El día en que el péndulo se rompió
El abrumador triunfo de Blair no sólo ha hundido al 'toryismo', sino también al socialismo de los viejos laboristas
ENVIADO ESPECIAL Esto no ha sido la inevitable oscilación del péndulo. Esto es el exilio. Los votantes británicos no se limitaron el jueves a apoyar a una coalición de centro-izquierda llamada Nuevo Laborismo, sino que han enviado a las tinieblas exteriores al partido que había gobernado, seguro de sí mismo, estos últimos 18 años. Con bastante más de 400 escaños el labour y bastante menos de 200 los tories, hemos asistido a la mayor victoria de la historia laborista y al más grave descalabro conservador desde la destrucción de las cohortes del duque de WeIlington hace siglo y medio.
Pero en estas elecciones ha habido más de un cadáver y unas cuantas agonías. Margaret Thatcher la primera ministra que inventó este Reino Unido un punto desabrido y mucho más democrático y mesocrático que en tiempos de su primer triunfo electoral en 1979, puede hallar más de una consolación en la derrota. Aunque el toryismo es apenas virtual en Escocia y Gales, y se convierte en una formación minoritaria en Inglaterra, su reagrupamiento sólo parece posible en torno a un nacionalismo primitivo, muy parecido al que ella misma defendía mientras firmaba, hay quien dice que sin leerla, el acta de creación de la moneda única europea.
Más importante aún, únicamente una victoria in extremis de John Major podría haber salvado al antiguo socialismo, mientras que el abrumador triunfo de Tony Blair, con un programa conservador de gestionario, remacha el último clavo en el féretro del fabianismo, aquel socialismo redistributivo y gradualista que ya había perdido las cuatro elecciones anteriores sin enarcar una ceja. Un cierto toryismo muere, pues, matando y encima deja un testigo que se le parece bastante, al menos en la fase de ascenso hasta el poder.
Y entre las grandes transformaciones que ha auspiciado el thatcherismo figura una nueva generación que va a las urnas con compás y regla de cálculo. Uno de los datos más relevantes de estas elecciones ha sido el voto táctico que, a favor del sistema electoral, individualista, supermayoritario y antiproporcional británico, ha permitido al líder liberal-demócrata Paddy Ashdown, con un 17% del sufragio, algo por debajo de lo que obtuvo en 1992, casi doblar a más de 40 su cosecha de escaños. Esos votantes de gramática parda está claro que, laboristas quizá de intención, han dado su papeleta a aquellos liberales que mejor podían batir a los conservadores, y viceversa, liberales han votado labour para que no quedaran tories en la costa.
El elector esencial, medio, del jueves ha votado tanto contra el conservadurismo de Major como a favor de Blair y otros partidos.
El Nuevo Laborismo, en un contexto que medra, sin embargo, en la fluidez de las convicciones políticas, se ha convertido en el verdadero partido nacional, vencedor en todas las regiones del país, salvo en Irlanda del Norte, que ni es región, ni es país, ni tiene otra política que la fratricida que le es propia. Ha desbordado de esta forma el labour una línea invisible que une Bristol, en el oeste, con Londres, en el este, para instalarse con fuerza en el sur de Inglaterra, allí donde no captaba más que algún estrambótico escaño. "El partido natural de Gobierno", como le llamó Harrold Wilson, ganador de elecciones laboristas en 1964, 1966, y dos veces en 1974, pasa ahora a ser el labour.
Entre los conservadores, el cataclismo es, además, sangriento. Seis ministros han perdido su escaño y la batalla por suceder y olvidar a Major ha comenzado ya con un fulgor de cimitarra y cepo en los, pasillos. La derrota del archiantieuropeo Michael Portillo y la holgada victoria de Kenneth Clarke, el único europeísta convincente del equipo, debería herir de muerte al primero en la carrera y dar la opción a otros nacionalistas como el indino John Redwood para amortajar tanto como suceder al líder destronado. Pero la falta de definición que sufrirá todavía un tiempo el toryismo habría de favorecer una sucesión para tapar huecos con la marca de Michael Heseltine, ni europeo, ni antieuropeísta, ni social, ni monetarista. Un dibujo geométrico mucho más que un hombre político. El más sereno de todos es, sin embargo, el propio Major, irresoluto en el Gobierno, sólo táctico en lo que quería hacer del thatcherismo, pero desprendido y ligero de equipaje en la catástrofe. La leyenda dice que con él se perdió un excelente conductor de autobús porque su debilidad en el cálculo le hizo ceder la plaza a una caribeña negra en una reñida oposición de juventud. Si Thatcher era un personaje de Dickens, a Major sólo le da para Somerset Maugham, como aquel sacristán que se quedó sin el empleo por no saber leer ni escribir y montó su propio negocio hasta hacerse millonario.Todo ello nos conduce al interrogante que estas elecciones no han hecho nada para disipar. ¿Quién es y qué quiere Tony Blair?Hemos visto que es disciplinado, inteligente, cauto y persuasivo en la dirección, implacable y decisivo en la corrección, exigente de tersas lealtades, pero sabio en el reparto de opciones de poder.Sus declaraciones, planes y programas no permiten calificarle de socialdemócrata, como cuando dice que la redistribución de la riqueza no es un problema del impuesto, sino de la debida igualación de oportunidades para todos. Su sentimiento religioso, que le hace moverse con ecuménico confort entre su alto anglicanismo y el catolicismo de su esposa e hijos, a los que acompaña frecuentemente a la misa dominical, es auténtico; la desenvoltura con que actúa en el mundo posindustrial de riquezas de ordenador, cada vez más intangibles, es admirable; su actitud ante Europa, como ante todo, es precavida, utilitaria, pero rechaza el más burdo nacionalismo, y es demasiado perspicaz e informado para ignorar que no hay futuro en la nada Atlántica que flota, al igual que la balsa de Saramago, entre EE UU y ningún sitio. Su mente inquisitiva le dará, por lo menos, una oportunidad a Europa, y no querrá encerrarse en la antiestética manía de cajera de la señora Thatcher, o el rubor de Major para defender unas convicción, pese a todo, más bien continentales.¿Será Blair, simplemente, un nuevo tipo de político británico? En Europa lo que más se le parece se llama democristiano, quizá, con su conciencia social y todo. ¿Romano Prodi, Jacques Delors, Helmut Kohl? El hombre arco iris tendrá que elegir en las próximas semanas, más que meses, un destino identificable para el mundo.
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