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Aviso de nuevas tragedias

Emilio Menéndez del Valle

Mayo de 1996. Colegio Dardadnia de Pristina, capital de Kosovo, la región meridional serbia con mayoría albanesa (90%). Tres mil alumnos: el 80% de ellos albaneses; el resto, serbios.Hace apenas un año, Ángel Santa Cruz relataba en estas páginas cómo unos y otros entran y salen por puertas diferentes, no coinciden ni se mezclan nunca; pero tampoco se ven por los pasillos, porque en 1992, a lo largo de todo el edificio, los serbios construyeron un muro para evitarlo. Y quizá también para impedir que los albaneses comprueben que los serbios ocupan la mayoría del edificio físico escolar, amplio y bien dotado, mientras que ellos estudian, si pueden, en el hacinamiento.

Marzo de 1997 Tatovo, norte de Macedonia, ciudad fronteriza con Kosovo, con una fuerza preventiva de la ONU sobre el terreno y una universidad con mayoría albanesa donde en 1995 se produjeron graves incidentes de carácter étnico. Arban Xhaferi, líder que no se considera macedonio, sino albanés que vive en Macedonia, declara a la prensa extranjera: "No podemos formar parte de Macedonia si hay sólo una lengua oficial y una cultura reconocida que no son las nuestras".

Es sabido que, en la antigua Yugoslavia, serbios, musulmanes y croatas convivieron pacíficamente durante generaciones y los matrimonios mixtos abundaban. A pesar de ello, hemos conocido la tragedia yugoslava. Los albaneses de la antigua Yugoslavia vivieron tradicionalmente apartados del resto y nunca practicaron el matrimonio mixto, lo que no es extraño si nos atenemos al relato del colegio Dardania de Kosovo. Pero tampoco lo hacen en la actual Macedonia, y el propio Xhaferi declara, ufano, a The New York Times: "Podemos vivir cerca, pero nunca mezclarnos con los macedonios".Después de la disolución interna del Estado que hemos presenciado en Albania en las últimas semanas, ¿se desintegrará también en un futuro no muy lejano la frágil Macedonia? ¿Será Kosovo lo que encienda la mecha? ¿Habrá nuevas matanzas a la yugoslava? ¿Asistiremos una vez más, atónitos pero escépticos, insensibles o escalofriados, aunque curados de espanto, a otra tragedia? ¡Qué desvergüenza referirnos de continuo a las tragedias, utilizando el término como si de un desastre, de una catástrofe natural o de un terremoto se tratase? ¿Tragedia? ¿Qué tragedia, cuando hay responsables subjetivos y circunstancias objetivas concretas y bien determinadas? ¿Dónde está la comunidad internacional, que sigue sin saber actuar, a tiempo?

Es verdad que existe la solidaridad internacional. Que la Unión Europea -por ejemplo, a través de su agencia humanitaria ECHO- lleva a cabo una muy importante y estructurada labor de ayuda en la mayoría de las zonas donde se producen las tragedias. Sin embargo, como ha declarado en más de una ocasión Emma Bonino, la comisaria europea para Asuntos Humanitarios, la ayuda humanitaria no puede sustituir a la acción política a la hora de evitar las crisis. La propia Bonino se lamenta de que muchas veces no funciona la vertiente política, sólo la humanitaria. Y la ayuda, como su mismo nombre indica, puede contribuir a aliviar, pero no a eliminar las causas -políticas, sociales, económicas, culturales- que a menudo sumen a millones de personas -no simple estadística- en la miseria, el hambre y la desesperación.

Desde el final de la guerra fría (recuérdese que terminó tan sólo hace unos pocos años), más de cincuenta conflictos armados han asolado diversas partes de mundo. La acción humanitaria es imprescindible para paliar las consecuencias de la barbarie, pero a los bárbaros hay que hacerles frente, primero políticamente, y, si ello no fuera suficiente, mediante una acción internacional de policía o militar, democráticamente dirigida.

Con ello tal vez no borremos la impresión que tiene Ernst Jünger de que "este siglo ha sido uno de los más espantosos de la historia", pero quizá podamos soslayar su premonición de que "el siglo XXI será la época en que regresen los titanes".

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