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Clinton y las libertades civiles

Uno de los aspectos más decepcionantes del comportamiento de Bill Clinton como presidente ha sido su aprobación de restricciones a las libertades civiles, y en algunos casos, por propia iniciativa. Es un espectáculo extraordinario, en el que un antiguo alumno de Rhodes, licenciado de la Facultad de Derecho de Yale, antiguo profesor de derecho constitucional, gobernador de un Estado y presidente nacional que ha jurado repetidamente defender la Constitución, haya limitado con pleno conocimiento el derecho histórico a cuestionar el poder arbitrario y los potenciales errores judiciales.El proyecto de ley antiterrorista que firmó en abril de 1996 incluye una disposición importante que no tiene nada que ver con el terrorismo, pero sí con las oportunidades de defensa de las personas juzgadas en los tribunales del Estado por asesinato y otros delitos graves. Esa disposición limita, seriamente el uso del auto histórico del hábeas corpus.

Para entender el significado de esta norma, aparentemente técnica, para "simplificar los procedimientos y acelerar la justicia" hay que darse cuenta de que: 1) la gran mayoría de los delitos cometidos en EE UU caen bajo la jurisdicción estatal y no la del Gobierno federal; 2) que el auto de hábeas corpus es el medio principal con que cuentan los detenidos en los países de habla inglesa (los que tienen un sistema legal anglosajón) para defenderse contra detenciones arbitrarias o para que sus condenas sean revisadas por una autoridad superior.

El auto de hábeas corpus, aprobado por el Parlamento británico en 1679, pretendía proteger tanto a los criminales acusados como -a los disidentes político-religiosos. No se refería a la cuestión de la culpabilidad, sino que comprobaba que el acusado había tenido un "proceso justo" y que se le había tratado justamente (no le habían torturado ni engañado para confesar, etcétera) mientras estaba a la espera de juicio. En Estados Unidos, las pautas de justicia varían mucho de Estado a Estado, y para las personas de color pueden ser decididamente más bajas que las de Inglaterra en el siglo XVII. El uso más importante, con diferencia, del auto de hábeas corpus ha sido para apelar sentencias de tribunales estatales alegando que los derechos legales del acusado han sido vulnerados en el curso de su detención y juicio.

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No cabe duda de que muchos acusados culpables han abusado de este proceso de apelación. Pero tampoco cabe duda de que muchos acusados no pueden pagar sus propios abogados, que se sienten intimidados por la policía y el sistema judicial y que se enfrentan a prejuicios raciales o de clase por parte de los funcionarios y jueces del Estado, han sido condenados injustamente o han recibido sentencias mucho más severas de las que hubiera recibido una persona de posición económica o racial privilegiada.

La opinión política derechista de Estados Unidos lleva décadas movilizándose para, restringir el auto de hábeas corpus, en gran parte por el interés de cumplir una sentencia de muerte o de deportar a un extraño "indeseable" más rápidamente. El presidente sabe esto tanto o más que el que escribe estas líneas y hubiera preferido que el proyecto de ley antiterrorista no incluyera las disposiciones que anulan el auto histórico, pero firmó el proyecto de todas maneras.

Hay una disposición similar en el reciente proyecto de ley de inmigración por la que se prohíbe que los: tribunales federales revisen las decisiones tomadas por el Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN). Técnicamente, esto no es una cuestión de hábeas corpus, porque el SIN no es un tribunal, sino un organismo administrativo. Pero el efecto es el mismo: privar al inmigrante de cualquier recurso contra las decisiones administrativas, que podrían ser totalmente arbitrarias e injustas. Una vez más, el presidente hubiera preferido que el proyecto de ley no incluyera esta disposición, pero lo firmó.

A pesar de su propia preparación jurídica, el presidente parece ser una de esas personas que creen que una "buena" causa moral hace permisible que se infrinjan normas legales estrictas. Con su aprobación, docenas de ciudades estadounidenses han aprobado leyes de toque de queda al creer que si todos los adolescentes de 16 años estuvieran en casa a las diez de la noche habría menos criminalidad en EE UU. Evidentemente, si ningún joven pudiera salir de casa una vez anochecido, se cometerían menos robos y violaciones. Pero es igualmente evidente que la gran mayoría de los ciudadanos respetuosos de la ley se verían imposibilitados de seguir con sus ocupaciones legítimas. Los toques de queda castigan inevitablemente a todas las categorías de personas y también inevitablemente implican una vigilancia injustificada que más tarde puede tener como resultado numerosas formas de chantaje. Afortunadamente, muchas de las ciudades que sobre el papel tienen toque de queda, de hecho no lo ponen en práctica.

Hablando de vigilancia, el, presidente también ha, hablado claramente a favor de prohibir la blasfemia y la pornografía en Internet y de colocar chips antiviolencia en los aparatos de televisión de forma tal que los adolescentes no se vieran expuestos a imágenes y palabras indeseables a juicio de alguna autoridad de Washington o de Hollywood. Dice mucho del Primer Padre que desee elevar los niveles de moral de Estados Unidos, pero es desalentador que un abogado diestro opte por no darse cuenta de cómo esas formas de censura constituyen una violación de las libertades civiles, que son la principal contribución anglosajona a la civilización humana.

Las libertades civiles no son necesarias para proteger las preferencias de la mayoría. Existen para proteger a las minorías impopulares contra la potencial tiranía de la mayoría. No hay ninguna objeción legal a que los padres controlen la televisión que ven sus hijos en edad escolar, pero sí todas a que organismos gubernamentales, o autodesignadas autoridades morales, impidan la libertad de palabra, prensa y difusión.

La defensa de las libertades civiles es necesaria, especialmente en dos tipos de situación: cuando hay personas que han sido condenadas por crímenes atroces, y cuando, hay opiniones y actos que se consideran inmorales", "antiamericanos" o inaceptables de cualquier otra, forma para las minorías militantes que poseen poder y prestigio social. Sin el auto del hábeas corpus, los desfavorecidos carecen de defensa contra el error judicial. Sin el estricto mantenimiento de la libertad de expresión, las personas que se salen del "cauce" pueden verse penalizadas por su independencia espiritual.

Un pequeño consejo para los hombres que viajan a California: no lleven barba si conducen. Durante el año que yo experimenté con este tipo de adorno en particular, me pararon en repetidas ocasiones y me pidieron que mostrara distintas f'ormas de identificación. En los 30 años que han pasado desde que me la afeité no me han parado ni una sola vez. Tengo la suerte de ser blanco. De haber sido negro, es muy posible que hubiera necesitado un auto de hábeas corpus.

Gabriel Jackson es historiador.

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