¡Pobre Perú!
En América Latina las luchas armadas, quizá con la excepción de las guerras de la independencia, han conseguido pocos resultados permanentes que hayan beneficiado a las mayorías pobres. Las democráticas, en cambio, dirigidas a objetivos razonables y justos, mediante acciones perseverantes y con decidido apoyo de la población han conseguido mucho más. Por eso, y porque la lucha armada causa mucho sufrimiento inútil a los más pobres, y porque lleva a muertes indiscriminadas hay que condenarla como ineficiente, cruel y en definitiva injusta. Estamos contra toda lucha armada, en especial la que frecuentemente hacen los ejércitos contra su pueblo.Pensamos que es más razonable y humano avanzar por las vías democráticas, de la negociación ante las contradicciones aparentes, de la resolución no armada de los conflictos, incluso cuando de las partes es el Ejército. Por todas estas creencias y convicciones tenemos que condenar la intervención del Ejército peruano contra los guerrilleros del MRTA en la Embajada de Japón. No les criticamos que intentaran el asalto de la Embajada japonesa para acabar un secuestro injusto y cruel, aunque era una empresa de alto riesgo que bien pudiera haber acabado en una tragedia, sino porque en el proceso ejecutaron a los guerrilleros, la mayoría de ellos desarmados en ese momento, por pura crueldad y espíritu de venganza.
Las fotos del presidente Fujimori subiendo una escalera sembrada, todavía a las 24 horas del suceso, de cadáveres de guerrilleros no es la imagen de un vencedor, sino la imagen de un verdugo, la de alguien que se ha vengado. La imagen de Fujimori hubiera sido más impresionante, si hubiera podido mostrar a los prisioneros que no hubieran muerto en la refriega. Eso de que "en la guerra no hay prisioneros- es un principio salvaje, contrario al derecho de guerra, y es lo que ha llevado a las enormes matanzas de ciudadanos inocentes bajo las dictaduras militares de América Latina -y de otras latitudes-, incluso en las que invocaban los valores cristianos para justificar su sed de venganza por la sangre.
Si en Perú quieren luchar efectivamente contra el terrorismo lo tienen que ahogar en legalidad, no en sangre. Con ese gesto efímeramente triunfal nos tememos que el presidente Fujimori ha abierto otro capítulo de la lucha armada en su país. Porque la pobreza y la desesperación no cesan y el desprecio a la muerte de quienes la ven cara a cara todos los días de su vida no va a cambiar ante la sangrienta imagen de la venganza del presidente y de su Ejército. Al contrario eso les hará convencerse más de que con semejantes fieras sólo la fuerza vale e intentarán, pronto por desgracia, vengar a sus compañeros ejecutados en la Embajada de Japón con alguna otra acción desesperada, que nada conseguirá más que continuar la espiral de violencia. ¡Pobre Perú, en manos de la diosa de la venganza!-
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