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Mulisch refleja en su nueva novela la coexistencia del bien y del mal en el hombre

Miguel Ángel Villena

Capaz de lo mejor y de lo peor, de ser Francisco de Asís o Adolf Hitler, de delatar y de salvar. Así describía ayer Harry Mulisch (Haarlem, Holanda, 1927) la condición humana cuando se le preguntaba si el bien y el mal convivían en las personas. Se declara agnóstico y pese a ello ha escrito una novela, calificada de "extraordinaria" por la crítica y titulada El descubrimiento del cielo (Tusquets), que dibuja un friso sobre este atormentado siglo que está a punto de terminar.Narrada por un ángel, la historia ha ocupado casi una década de trabajo de este escritor holandés, con aires de burgués elegante y que ha cultivado la poesía, la narrativa, el ensayo y el teatro. El nombre de Harry Mulisch -conocido ya en España por dos novelas anteriores: El atentado y Dos mujeres- ha sonado varias veces como candidato al Nobel. Sin duda, su biografía ha pesado en esta obsesión por descifrar las claves del bien y del mal que han llevado al autor al borde de una "locura creativa". "No concebí la novela", comenta. Mulisch, "como una obra monumental, sino que la trama fue creciendo y creciendo. Creo que un escritor nunca debe plantearse que está loco, sino que ha de seguir para ver qué pasa".

La eterna dualidad la comprobó Mulisch en su familia. Su madre era judía y su padre colaboró con los invasores nazis cuando el escritor apenas era un adolescente. "En realidad El descubrimiento del cielo responde un poco a mi propia biografía, aunque todo está fabulado y novelado señala el escritor holandés. Para reflejar que lo más sublime y lo más abyecto pueden convivir en la misma persona Mulisch recuerda a su padre: "Fue horrible su actitud, pero al mismo tiempo su apoyo a los alemanes le permitió salvar a mi madre de que la enviaran a un campo de concentración".

La historia como catástrofe

El nazismo, que Mulisch considera la página más negra de la historia de la Humanidad, está presente en El descubrimiento del cielo a través del personaje de Max que, empujado por su historia familiar, visita Auschwitz, donde percibe aquel siniestro lugar como una auténtica representación del mal.

Con una actitud estoica, Mulisch se interroga sobre las catástrofes que sacuden el mundo y las contempla como algo inevitable: "Ahí tenemos conflictos como Oriente Próximo, Africa o Yugoslavia, que hunden sus raíces de odio hace siglos, pero que siguen vivos y sin solución".

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