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Martes negro

Hoy es, era, debería haber sido, una jornada normal en mi barrio, en mi calle. Feliz, si me apuran, pues el sol ha brillado con fuerza, el cielo estaba tan azul como en los mejores tiempos de esta ciudad y, bueno, ETA no ha asesinado aún a nadie, a pesar de que son ya las seis y media de la tarde cuando me siento a escribir estas líneas de desahogo. Porque a la larga, y a lo tonto, el día ha resultado patético. Un martes cualquiera, ni trece ni nada.La pesadilla comenzó hace veinticuatro horas, cuando al volver a casa descubrí ante nuestro portal, y ante nuestros hermosos árboles, la prohibición de estacionar... ¡por poda! El holocausto estaba previsto para hoy. ¿Qué se puede hacer ante la fuerza de la sinrazón? Morir matando, dejarse exterminar mansamente o actuar en forma civilizada, que viene siendo lo mismo. Pero uno no sabe ni quiere matar, de modo que lo que yo hice, tratando de sobreponerme a las palpitaciones, la angustia, la náusea, fue telefonear a la señora concejala de mi distrito, que no estaba, a todos los números de información del ayuntamiento, que tampoco respondían, y por fín al 010, donde, increíblemente, no sólo me contestaron, sino que quien lo hizo resultó ser una informada y amable señorita, aunque con un nombre muy raro (Posición Ocho), a la que expuse mis cuitas. ¡Y me escuchó! Cuando terminé mi entrecortado relato me aseguró textualmente que "introducía mi llamada en el Buzón de Parques y Jardines" y que la registraba con el número 75.467. También, y en vista de la urgencia del caso, me facilitó el número del fax de la señora concejala, a la que expliqué con mesura, algo más calmado, mis razones para oponerme a la poda: "Se trata -escribí- de que los árboles no están sólo brotados, sino crecidos y frondosos, como consecuencia de la primavera anticipada, que disfrutamos, por lo que la poda, en tales circunstancias, constituiría un daño irreparable para ellos y para los vecinos, que gozamos de su sombra, su oxígeno y su belleza. Espero de su amabilidad, comprensión e inteligencia..". Luego, muchas horas más tarde, me resultó imposible conciliar el sueño, y eso que desde el mes de noviembre recurro a los somníferos, por prescripción facultativa, para no perder la cordura o morirme directamente a consecuencia de los ruidos espantosos -tantas veces y tan inútilmente denunciados- que de madrugada produce el Excelentísimo Ayuntamiento. Dupliqué la dosis, dormité un par de horitas y me desperté horrorizado por una explosión que resultó ser onírica y endógena: en los primeros instantes de desconcertada duermevela pensé que alguien había volado la casa de enfrente... o lo árboles de mi puerta. Enseguida, despierto del todo, me llegó el estruendo, ya exógeno, de los asesinos tubos tonantes del citado y siempre Excelentísimo Ayuntamiento: eran las siete y media de la mañana, y era ya hoy, el martes negro.

Ha vivido sin vivir en mí las horas subsiguientes. Osé asomar la nariz a la calle a la una: no había pasado nada. Los dos plátanos, sanos, fuertes, umbrosos, continuaban intactos. ¿Habrían funcionado la amabilidad, comprensión e inteligencia de la señora concejala? En cualquier caso, ¿por qué iban a podarlos? Tenían un parterre para ellos solos, compartido con. un par de abetos. Ni siquiera daban sus ramas sobre la acera y les quedaba todo el espacio del mundo para seguir creciendo... A las tres seguía sin pasar nada y yo, más tranquilo, me puse a trabajar sin meterme con nadie y sin escuchar ningún ruido interior, hasta que a las seis comenzó a sonar desesperadamente el telefonillo. Era mi mujer, llamando desde la calle, sacudida por un ataque de tos, pero al fin logré entenderla. Había sucedido: ni amabilidad, ni comprensión. Bajé. Los sayones marchaban ya con el triste trofeo de su delito en un camión. Los dos frondosos, queridos plátanos, privados de sus ramas y brotes. Han venido a por ellos y sólo a por ellos. Parecía una venganza... y puede que lo fuera.

Treinta años contempIándolos, amándolos, gozándolos, aguardando la culminación de su belleza amiga. Y ahora, que había llegado, nos privan de ella. Estúpida, huera, estérilmente; con premeditación alevosa, nos la han robado.

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