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Reportaje:EXCURSIONES: TEJOS DE RASCAFRÍA

Eterno veneno

Estos árboles legendarios, tóxicos y muy longevos han sobrevivido entre las nieblas del alto Lozoya

Inmortal y ponzoñoso, temido y venerado, el tejo ha ocupado desde edades remotas un lugar preeminente en el bosque de los mitos. Los griegos, que juzgaban este árbol procedente de las regiones infernales, lo consagraron a la diosa Hécate, sin perjuicio de consagrarles también a sus enemigos unas cuantas saetas impregnadas con su veneno. Teofastro, Dioscórides, Plinio y compañía ratificarían luego en sus escritos lo que aquellos sagitarios habían demostrado: que el tejo mata.Otra vieja creencia era la de que el tejo podía llegar a vivir más de mil años (en Cantabria, junto a la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, del siglo XI, hay uno que se dice contemporáneo de ella). Su longevidad, a la par que su follaje perenne, hacían de él un símbolo de vida eterna que cuadraba a la perfección en los camposantos.

Fuera ya del paraíso de los mitos, los farmacéuticos han confirmado que el Taxus baccata contiene en casi todos sus órganos un alcaloide, la taxina, que es un veneno para el sistema nervioso y el corazón. Y en cuanto a su larga vida, se citan ejemplares que han sobrepasado los dos mil años. Mejor combinación que ésta (toxicidad y longevidad) no se puede pedir para garantizar la supervivencia de una especie, y en buena lógica nuestros montes deberían estar pletóricos de tejos, pero el futuro es de las ratas y las cucarachas, que se multiplican con rapidez; no de los tejos, cuyo su crecimiento parsimonioso se compagina mal con las urgencias del hacha, que siempre ha codiciado su madera dura, compacta, elástica, imputrescible y tan resistente, que es fama que un poste de tejo dura más que uno de acero. Si a tal expolio sumamos que el clima es cada vez menos benigno (el tejo apetece nieblas y primaveras sin hielos), pues apaga y vámonos.

Especie protegida

En Madrid los tejos han sido declarados especie protegida (1985) y se encuentran, no sin dificultad, diseminados por los barrancos y vaguadas de Somosierra, Montejo, Miraflores, Pedriza, Canencia y valle de la Fuenfría. Pero quizá el único grupo que merece el nombre de tejeda es el que jalona el arroyo de Barondillo, en la ladera nororiental de Cabezas de Hierro, cerca de las fuentes del Lozoya, que aquí es aún Angostura.El camino de la tejeda nace a siete kilómetros de Rascafría, en la margen izquierda de la carretera que sube hacia Cotos, y es una pista cerrada al tráfico que primero corre río arriba por la orilla de la Angostura para, a los dos kilómetros, salvar la corriente por un puente de piedra y proseguir luego a mano siniestra ascendiendo en zig-zag por la excelsa pinada de la Sociedad Belga de los Pinares del Paular. Cuatro kilómetros más allá la pista se extingue a la vera del arroyo de Barondillo, en el paraje denominado Raso del Baile frente a los tejos. Con sus hojas aciculares y su desgarbada copa cónica, estas coníferas pueden no decirle al visitante mucho más que un abeto: pero si cruza el arroyo y se acerca más, verá ejemplares tan soberbios como el Tejo de la Roca, contorsionándose como una hidra entre los canchos de su base; o como el anciano tejo que, 100 metros aguas abajo, parece estar a punto de expirar por su tronco hueco de 10 metros de circunferencia. El doctor renacentista Andrés Laguna, al tratar sobre el tejo, creyó preciso prevenir a los hombres sobre su maldad: "Quise aquí recitar su historia para que se guarde cada uno del". Hoy, que se han vuelto las tornas, nos atrevemos a corregir: "... para que cuidemos todos de él".

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