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Sustos de infarto

El estrés provoca trastornos que se confunden con problemas cardiovasculares

J. P. Agudo, consultor de comunicación de 42 años, no podrá olvidar aquel día de mayo en que creyó sufrir un infarto y hasta temió no poder contarlo. Todo comenzó cuando conducía por una autopista periférica de Madrid, camino de una reunión de negocios: "Empecé a notar una fuerte opresión en el pecho. Sentía que me asfixiaba, que me faltaba el aire".Al principio creyó que "era el estrés", porque llevaba una semana de intenso trabajo y se veía algo alterado. "Paré el coche en el arcén", cuenta, "me desanudé la corbata e intenté relajarme. Pero, lejos de sentirme mejor, me invadió una horrible sensación de mareo. A todo esto, el coco empezó a funcionar, me asusté y pensé que me estaba dando un infarto. Como pude, salí del coche y pedí ayuda".

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Le llevaron al hospital más cercano y, tras una completa exploración médica, le dijeron que no había sufrido ningún episodio de enfermedad coronaria, sino una crisis de ansiedad. "Me prescribieron tranquilizantes", añade, "me aconsejaron que intentara tomarme la vida de otra manera y que visitara a un psiquiatra. Yo no salía de mi perplejidad, porque siempre he sido una persona con mucho autocontrol".

Dolor opresivo

Como señala Jerónimo Saiz, jefe del servicio de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal, de Madrid, las crisis de ansiedad se suelen manifestar con un cortejo de síntomas físicos que pueden ser similares a los de un infarto. "A veces estas crisis", expresa, "están provocadas por situaciones de estrés u otros acontecimientos externos al sujeto, pero no necesariamente tiene que haber un desencadenante, ya que también pueden aparecer y repetirse sin que exista una causa".Según apunta este psiquiatra, es fundamental descartar la presencia de enfermedad coronaria o cualquier otra dolencia física para, una vez confirmado el diagnóstico, instaurar el tratamiento, que se basa en fármacos tranquilizantes y psicoterapia.

Pedro Zarco, catedrático de cardiología de la Universidad Complutense de Madrid, advierte de la importancia de consultar a médico o acudir a urgencias lo más precozmente posible ante la sospecha de un infarto. "En un episodio coronario", dice, "lo habitual es que aparezca dolor opresivo en el centro del pecho, es decir, en la llamada zona de la corbata. Este dolor también se puede irradiar hacia el brazo izquierdo, los dos brazos o el cuello. Asimismo, pueden aparecer náuseas, disnea y taquicardia o bradicardia, o sea, aceleración o enlentecimiento del ritmo cardiaco".

La concurrencia o no de uno o más factores de riesgo cardiovascular en el paciente es en principio un elemento predictivo clave de enfermedad coronaria. "Éste es uno de los primeros aspectos", dice Zarco, "que valoran los servicios de urgencias. Porque si una persona no está obesa ni es diabética ni fumadora y no sufre hipertensión ni tiene el colesterol alto, es muy improbable, aunque no imposible, que lo que parece un infarto lo sea. Puede tratarse de una pericarditis, que es la inflamación del pericarpio o envoltura del corazón y que suele ser de origen vírico o desconocido. La trombosis pulmonar o la disección de la aorta son otros procesos que también tienen síntomas análogos al infarto".

Zarco admite que los médicos, incluidos los cardiólogos, se pueden equivocar en la interpretación de los síntomas, cuando se convierten en pacientes, hasta que las pruebas médicas confirman el diagnóstico. "Yo mismo tuve una pericarditis", confiesa, "y ante el primer síntoma, que fue el dolor en el pecho, creí que estaba sufriendo un infarto".

E. S., jubilado de 68 años, también recibió un susto de infarto, cuando el verano pasado empezó a sentir "un horrible dolor en el centro del pecho, estando tan tranquilo en la sobremesa de una cena familiar". Según cuenta, a los pocos minutos de estar con este "espantoso dolor" que le obligó a tumbarse en la cama, su familia llamó a un vecino médico. Cuando llegó, el dolor había empezado a ceder sensiblemente.

E. S. se sintió doblemente aliviado cuando eructó varias veces. Su problema se lo habían producido los gases. "Nunca me había ocurrido- y jamás habría sospechado que pudieran causar este dolor", explica.

Como sugiere Manuel Díaz Rubio, catedrático de medicina interna y jefe del servicio de aparato digestivo del hospital universitario San Carlos, de Madrid, las enfermedades del esófago, y principalmente el reflujo gastroesofágico, cursan con un fuerte dolor torácico, que se puede irradiar al cuello y brazo izquierdo.

"Existen otros tantos procesos agrega, "que se expresan con una sintomatología que recuerda a la del infarto, como el prolapso de la válvula mitral, las infecciones del mediastino, las lesiones de los músculos intercostales o la osteoartritis".

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