentes. Ayer ya se oían algunos gritos tímidos de Kabila presidente. Son todavía aislados. Pero la inmensa mayoría ansía la llegada de los rebeldes. Y ahora ésta podrá ser pacífica. El propio general Mahele, respetado incluso por los rebeldes, es el encargado de negociar su entrada en la ciudad. Hay 4.000 mobutistas, beneficia dos de la cleptocracia, que corren peligro. Para ellos no hay sitio. Lo saben. Su destino es cruzar el río Zaire. Pero ayer fue cerrada la frontera de Congo. Nadie sabe qué hará Mobutu ahora. ¿Será Gbadolite su destino final? Es posible que Kabila le respete ese deseo: morir en su país, abrazado a un título honorífico. El jefe rebelde le había garantizado su seguridad y la de su familia biológica si dejaba el poder sin lucha. Pero son muchos los que piensan que Gbadolite es sólo la primera etapa. En Marruecos, en Casablanca, Mobutu posee uno de sus múltiples palacios. El rey Hassan II, que ya le salvó en los años setenta de algún ciclón revolucionario, le ha ofrecido 300 visados. En Francia, su protector hasta el final, tanto que ha perdido todo el peso político en esta zona, también le espera. Allí está la mansión de Niza, donde en noviembre se recuperó de la operación de cáncer de próstata.
Mobutu emprende el camino hacia el exilio
Los habitantes de Kinshasa se preparan con ansia a recibir a las fuerzas de Kabila
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