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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El trueque de tejidos

El programa escogido por Duato para volver al escenario de La Vaguada está balanceado, comenzando con una pieza propia de su reciente etapa manierista que se ha reposado con el tiempo. Cautiva no es perfecto ni mucho menos, pero ahora se deja ver mejor, tras sutiles cambios. La música de Alberto Iglesias sigue siendo la excelencia del montaje. Dentro de este compositor están en distintas dosis Shostakovitch, Schinitke, Bloch y Scriabin, y de los más actuales, el agrio y desgarrado condimento de Pärt. A pesar de ello, su talento y originalidad emergen, su ingenio y artesanía salen victoriosos y ganan la partida a ese cúmulo de influencias bien asimiladas; digamos que es una música cultísima en sentido estricto y ése es un digno destino de cierto tipo de composición. Iglesias compone para ballet con un elevado sentido de lo escénico, con respeto hacia el movimiento que vendrá añadido después por el coreógrafo, y eso le hace merecedor de todos los elogios.La segunda pieza fue un hallazgo. El público enmudeció de emoción, de recogimiento ante el instinto casi animal de Naharin que desgranó su talante impulsivo, tanático, luchando a brazo partido con su parte oscura, buscando alivio en el agotamiento de todas las fuerzas. Arbos es parte del viaje a la semilla de este coreógrafo israelí. Todos los bailarines son Magadalena y Barrabás, y acaso uno, puede ser el Azazel, errante, desprotegido, con alguna misión imprecisa relacionada con la culpa, gozando con dignidad el tormento de su sangre. Bellísimo ballet compuesto sobre la no menos hermosa y fuerte partitura de Pärt, donde no falta una solemnidad que quiere decir esperanza, búsqueda de la luz, apoyos en el cuerpo amigo.

Compañia Nacional de Danza

Cautiva: Nacho Duato / Alberto Iglesias; Arbos: Ohad Naharin / Arbo Pärt; Self: N. Duato / A. Iglesias. Teatro de Madrid. 24 de abril.

Cerró la noche la creación más reciente de Duato, Self, una pieza hermética, sin demasiados rebuscamientos y donde el coreógrafo camina ensimismado en un río interior. Hay tinieblas, miedos, contactos nocturnos; acaso un bosque de deseos urbano que se expresa en esa ropa de after hours, muy apropiada para su danza atlética y expansiva. Self está hecho sin prisas y en la obra se verifica un cambio de piel, del negro al blanco, de la lana al algodón, de la noche a otra noche. En las alturas, la casa de la vida, la madre que centellea y advierte. Debajo, las huellas latentes del ansia. Hay poesía y se estrecha el cerco comunicativo e íntimo con el compositor. En Self Nacho se siente acosado por un paraíso que no lo es. La percusión llama al humor, y eso se expresa en el movimiento con detalles, chispas aisladas que son como bocanadas de aire fresco, girasoles en medio del vicio lunar. Este ballet de Duato quizá significa su entrada en la madurez y un cierto reposo, esmerado en la factura, atento al trabajo solista y profundizando como nunca en los contenidos dramáticos.

También fue la noche de un bailarín discreto y concentrado Antonio Calero, que en Arbos tuvo el papel más duro (donde a veces fue el José sin sus vestiduras y otras el David traicionado por sus hermanos) y en Self se entregó a un frenesí dramático de gran fuerza, de dolor verdadero.

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