Neorromántica
La muerte de Dulce María Loynaz es, como toda noticia de esta índole, un triste acontecimiento. No es la hora de trazar valoraciones definitivas de su obra, sino de situar literariamente a una de las dos mujeres -la otra fue María Zambrano- que obtuvo el premio Cervantes, concesión que causó sorpresa en su momento en los círculos más rigurosos, porque no parecía que la trayectoria de la escritora cubana la llevara a figurar en ese ámbito de valores.Loynaz pertenecía a una generación que contó con nombres de relieve, como Juan Marinello, Eugenio Florit, Emilio Ballagas, Nicolás Guillén y, en el campo narrativo, Alejo Carpentier. En su promoción, y en el ámbito de la poesía no vanguardista, Loynaz es una voz de tonalidades neorrománticas, que dio amplia cabida a la expresión de los sentimientos en obras como Versos, Juegos de agua y Poemas sin nombre, entre otras. Juan Ramón Jiménez, que la visitó en La Habana en 1937 y trazó de ella un retrato magistral, incluido en Españoles de tres mundos, la llamó "Ofelia Loynaz Sutil, arcaica y nueva, realidad fosforecida de su propia poesía increíblemente humana, letra fresca, tierna, ingrávida, rica de abandono, sentimiento y mística ironía en sus hojas rayadas de cuaderno práctico, como rosas envueltas en lo corriente".
Este retrato ha sido un poco el salvoconducto con el que Dulce María Loynaz ha circulado por el mundo de la poesía en lengua española. Eso y su condición de anfitriona, en unión de su familia, de García Lorca, durante la estancia de éste en La Habana (1930). Para entonces, los Loynaz eran ya animadores notables de la vida cultural cubana. Lo seguirían siendo durante muchos años, aunque el triunfo de la Revolución les afectó considerablemente, miembros al fin de la burguesía liberal atrapada en las contradicciones del proceso revolucionario. No obstante, la escritora era Directora Emérita y Vitalicia de la Academia Cubana de la Lengua, y no parece que el régimen cubano viera con malos ojos la concesión del Cervantes a la poeta ahora fallecida.
En La Habana de 1930 vivían los Loynaz en una especie de casa palacio, llena de esculturas, muebles franceses del siglo XVIII, cuadros y antigüedades, cerca del mar, y con un jardín insólito semiabandonado, por el que transitaban unos extrañísimos pavos reales blancos y una pareja de flamencos. Los hermanos Loynaz eran cuatro: Flor,Enrique, Carlos Manuel y Dulce María. Descendían de un general destacado de la Guerra de la Independencia, Enrique Loynaz del Castillo, quien a su vez era descendiente del primer poeta cubano de cierto relieve, Silvestre de Balboa, autor del poema épico Espejo de paciencia. Lorca se carteó en los años veinte con Enrique, abogado y también poeta. La mezcla de decadencia y extravagancia fascinó a Federico, que intimó, sobre todo, con Flor y Carlos Manuel.
En aquel ambiente y en aquella casa felliniana, que todavía hoy subsiste, escribió o corrigió Lorca parte de El público. Al abandonar La Habana regaló a Carlos Manuel un manuscrito seguramente incompleto, un borrador de su gran drama, que luego desaparecería en oscuras circunstancias.
El retrato juanrramoniano revela hasta qué punto los Loynaz pesaban en la vida cultural cubana, aunque no formaran parte 'de su vanguardia artística. En España la editorial Aguilar publicó la poesía de Dulce María Loynaz en los años cincuenta. En 1992 vieron la luz en Cádiz, editados por la Diputación, sus Poemas náufragos, y en 1993 Espasa Calpe lanzó una amplia antología de su obra, con prólogo y selección de María Asunción Mateo.
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