Diguem no!
Tras 24 horas de lectura continuada del Quijote, el Círculo de Bellas Artes de Madrid escuchó de nuevo el último 23 de abril el famoso grito de Raimon, Diguem no!, con el que muchos vivimos en los años oscuros de la dictadura de Franco. Mientras tanto, en Barcelona, cientos de miles de personas circulaban lenta, felizmente por las calles de la hermosa ciudad, cumpliendo la tradición saludable de comprar un libro y de regalar una rosa. Gente celebrando la supervivencia de la vida, la armonía de las palabras. La multitud feliz en los nuevos tiempos en los que -se dice- ya resulta obsoleto aquel grito del muchacho que dejó a su madre en Xátiva, en el carrer blanc, y se hallaba de golpe ante un mundo en el que la paz se parecía al esqueleto del miedo. Mientras él ensayaba de nuevo ese grito, el presidente Fujimori ensayaba en Perú la risa al lado de los cadáveres. Y es más que probable que en muchos otros lugares del mundo se estuvieran ensayando también entonces los procesos de burla consentida que padece la dignidad de la gente y que causa hambre, injusticia y desoiación, y cubre de vergüenza los propios principios en los que parece basarse la gobernación de los pueblos..La risa al lado de los cadáveres. La rebeldía es un estado del alma, y el alma del mundo tiende a olvidar demasiado pronto cuántas razones sigue habiendo para continuar gritando no: aquí mismo, y en Brasil, y en Yugoslavia, y en Jerusalén, y en las tierras sin fin ni esperanza de África y América, y en Asia; el grito no está obsoleto: sirve también para ennoblecer nuestra relación con la vida, para no consentir la dejadez con la que tratamos el derecho del otro a prosperar, a discrepar y a ser libre y respetado sobre todo cuando no sentimos como él. Sé que hablamos de cosas antiguas, porque lo actual es lo que hubo siempre, y antes y ahora habrá motivos para terminar cualquier reflexión sobre la vida con aquel grito que parecía la pegatina en un cuaderno gris de los años de nuestra juventud. Diguem no. Manifestar ahora ese dibujo del alma no está de moda; vivimos en la época de las mayonesas ligeras, el pensamiento único y el pensamiento débil, y la disidencia -entre nosotros- se parece cada vez más, simplemente, al revanchismo, a la venganza viscosa, a los motivos del lobo que aúlla risitas contra los que no están con él. Cuando Juan Genovés, que ahora vuelve, ya más esperanzado y más claro, aún más poético y esencial, pintara aquellos seres atemorizados pero juntos, concentrándose o huyendo de los otros aullidos, estaba pintando también el grito de Raimon, con una voz similar: desgarrada, prolongada y civil, y no sólo estaba apuntando a la dictadura intempestiva en la que vivíamos: acaso quería fijar también algunos puntos esenciales de la dignidad humana, la capacidad que tenemos para solidarizarnos frente a la barbarie.
El tiempo pasa muy duramente por encima del paisaje de las ilusiones y de los principios, y parece que la edad -la edad del mundo, la edad del tiempo, como dice Carlos Fuentes- nos convoca a olvidar las razones del grito. A veces se grita porque no se entiende nada, a veces se grita porque no se recuerda, y a veces se grita en el silencio sin paredes del vacío; y en medio de los motivos del grito hay siempre el recuerdo noble de los que sufrieron por gritar, desde los ajusticiados de la historia hasta los que murieron de melancolía después del grito, como Miguel de Unamuno o como César Vallejo. El grito obsoleto es el que no se emite: la represión del impulso de oponerse, esos hombros relajados e indiferentes que parecen convocar la conformidad con la desidia. Ahora acaso esos personajes que gritaban en los antiguos cuadros de Juan Genovés son los que pasean, ya con el día más claro, con un libro y una rosa entre las manos, por las calles espléndidas de Barcelona, o los que acudían, también con un libro en las manos, a leer un trozo del Quijote en el Círculo de Bellas Artes. 0 los que pudieron ir al recital de Raimon en este mismo local de Madrid. El último fin de semana vimos una memorable sátira teatral de un joven escritor, Alberto San Juan (Animalario, Ensayo 100, hasta este fin de semana, con Guillermo Toledo, Natalie Posas, Ernesto Alterio y el propio autor como jóvenes actores) contra la indiferencia y contra la monotonía del teatro, que es un modo de la monotonía de la vida, y a favor de la risa, un grito saludable frente a la apatía: el público era joven y abundante, y parecía obvio que buscaba razones, que el texto de San Juan le daba, para decir no. Una joven brasileña del Movimiento de campesinos Sin Tierra de su país decía esta semana que en su tierra sobraba hambre y sobraban motivos para ese grito. Diguem no! El grito de Raimon no está obsoleto. Ojalá un día se pueda cambiar por otro más luminoso, aquel saludo brasileño que con tanta pasión como alegría cantaba el poeta Vinicio de Morais: Sarabá!
Babelia
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