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La inflación de la democracia

Produce alegría la rápida caída de la inflación en España hasta haber alcanzado una tasa anual del 1,7% en el pasado mes de abril. También satisface la reducción del diferencial entre el rédito de la deuda pública española a 10 años y la de Alemania, a sólo 83 centésimas de punto, y la consiguiente esperanza de continuadas reducciones en los tipos de interés. Pero ello no debe llevamos a conclusiones precipitadas sobre el sistema monetario más conveniente para la economía europea. Las cuatro reglas de Maastricht (baja inflación, reducción de la deuda, contención del déficit, estabilidad de cambios) han tenido un efecto muy positivo sobre la política macroeconómica de los países de la Unión. Pero ni era indispensable dicha disciplina exterior, ni hay garantía de que la moneda única vaya a ser el marco más adecuado para nuestra prosperidad y libertad.Me dirán ustedes que no les compliqué la vida con sofismas ingeniosos ahora que todo parece ir tan bien; que quizá haya un mejor camino que éste hacia la estabilidad monetaria y la construcción europea, pero siendo realista, sin la aspiración de igualamos a los países europeos de primera división, ni los españoles habrían soportado los sacrificios necesarios para contener el gasto público, ni los políticos en particular aceptado la independencia del Banco de Eapaña. Además, podrían ustedes añadir, la sustitución de la peseta por un euro gobernado por un banco central europeo parece método equivalente al usado para contener la inflación en la Argentina o en Hong Kong, a saber, el fijar el tipo de cambio de la moneda nacional a una moneda gobernada por un banco central extranjero de confianza.

Los servidores de la ortodoxia europeísta en España suelen lamentar que nadie debata las opciones europeas... hasta que alguien se atreve a debatirlas. Sigo, pues. En mi opinión es una desgracia que nuestros políticos hayan tenido que recurrir a la amenaza europea para imponer una muy necesaria corrección de rumbo. La presente fase inflacionista comenzó en 1977, nada más morir Franco, porque los españoles confundieron durante algún tiempo democracia con demagogia. 20 años hemos tardado en curamos de esas fiebres. Es indispensable aprender que la democracia padece cuando el público pide la luna y los políticos prometen dársela. Los argentinos, los canadienses o los neozelandeses han sabido disciplinarse solos. Los españoles hemos tenido que buscarnos una fräulein.

El sistema del euro se dibuja como muy distinto del de paridad fija entre el peso argentino o el dólar de Hong Kong y el dólar americano. El gobierno de los Estados Unidos no se inmiscuye en el déficit o la deuda de esos lugares extranjeros: la disciplina la ejercen los mercados extranjeros. Tampoco se ve forzado Washington a regalar fondos de convergencia o subsidios agrícolas a sus partenaires monetarios: para mantener la paridad tienen los argentinos y los chinos que ser capaces de competir en el mercado abierto e imponerse las necesarias reglas de flexibilidad. Por ello, los errores de éstos no recaen en el país emisor de la moneda internacional.

Dicho de otra forma, el euro provocará la fusión de las haciendas, la centralización de las economías, la imposición de la disciplina política. Por eso les gusta a algunos políticos europeos. Por eso creo que habría que plantear claramente a los ciudadanos una de sus posibles consecuencias: la de debilitar los Estados miembros de la Unión. ¿De verdad queremos que nos gobiernen desde Bruselas? ¿Estamos seguros de que se aplicará el principio de subsidiariedad por el que ninguna autoridad debe inmiscuirse en lo que funciona espontáneamente?

No me digan que el objetivo no es político, sino económico. La unión económica es posible sin una unión monetaria, e incluso es más llevadera cuando las estructuras de las dos regiones son muy distintas. Baste recordar el ejemplo del Canadá y los Estados Unidos: mercado único, dos monedas.

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