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Tribuna:CRÓNICAS
Tribuna
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Tenemos que hacer algo con esta casualidad

Juan Cruz

En medio del exilio uruguayo, cuando los dos se encontraron en París, en los setenta, el cantante Daniel Viglietti y el poeta Mario Benedetti hallaron que por separado estaban haciendo cosas similares para estimular a la gente a superar los dramas de la diáspora. El poeta le dijo entonces al cantante, como si le escribiera un verso: "Tenernos que hacer algo con esta casualidad". Y se juntaron para ofrecer recitales, grabar canciones, apoyar mítines políticos y mítines culturales y, sobre todo, para tachar con la guitarra y con la voz los ecos de la vieja tortura. En España, otro juglar, Joan, Manuel Serrat -"el español más latinoamericano", dice él mismo-, acudió a Benedetti. planteándole similares coincidencias líricas entre su voz y la voz del poeta, y también crecieron ambas voces en composiciones bellísimas que hoy alimentan en los que las disfrutamos una duda que a ellos les divierte: ¿qué fue antes, la canción o el poema? Los dos sacaron el sur del sur, y lo hicieron existir para, siempre, en la metáfora y en la vida, como ese sitio que está debajo de las bonanzas del norte y que reclama los derechos de su propia existencia; alguna vez habrá que recordar cuánto ha hecho la canción por levantar a la gente del suelo.Los tres -Benedetti, Viglietti, Serrat- han vuelto a coincidir, esta vez en Alicante, cuya universidad le ha dedicado esta semana un homenaje al escritor uruguayo; ayer le hicieron doctor honoris causa y concluye hoy el agasajo con un recital que Benedetti y Viglietti titulan Defensa de la alegría. Viglietti venía de Uruguay, directamente, y Serrat llegaba de Barcelona; en medio tenía recuerdos comunes, que desgranaban por la noche, con Benedetti como silencioso maestro de los dos; Serrat es una especie de niño grande que tiene en la memoria de los otros su mejor alimento y en su risa una manera de expresar que la vida no está tan mal hecha, y Viglietti arrastra una saludable melancolía, el espíritu necesario para seguir pensando que cantar ayuda a la felicidad ajena; le enfrenta Benedetti una adscripción futbolística perversa, pues uno defiende al Peñarol y el otro defiende al Nacional, pero les junta todo lo demás; Serrat no tiene problemas, porque es de un club transversal para ambos, el Barcelona, y aún anteayer estaba viviendo la resaca de los recientes triunfos.

Tienen los tres muchas memorias comunes, y las cuentan mientras comparten arroz como si también en la comida quisieran hacerse del mismo territorio; Serrat fue a América Latina cuando tenía poco más de 20 años, y ahora cuando va parece que le reciben en el Poble Sec; tuvo los mismos maestros latinoamericanos que Viglietti, y desde los años setenta fatídicos la admiración común por Benedetti hizo que éste se convirtiera en gozne para los dos cantantes; alguna vez Serrat ha cantado a Viglietti, y éste tiene la rabia de que nadie grabara esa interpretación.

Cuando hablan de Atahualpa Yupanqui o de José Larralde, o del beneficioso regreso de Raimon o del trabajo de Pi de la Serra, parece también que están encontrando umbrales coincidentes, humanidades por las que han pasado como estudiantes callados; la conversación, por supuesto, es salada y diversa, porque ellos la condimentan con las' confidencias más divertidas de pasados tan comunes; Benedetti ríe, como si estuviera en la familia. Serrat evoca a Yupanqui, aquella lengua afilada -"estilete", repite Daniel Viglietti- que un día le dijo al joven juglar catalán cuando le presentó a Larralde, señalando todo su atavío campero: "Gaucho por fuera, nada por dentro". Lo dijo delante de Larralde, pero ésa era la marca de Yupanqui.

Ante estos tres amigos a los que la casualidad juntó un día se tiene la sensación de estar asistiendo a una canción cuya armonía ha sido fabricada por el tiempo. La buscada casualidad de los poetas que viven con los ojos abiertos para ver cómo vuelan las palabras comunes dentro de las mismas guitarras viejas. Acaso por eso coincidieron una vez y ya no se han dejado jamás.

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