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Clonación y biodiversidad

Hace apenas tres meses insistía yo en estas mismas páginas en la necesidad de introducir una profunda reflexión ética ante los impresionantes avances que la ciencia viene realizando en nuestro siglo, ya fuera en el campo de las telecomunicaciones como en el de la biogenética. En este último campo, el éxito en la clonación de una oveja en un laboratorio británico vuelve a poner de manifiesto la inaplazable urgencia de esa reflexión, que, por lo demás, no puede quedar al margen de la especulación filosófica, ya que -como es bien sabido- la ética forma parte de la filosofía.Por lo demás, también se sabe que la ONU trabaja en una carta sobre los límites de la ingeniería genética, lo cual, siendo importante, nos parece todavía insuficiente, puesto que lo deseable en principio sería un acuerdo universal sobre algo de tanta trascendencia y que afecta de manera decisiva al futuro de la especie humana. En esta línea van las breves reflexiones que aquí ofrezco al lector.

El avance en la investigación sobre genoma humano ha alcanzado ya cotas tan altas que permite realizar intervenciones genéticas de consecuencias todavía insospechadas. Estamos en los inicios de una nueva era de productos transgénicos, que pueden afectar tanto al mundo vegetal -las plantas transgénicas han empezado a comercializarse- como al animal -hay ya algunos "monstruos" que han paralizado a los investigadores-. No es insensato pensar a estas alturas que algún día podremos crear "centauros", dándole la razón a la vieja mitología. Me limitaré aquí a prestar atención, dentro del inmenso campo de la ingeniería genética, al problema de la clonación de seres humanos, posibilidad puesta en evidencia tras el nacimiento de la oveja Dolly.

La primera cuestión que nos asalta es la de la posibilidad misma de que tal experimento pueda realizarse en seres humanos, y no ya por principios éticos -sobre los que luego hablaré-, sino por una simple y sencilla imposibilidad real. No me estoy refiriendo aquí a presupuestos religiosos, ya que la ciencia parte de una desacralización de la realidad, sino a presupuestos filosóficos, que ponen en entredicho una "verdad" aceptada secularmente y que de momento no ha sido desvanecida por ningún avance científico. Es lo que los filósofos clásicos llamaban principio de individuación, según el cual todos y cada uno de los seres humanos tenemos una singularidad propia que nos define como personas, es decir, como seres únicos e inintercambiables en virtud de la propia especificidad. Esto quiere decir que, aunque todos seamos iguales en cuanto seres humanos, somos diferentes en cuanto individuos, y si hacemos desaparecer ese reducto íntimo y único de nuestra individualidad habremos desaparecido como seres humanos. ¿Es posible hacer desaparecer científicamente ese reducto íntimo de la propia personalidad, mediante la clonación de seres humanos? He aquí la gran pregunta que la filosofía hace a la ciencia, negándose -al menos, de momento- a admitir semejante posibilidad.

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La segunda cuestión afecta directamente a la inadmisibilidad ética de la posibilidad apuntada, inadmisibilidad que viene científicamente apoyada desde los avances producidos en el conocimiento del medio ambiente. Me refiero al principio ecológico de la biodiversidad, según el cual todo ecosistema necesita para mantenerse estable y sano mantener la diversidad biológica que lo alimenta; la destrucción de cualquier factor aislado del mismo acaba, por tanto, destruyendo o degradando el conjunto. En definitiva, la naturaleza exige para mantener su equilibrio una diversidad biológica permanente. Pues bien, este principio ecológico puede y debe aplicarse también al ser humano, como ha demostrado la antropología, mediante los conceptos de endogamia y exogamia, según los cuales ninguna comunidad humana puede mantener el deseable nivel de salud y desarrollo sin un mínimo de intercambios étnicos: endogamia exclusiva conduce a la parálisis y la esclerosis, mientras la exogamia total conduce simplemente a la desaparición del grupo. El equilibrio entre endogamia y exogamia es el equivalente humano de la biodiversidad en la naturaleza.

Las anteriores reflexiones sobre la biodiversidad pueden igualmente aplicarse a la cultura. Toda cultura necesita del intercambio con otras culturas, ya que el alimentarse sólo de sí misma le conduciría inexorablemente a su propia destrucción; por eso toda cultura es mestiza, y si deja de serlo está condenada a la desaparición. He aquí el argumento más fuerte para la defensa del pluralismo cultural, que es a su vez una traducción al plano de la cultura del principio de la diversidad.

Este principio subyace a una de las tendencias filosóficas más extendidas actualmente: la filosofía de la diferencia, que en realidad representa una reacción frente al racionalismo que ha imperado en la tradición occidental desde los primeros tiempos, conduciendo a una sociedad que -con el impulso añadido del desarrollo industrial- resulta cada vez más homogénica y uniformada; así surgen movimientos como el existencialismo, el "deconstructivismo" o la posmodernidad, reafirmando ese valor de la diferencia frente a un mundo donde los seres humanos tienden a convertirse en números. A eso, en definitiva, conduciría una civilización de seres clonados, que al no distinguirse unos de otros tendrían que ir numerados, incluso para andar por la calle.

José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense.

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