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"No quiero que me quiten otro hijo".

Una indigente da a luz en una caseta del Retiro por miedo a que le arrebaten su bebe

Jan Martínez Ahrens

Susana B., de 38 años viuda, indigente y ex toxicómana, se siente madre por encima de todo. Ayer, a las siete de la mañana, esta mujer se arrebujó en una abandonada caseta del parque del Retiro y dio a luz un bebé. Lo hizo a escondidas y sin ayuda médica por "miedo" a que los servicios sociales la separasen de la criatura, algo que, según cuenta, ya le ocurrió hace tres años en Valencia, cuando dio a luz en una tienda de campaña. "Yo soy una madre y no quiero que me quiten a otro hijo por no tener una casa decente, por no tener un cuarto de baño. En todo caso, lo que necesito es que me ayuden", afirmó a EL PAÍS. Junto a ella se encontraba Juan, de 28 años, su pareja y padre de los dos hijos. Fue él quien, tras ayudarla en el parto, se dirigió al hospital Gregorio Marañón en busca de agua caliente y unas tijeras con las que pinzar el cordón umbilical del recién nacido. Una petición que desencadenó la acción de los médicos y desentrañó esta terrible historia de amor. El hospital, donde quedaron ingresados ayer madre e hijo, declinó informar sobre el bebé y su situación.

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La primera señal del parto llegó a última hora del miércoles. La pareja iba por la calle del Conde de Peñalver cuando a la mujer le rasgó el vientre un relámpago de dolor. Siguieron andando y, nada más llegar a la caseta donde viven, ella se tumbó en una colchoneta. Juan quiso prepararle la cena, pero se dio cuenta de que carecían de comida. El hombre salió entonces y escarbó en varias papeleras hasta encontrar los restos de un cocido. También consiguió un poco de arroz de un restaurante chino. Llevó todos estos alimentos a la caseta y preparó con ellos una ensaladilla."Me sentía rara y no quise comer por miedo a empeorar. Me tumbé en el colchón y, de madrugada, rompí aguas". Pese a que el nacimiento era inminente, ninguno quiso avisar a un médico. "No estamos dispuestos a que nadie nos separe del niño. Antes de quitárnoslo, que nos ayuden a mantenerlo", explica Susana.

A las siete de la mañana, el bebé asomó la cabeza. "Estiré y salió solito", cuenta Juan. "Yo estaba acojonado por si no respiraba; le daba palmaditas y apenas lloraba; eso me acojonaba aún más". "Bueno, yo no me asusté", matiza Susana, "ninguno de mis hijos ha gritado al nacer".

Juan retorna el hilo: "En la caseta no teníamos nada, ni agua caliente, ni pinzas, ni tijeras, y había que arreglarle el cordón umbilical. Así que ella me dijo que fuese a buscar todo eso a una farmacia. Salí y no encontré ninguna abierta; me fui entonces al Gregorio Marañón. Allí pedí agua caliente y el material".

La solicitud fue acogida con extrañeza. Los facultativos se lanzaron a interrogarle. ¿Para qué quería ese material? Juan, que al principio se resistía a destapar la verdad, empezó a ceder. Contó que su mujer había parido, pero se negó a decir dónde. "Se negaban a darme nada, pero al mismo tiempo me decían que podía meterme en un lío, que iban a llamar a la policía".

Las sombras y el miedo

Finalmente, bajo la presión, Juan accedió a ir con una ambulancia del Insalud hasta el rincón donde su mujer había parido.

La médica de la ambulancia del 061, Nuria Alvarez Tapias, lo recuerda. "Nos llamaron a la base diciendo que una mujer había tenido un parto en un agujero y fuimos hasta allí. Cuando encontramos la caseta, el ATS cogió una silla y entró por el ojo de buey; yo fui detrás". Al otro lado del umbral, esperaban a la doctoran las sombras y el miedo.

En un rincón, sobre el colchón, yacía la madre. En los brazos sostenía a su hijo, envuelto en dos camisetas y con el cordón umbilical sin pinzar. "¡No me lo vais a quitar!", gritó.

La médica no se desesperó: "Aquello estaba oscuro y lleno de inmundicia. La madre agarraba al bebé con fuerza, no lo soltaba. Nos decía desesperada que hiciéramos lo que quisiéramos, pero sin quitárselo. Había que hacer algo. El niño estaba morado. Así que tuvimos tres cuartos de hora de tira y afloja, hasta que al final conseguimos llevarles a nuestra ambulancia. Fue lo más fuerte que he visto en mi vida".

Los padres de la criatura lo ven de otro modo. "Es falso que el niño estuviese morado; estaba rojo como todos, pero nada más. Lo que hicieron fue comernos el coco para traer el niño al hospital. Nos dijeron que había que limpiar al crío en la ambulancia y una vez allí lo llevaron al Gregorio Marañón. Pero ¡si es el mejor parto que he tenido!".

Susana acaba de hablar, por primera vez, con ira. Se encuentra tumbada en la cama de la habitación 304 del hospital Gregorio Marañón. Le han puesto un pijama y limpiado la cara. Le duele el estómago y de vez en cuando se rasca la pierna. Su compañero Juan se ha sentado a su lado. Ambos comparten un cigarrillo Marlboro. De la calle entra mucha luz. Juan abre un poco la ventana para que también entre el aire.

Bebé incubado

Son las doce de la mañana y el bebé permanece en la incubadora. La madre no sabe aún cuánto pesa, como tampoco sabe cuántos meses tiene: "Para mí fue una sorpresa total, creí que iba a nacer en un mes o así". Susana, por un momento, se ha callado. Piensa, y prosigue: "Estoy segura de que nos van a separar del niño".

Para ellos, la única esperanza es que alguien les ayude, una institución o una "persona buena". "Nosotros nos queremos. Por no dormir separados en albergues, incluso hemos pasado en la calle noches enteras con temperaturas bajo cero". Juan y Susana se han dado la mano. Parecen cansados.

Ambos se conocieron en Ibiza. Allí, ella trabajaba en un garito llamado El Sur "Mis jefes querían que yo saliese de la barra y me fuese a los reservados con los clientes, pero yo me negaba", explica Susana.En la isla mediterránea vivieron meses amargos en un chamizo construido bajo un puente, hasta que un día de lluvia torrencial el agua lo desarboló y arrastró hasta el mar. Viajaron entonces a Valencia, donde una tienda de campaña, levantada en un solar de recuerdo borroso, les sirvió de hogar. En esa ciudad,Susana quedó embarazada.

No era la primera vez. Antes de conocer a Juan, la mujer había estado casada con un agricultor, con quien tuvo dos hijas -que ahora, con 11 y 15 años, viven con su abuela- Este matrimonio fue un fracaso. Ambos se separaron y él, como cuenta Susana, se hundió en el torbellino de la cocaína: "Se hacía rayas de dos palmos". Luego murió y le dejó una pensión de viudedad de 26.000 pesetas al mes.

Era con ese dinero y algunas chapuzas con lo que subsistían en Valencia cuando, en Navidad de 1994, el primer hijo varón de Susana decidió ver la luz. Juan lo cuenta así: "Estábamos en la tienda y, como el niño salía de nalgas, llamé a una ambulancia. Nada más nacer en el hospital, la asistente social empezó a comernos el coco. Que si el niño estaría mejor en una familia con dinero, que si nosotros no éramos de allí ... ; en fin, que quería apartarnos de la criatura, pero nosotros nos negamos. Entonces, la asistenta fue al juzgado y pidió una orden de retención del bebé". El niño, finalmente, fue a parar, junto a las dos hijas anteriores, a la casa de la madre de Susana, en Madrid. La última vez que se vieron fue hace un año.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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