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Holanda va bien

Andrés Ortega

En la Europa actual, una experiencia está atrayendo cada vez mayor atención: la de Holanda. Pues ha conseguido combinar crecimiento económico, equilibrio de las cuentas públicas, creación de empleo con la preservación de unos altos niveles de prestaciones sociales. La consolidación fiscal (con la excepción de la deuda) le permite encarar la reválida de Maastricht sin problemas. El llamado milagro holandés tiene, sin embargo, poco de milagro y mucho de esfuerzo y de perseverancia a lo largo de más de una década. Ha sido posible gracias al predominio del consenso entre Gobierno -de coalición de diversos signos en los últimos años, lo cual también favorece esta cultura consensual-, empresarios y sindicatos. Holanda empezó sus reformas estructurales antes que los demás. Ahora saca sus frutos.La economía holandesa entró en declive entre 1970 y 1983. Pero los ingresos del gas natural del subsuelo marítimo (que llegaron a un 6% del PIB), un florín fuerte y una fiscalidad elevada enmascararon una notable pérdida de competitividad y los excesos en las prestaciones sociales. Por debajo de esta salud aparente, Holanda estaba enferma.

Desde 1983, el enderezamiento ha sido duro, y se ha producido en tres terrenos principales. En primer término, se han reestructurado las finanzas públicas, en un contexto dificultado por la drástica reducción en los ingresos del gas natural. En los últimos 13 años, el gasto público se ha reducido en 10 puntos, del 60% al 50% del PIB, lo que lo deja aún a un nivel elevado, pero ahora con un déficit público del 2,3%. Durante una década se ha congelado el salario mínimo y se han reducido en un 3% los salarios de la función pública. Se ha hecho adelgazar la Seguridad Social (aunque los gastos sociales representan aún un 32% del PIB), se han rebajado las pensiones públicas -pero creado fondos de reserva para la jubilación de los funcionarios- y reducido las prestaciones de la incapacidad laboral, cuyo número de beneficiarios ha comenzado a reducirse por vez primera en 25 añosEn segundo lugar, se ha reformado en profundidad el mercado laboral y la fiscalidad, reduciendo las cargas sociales a las empresas y aumentando las de los empleados. El tipo impositivo máximo sigue siendo alto y propio de un sistema que tiene mucho de socialdemócrata: 60% para los individuos, 35% para las empresas. El actual primer ministro, WIm Wok, ha marcado ahora su preferencia por recortar los impuestos en vez de nuevas reducciones del déficit. A lo largo de esta larga década destaca también una estricta contención de los salarios, que sólo han crecido a una media anual del 0, 14% desde 1983. Holanda ha creado empleo -principalmente a tiempo parcial (35% de los empleados en la actualidad)- y rebajado la tasa de paro al 6%. El holandés es, así, un caso aplicado del concepto del reparto del trabajo. Las horas medias trabajadas anuales han pasado de 1.560 en 1992 a 1.400 en 1997 (frente a las 1.700 de media en la UE). Finalmente, se ha producido una liberalización de los horarios comerciales y una simplificación -de 90 a 8- en las licencias necesarias para abrir una nueva empresa.

La crisis general de 1989-1993 pilló a Holanda preparada. Y así, en términos de riqueza por habitante, ha recuperado el terreno perdido respecto a la media europea. Entre 1991 y 1996, la economía holandesa ha crecido un 11,4%, a ritmo estadounidense, y mucho más que Francia o Alemania.

Holanda va, pues, bien. Pero los holandeses no se sienten tranquilos. No se comparan sólo con ellos mismos ni con el resto de Europa, sino que -nada extrañamente en un país volcado a la exportación- miran más allá, en este mundo globalizado, a las economías competitivas de Asia o EE UU, y ven que tienen aún grandes problemas que resolver. Entre otros, los efectos del envejecimiento de su población.

¿Es exportable el modelo? Un estudio elaborado por Goldman Sachs concluye: "No es probable que otros países en la Europa continental exhiban una capacidad y una determinación para llevar a cabo reformas similares".

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