Un año de derechas
Mientras la derecha celebra por tierra, mar y aire su primer año triunfal, el melancólico superviviente de izquierdas se mira recién levantado en el espejo y busca en su cara de todos los días los síntomas posibles del aniversario, las huellas del paso de este tiempo en el que en realidad no parece que hayan cambiado tampoco demasiadas cosas. Que el presente sea decididamente de derechas no quiere decir que el pasado fuera muy de izquierdas, pero como tampoco el futuro parece muy alentador, uno tiende a situarse en una especie de cuelgue temporal como el que aqueja a ciertos amantes frustrados: más que esperanzas o que recuerdos de felicidad, lo que se alimentan son cavilaciones tristes sobre lo que pudo haber sido y no fue, como dice el bolero. Espanta lo que éstos de ahora hacen y dicen cada día, pero lo que los otros -los nuestros, piensa escépticamente uno, por llamarlos de algún modo- hicieron y no hicieron y dejaron hacer a lo largo de tantos años también es un patrimonio luctuoso. Salvo Julio Anguita, que es un hombre que desconoce venturosamente el arrepentimiento y la incertidumbre, da la impresión de que la mayor parte de los hombres y las mujeres de izquierdas andamos quejumbrosos, aletargados y perdidos, y que en el fondo sólo nos sentimos cómodos al ir en contra, al revivir nuestros más anticuados mecanismos de reacción contra algunos abusos canónicos de la derecha.En ese aspecto, tenemos la ventaja de que esta derecha es tan primitiva en sus manifestaciones que ir en contra de ella apenas requiere reflexión, incluso nos concede ilusiones de rejuvenecimiento: defender de pronto, otra vez, la escuela pública, la libertad de expresión, el derecho al aborto, ¿a quién no lo vuelve más joven? El bochornoso axioma progre de que contra Franco vivíamos mejor se vuelve tentadoramente verosímil cuando son retiradas de una exposición fotografías de desnudos o grabados de tema sexual, o cuando un médico es enviado a la cárcel por practicar un aborto. Reverdece nuestra momificación ideológica, sentimos que después de tanta confusión volvemos a pisar un terreno firme y conocido. Ya no nos hace falta reflexionar amargamente sobre nuestros errores ni dedicar nuestras inteligencias a la tarea de definir de nuevo, de arriba abajo, un pensamiento y una política de izquierdas. Como el adversario vuelve a ser el mismo, nosotros podemos permitirnos el lujo de ser los mismos otra vez, de sentimos legitimados no por nuestros aciertos, sino por los abusos de ellos. ¿No es eso en el fondo lo que ocurre en las dictaduras, lo que ocurrió sobre todo en una dictadura tan larga como la de Franco? El poder es tan bruto que para ser decente lo único que hace falta es situarse en contra suya, de modo que uno se acostumbra a una especie de estupefacción ideológica y moral de la que luego es muy difícil desprenderse.
Ahora mismo, en España, ir en contra de la derecha está prácticamente tirado, no cuesta casi ningún esfuerzo, casi es un acto de nostalgia, de recuperada juventud. Lo malo es que no acaba de saberse ni de decirse qué afirmaciones sostiene tal negación, en nombre de qué idea del mundo se rebela uno contra lo que ya es tan de antemano escandaloso o grotesco.Hay quien no tiene esas dudas, desde luego, y no me refiero ya a los iluminados oficiales que se abstienen imperturbablemente de cualquier roce con los disgustos y los contratiempos de la realidad. Al cabo del primer año triunfal, en la celebración por tierra, mar y aire, del triunfo y el regreso de la derecha, lo que más llama la atención al rojo melancólico que se mira en el espejo de los escrutinios matinales no es la abundancia de conversos, o de chaqueteros, para recordar una vieja palabra en desuso. Es mucho más llamativa la aparición de un tipo hasta ahora inédito de oportunista, mucho más astuto o sutil que aquellos que en los ochenta descubrían un fervor repentino por el partido socialista, por las tarjetas Visa Oro, por las comisiones de la Expo, etcétera. El converso, el chaquetero de entonces, llevaba a cabo un abjuración pública que lo convertía fácilmente en objeto de escarnio y de caricatura, hasta de sainete. Del más extremo maoísmo se pasaba en poco tiempo a los restaurantes de lujo y a la alta peletería: todo demasiado rápido y demasiado obvio, otro argumento en favor del inmovilismo de los puritanos, de los no manchados, que convertían o convertíamos así en virtud un simple ejercicio de hostilidad. Estar en contra de los abusos más evidentes de la izquierda en el poder era otra coartada excelente para no reflexionar sobre la posibilidad y la necesidad de un poder democrático de izquierdas.Pero ya digo que ahora el oportunismo se ha perfeccionado, y para servir a la derecha o aprovecharse de ella no hay la menor necesidad de abandonar los hábitos verbales de la izquierda, incluso es de buen tono hacer ejercicios de radicalismo mientras se disfruta hábilmente de una nómina cuantiosa en alguna covachuela del nuevo poder. Todos contentos: el izquierdista cobra del Gobierno y continúa proclamándose ferozmente de izquierdas; el Gobierno se concede esa satisfacción tan profunda que ha tenido siempre la derecha al contratar los servicios de algunos gurus y presuntos héroes de la izquierda, de halagarlos, de invitarlos a su mesa. Individuos rabiosamente enfrentados con las perfidias de la socialdemocacia y del Estado burgués comparten manteles y presentaciones de libros con antiguos jerarcas y supervivientes de la roña intelectual franquista. Después de alzar y agitar el puño cerrado no muestran el menor reparo en estrechar la mano de quienes todavía tienen el brazo rígido de tanto como saludaron al estilo imperial.
Y ahí siguen, impertérritos, repartiendo doctrina, excomulgando y canonizando, enmedio del jubileo del primer año triunfal, incorruptibles, acusadores, infaliblemente puros, héroes de una causa perfecta, que no requiere el menor riesgo ni el más leve sacrificio, y ofrece a cambio, en el reino de la derecha recobrada y vencedora, ese prestigio o ese aroma insuperable de la disidencia intelectual. Les tengo casi más miedo que a los más beatos comulgantes del PP.
Babelia
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