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Marte ataca

Juan José Millás

No hace muchos años tuvimos en esta ciudad una época de esplendor cultural que se manifestaba en el empeño, reiteradamente expresado por la clase media madrileña, de que sus cenizas fueran arrojadas al Mediterráneo.-¿Qué hacemos con tus restos mortales, papá?

-Incinerarlos y arrojarlos a las costas de Benidorm desde un acantilado.

A lo mejor en Benidorm no había acantilados, pero te subías en una piedra y hacía el mismo efecto. La cosa es que las cenizas fueran agitadas por el viento. El Mediterráneo era la cuna de una cultura milenaria, etcétera, a la que regresabas tras tu peripecia terrenal. Allí llevaban esperándole a uno desde la eternidad los dátiles, los dioses griegos, el aceite de oliva de Vicent y el sabor amargo del llanto eterno que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul para que pintes de azul sus largas noches de invierno. Casi valía la pena morirse: era mejor escuchar esa canción de Sérrat todo el rato que ir a la oficina. Así que estabas en el despacho pegando pólizas o haciendo anotaciones en el libro mayor, cuando el de al lado le pedía permiso al jefe para tomarse un par de días de vacaciones.

¿Y eso?

-Vamos mis hermanos y yo a Benidorm para arrojar al mar las cenizas de papá. Fue su última voluntad.

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-¿Por lo de los atardeceres rojos y todo eso?

-Ya ves tú.

Parecía que no, pero en el deseo repetido del encuentro con la sopa primordial veía uno alguna posibilidad de trascendencia. Quizá no había, Dios, pero el Mediterráneo, perfumadito de brea, le sustituía con bastante dignidad.

Luego, de repente, sucedió algo incomprensible y la clase media madrileña empezó a pedir que echaran sus cenizas al estanque del Retiro. Algunos deudos las arrojaban con urna y todo, para que no contaminaran el ambiente. Y bueno, a este estanque le podemos encontrar muchas virtudes, pero es preciso admitir que se trata de un lugar poco dotado para las ensoñaciones mitológicas, incluso con un par de cubalibres en el cuerpo.

Lo que sí tiene son unos peces oscuros, sin escamas, que parecen un cruce de calcetín sarnoso y rata. Así que cuando uno pide que arrojen sus restos mortales a esas aguas inmundas es porque tiene menos fe en la retórica del más allá que en la del presidente del Congreso (el de las vacunas). En cierto modo, es una forma de testamento ideológico, un grito de desesperación con el que se intenta decir a los seres queridos que no se dejen engañar porque todo es una mierda, con perdón, incluido el Mediterráneo, donde los salmonetes se alimentan de los restos fecales producidos por los turistas de Escandinavia.

Dentro de nada, si continuara acrecentándose esta pérdida de fe en la otra vida, comenzaremos a pedir que arrojen nuestras cenizas al retrete: finalmente, todo lo que se echa por ese agujero llega tarde o temprano al mar y quizá antes que en automóvil, sobre todo si tus deudos aprovechan un puente para llevar a cabo el ritual escatológico.

Total, que Madrid, visto lo visto, es la demostración palpable de que no existe el más allá ni el más acá, sino que hay lo que hay: una inmensa bola de nada con la cáscara de asfalto. Pierden el tierno y las energías los arqueólogos intentando convencer al alcalde de que hay vida en las entrañas de la plaza de Oriente.

Si la hubiera, a Álvarez del Manzano le habría sucedido algo malo y ahí lo ven, cada día más sonrosado y satisfecho de sí mismo. Este hombre es la prueba no ya de que no hay Dios, sino de que no existe la historia del pensamiento, ni la del arte, ni la de la arquitectura. Sólo existe el cocido y, si acaso, una vaga forma de urbanismo monárquico que evoca los esquemas mortuorios del domingo por la tarde. Qué daño está haciendo al pueblo de Madrid este alcalde tan despiadadamente ateo.

Quizá en la agonía que Provocan sus manifestaciones públicas resida la explicación de que a la gente, con tal de huir, le dé ya lo mismo el Mediterráneo que el retrete de su casa. Porque lo cierto es que estas cosas no pasaban antes. Marte ataca.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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