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El suspenso del empollón

La noticia que en las últimas semanas ha conmovido a Europa es que ni siquiera es seguro que Alemania cumpla los requisitos de Maastricht. El dato inesperado que levanta un torbellino de dudas es la fragilidad del país que nos tenía acostumbrados a servir de locomotora a la economía europea. El déficit sigue sin controlarse, y cada día se descubren nuevos agujeros, el producto interior bruto crece más lentamente de lo esperado, el desempleo, ha alcanzado la cifra más alta ' desde la posguerra, amenaza incluso con repuntar la inflación y la estrella del canciller Kohl otra vez parece que se apaga. Aunque en la Europa comunitaria se perciba la alegría que invade a la clase cuando el alumno aventajado falla un examen, la noticia es mala para todos.Según nos acercamos a la fecha límite sin tener los deberes acabados, importa en la última fase sortear dos peligros: el primero, que se utilice la coyuntura para llevar el agua al molino de los enemigos di la moneda única que echan la culpa de que no se reduzca el paro a la política de control del gasto, olvidando que el desempleo sólo se mantiene en términos razonables allí donde, como en Holanda 0 Dinamarca, se ha logrado disminuir el déficit. Aunque no hubiera el imperativo de Maastricht, habría que llevar adelante una estricta política de gasto como medio dé controlar una inflación que, además de otros muchos males conocidos, llevaría consigo un mayor desempleo. Pero conviene también denunciar un segundo peligro, mucho más operativo y amenazante que proviene de la derecha pura y dura, y que consiste en convertir los preparativos para la moneda única en la ocasión pintiparada para tirar por la borda el modelo europeo de "capitalismo social", y reemplazarlo por el "salvaje" que predican los ultraliberales. Porque por mucho que se identifique a Europa con el capitalismo social -en la reciente conmemoración del primer centenario del nacimiento de Ludwig Erhard se han pronunciado en Alemania los discursos más convincente! sobre los límites del mercado y la necesidad de combinarlo con una política social autónoma- aumenta la presión de los que quieren aprovechar la introducción del euro para terminar de desmontar el Estado de bienestar y, si se tercia, aspectos fundamentales del Estado social.Ante las dudas que se acumulan al no sobrepasar el listón ni siquiera los mejores alumnos, conviene tener presente que nos estamos aproximando a la velocidad de despegue, sin que quepa ya frenar, ni mucho menos dar marcha atrás -si la moneda única quedase en agua de borrajas, son muchos los factores desequilibradores que empezarían a actuar hasta poner en cuestión el grado de integración alcanzado- pero tampoco cabe asumir un debilitamiento de los requisitos fijados que: pudieran afectar a la estabilidad del euro. Lo necesitamos fuerte y en los plazos fijados; si para reducir imprevistos hubiere que flexibilizar las fechas, sólo cabría adelantarlas. Lo que parece inadimisible es que como única forma de asegurar tanto la fortaleza del euro como el cumplimiento de los plazos no se piense mas que en dejar en la estacada a los países del sur. En una entrevista publicada en Die Zeit el pasado 28 de febrero, el presidente del Gobierno italiano, Romano Prodi, advierte tanto de las consecuencias nefastas de retrasar la entrada del euro, como de la fragilidad de cualquier moneda comunitaria que quedase fuera, diana de todas las presiones especulativas, pero acepta esta eventualidad en una primera vuelta, si se diera la garantía de entrar a más tardar en dos años. "Con esta garantía estaríamos de hecho dentro; sin ella nos quedaríamos realmente fuera". Se trata de un compromiso que, al compaginar intereses primordiales del Norte y del Sur, tal vez habrá que tomar en consideración cuando llegue el día, Tan importante como saber quiénes van a entrar, es conocer cómo van a quedar los que permanezcan fuera contra su voluntad.

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