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Desconfianza

Enrique Gil Calvo

El acuerdo al que han llegado patronal y sindicatos para pactar una reforma laboral constituye sin duda alguna la mejor noticia política que se ha producido en España desde hace muchos años. Así cabe considerarlo si pensamos que con él se despiertan algunas esperanzas para resolver nuestro más grave problema nacional: el desempleo crónico. Aquí sí cabe hablar de trascendencia histórica, y no en otros superficiales éxitos monetarios. Y el mérito no pertenece al Gobierno, como se atribuye sin venir a cuento, ni siquiera a la patronal, que no ha arriesgado un ápice, sino exclusivamente a los sindicatos (y en particular al equipo de Gutiérrez, fuertemente cuestionado por su izquierda, pues UGT bastante hace con digerir discretamente su propio pasado), que se han jugado casi todo apostando muy fuerte por un acuerdo quizá destinado a resultar fallido.Como es sabido, se trataba de imitar el modelo del acuerdo firmado entre israelíes y palestinos, que intercambiaron paz por territorios. Pues bien, aquí se ha tratado de ofrecer abaratamiento del despido a cambio de empleo estable y con derechos, por utilizar la fórmula de Antonio Gutiérrez, que ha sido el héroe de esta negociación. Y digo héroe porque un líder sindical debe tener mucho valor para atreverse a consentir un abaratamiento del despido bajo la incierta promesa de que, gracias a eso, los empresarios quizá se decidan a invertir, creando algún empleo futuro. Es una apuesta sumamente arriesgada que puede acabar mal, si no satisface parte de las expectativas que ha creado, pero que si acierta saldremos ganando todos, aunque luego el éxito sea expropiado por el Gobierno.

La evaluación del acuerdo es difícil, pues depende de demasiados imponderables. El autismo comunista lo ha rechazado, lo que indica un presagio favorable. Pero el clima patronal resulta poco propicio, a juzgar por algunas voces que continúan estimando difícil crear empleo al mantenerse el coste del despido por encima del promedio europeo. En todo caso, la concreción de las causas objetivas de despido procedente parece un avance indudable, que por sí sólo avala todo el acuerdo, dado que disminuye la inseguridad jurídica a la hora de invertir, reduciendo la incertidumbre. El resto, en cambio, parece más delicuescente. Es posible que el nuevo contrato indefinido de discriminación positiva (para mayores, jóvenes o parados de larga duración) resulte al final papel mojado. Y en cuanto a las medidas de reparto del empleo, ésta es sin duda una apuesta ociosa, sólo destinada a contentar a la galería. Lo que hace falta no es repartir el escaso empleo disponible (lujo que resulta carísimo) sino sentar las bases para que resulte barato ir creando más empleo estable.En fin, la mayor virtud del acuerdo es su propia firma. Y ello por dos razones: primero, porque revela un cambio muy positivo en la actitud sindical, y segundo, porque de ello se deriva un clima de mayor confianza en el futuro por parte de los agentes económicos: en especial de los emprendedores, que son quienes han de arriesgarse a crear empleo espontáneamente. Aquí está la clave.

Los monetaristas sostienen que la estabilidad macroeconómica es un prerrequisito del crecimiento, pero hoy España ha vencido la inflación sin que se recuperen el consumo ni la inversión. Y es que la condición necesaria y suficiente para que crezca el empleo es la confianza de los empresarios, que es algo que no depende del equilibrio monetario, sino de una variable exclusivamente política: la definición de la realidad. Este es el gran fracaso del Gobierno, pues es tanta la incertidumbre que introduce con sus arbitrariedades (como la ley de televisión digital aprobada el jueves) que, por mucho que bajen los tipos de interés, no logra crear el Clima de confianza necesario para que la demanda y la inversión se recuperen. Eso puede hacer que los éxitos de Rato y Arenas sean saboteados por los errores de Aznar y Cascos. Y al final, el acuerdo laboral podría resultar estéril.

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