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FERIA DE LA COMUNIDAD DE MADRID

El salto del tigre

Salió el segundo novillo y dio el salto del tigre. A juzgar por el salto que dio debía ser un tigre de Bengala. No perdió ni un minuto de su asendereada vida: en cuanto abandonó la negra noche de chiqueros y se entró con el luminoso día de Madrid, los espacios abiertos, rubia arena bien asentada, un graderío muIticolor al fondo, fue, y saltó. Y no se vea cómo saltó: a la altura de un primer piso.De lo que no se ha hablado aún y conviene precisar raudo es de lo que se dejó debajo. Debajo había un torero postrado de rodillas. El torero, de corta talla pero de gran corazón, se llama Aníbal Ruiz, nacido en Alcázar de San Juan, nuevo en esta plaza.

El diminuto debutante venía decidido a triunfar, quieto todo el mundo, dejadme solo que me voy a dejar partir los muslos. Y cruzó el redondel y se puso de rodillas a porta gayola. No exactamente. Lo de la porta gayola es un decir, valor convenido para que vayamos entendiéndonos.

Peñajara / Urdiales, Acevedo, Ruiz

Novillos de Peñajara (1º, inválido, sustituido por otro del mismo hierro), bien presentados, encastados, nobles.Diego Urdiales: pinchazo -aviso- y estocada (silencio); estocada y dos descabellos (silencio); pinchazo hondo y rueda de peones (silencio). Álvaro Acevedo: lesionado de pronótico reservado por el 1º. Aníbal Ruiz, nuevo en esta plaza: pinchazo, otro hondo bajo perdiendo la muleta y descabello (oreja); pinchazo tirando la muleta, otro atravesado bajo y descabello (silencio); dos pinchazos atravesados, otros dos tirando la muleta y estocada atravesada baja tirando la muleta (silencio). Plaza de Las Ventas, 3 de mayo. 2ª corrida de abono. Cerca del lleno.

La portagayola auténtica exige que el torero se arrodille delante de la puerta de chiqueros, en el tercio, de la primera raya para acá. Desde hace unos años, sin embargo, esas esperas sólo se hacen de la segunda raya para allá y uno ha llegado a ver toreros simulando la portagayola en el mismo centro del redondel.

La fiesta evoluciona hacia la modernidad, dicen. Y la modernidad consiste en que va para atrás como los cangrejos.

Aníbal Ruiz instrumentó la larga cambiada al tigre de Bengala que le sobrevolaba el espacio aéreo, y de seguido dos más, y ya el gentío -asombrado, enardecido- tenía claro que había allí un torero entregado en aras del triunfo hasta el límite de la temeridad, cuyo premio final sería salir por la puerta grande. Seguro.

Si no hubo tal no fue por falta de ganas, del torero y del público. Aníbal Ruiz lalceó a ese mismo novillo por verónicas y se llevó una voltereta, le hizo un quite por tijerillas, le instrumentó en los puros medios tres cambios por la espalda sin mover las zapatillas, y bajo un alboroto de olés, de ovaciones, de entusiasmo, añadió tandas de naturales y derechazos.

Unos derechazos y naturales bastante malos por cierto toreaba medio tumbado, retorcido, descargando la suerte -aunque con la virtud no desdeñable de ligar las suertes. Mató de aquella manera, a pesar de lo cual le dieron la oreja. Y ya tenía una. Le faltaba otra para salir por la puerta grande, como Ponce el día anterior.

No hubo lugar para la otra pues el debutante no dio pie. El debutante toreaba sin arte y sin temple. El debutante bullía mucho y mandaba poco. Sus dos posteriores faenas transcurrieron afanosas,y deslucidas, con feas hechuras y nulo sentido del temple, llenas de alardes tremendistas que pretendían denotar valor y luego no lo empleaba a la hora de la verdad, que es la de matar los toros en la suerte suprema.

El valor hay que demostrarlo y en toreo se demuestra divino con el arte de parar, templar y mandar. ¿Uno que para, templa y manda? Ese es un valiente a carta cabal. No fue el caso de Diego Urdiales, que en ninguno de los tres tiempos se mostró dispuesto. Al toreo de Diego Urdiales le faltó fundamento y bordeó el fracaso. En cambio con la espada estuvo certero.

Los novillos no tuvieron la culpa de lo sucedido. Los novillos sacaron una encastada nobleza que merecía mejores formas, una torería que parecía ajena a los novilleros. Pudo ser la excepción Alvaro Acevedo, que en anterior comparecencia exhibió técnica y estilo. Por desgracia, no se le pudo ver: al instrumentar una gaonera _ al primero de la tarde sufrió un volteretón que le mandó a la enfermería con un pie dolorido y ya pudo salir.

Quedó la novillada en un mano a mano, que siempre sugiere el interés de la competencia, y resultó un soberano aburrimiento. Si no llega a ser por el salto del tigre y el alboroto que siguió, nos dormimos.

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