Sermonear
La señora Susanna Tamaro nos ha endilgado un apabullante sermón en su última novela, Anima mundi. Se veía venir, aunque algunos aún lo ponían en entredicho. Confirmado: o la gracia divina o la nada. A lo mejor es ya un síntoma de aquella predicción de André Malraux sobre la naturaleza religiosa del siglo XXI ("será religioso o no será").Pobre síntoma éste, si es que alcanza la categoría de tal. Lo inquietante, con todos es que la señora Tamaro no está sola en su afán sermoneador. Ni en Italia, ni en España. Hay demasiada gente que, pluma o micrófono en ristre, se empeña todos los días en recordarnos lo malos que somos, las malas cosas que leemos o vemos, cuánta corrupción nos rodea. Cuando uno era pequeño había un cura que echaba por la radio unos sermones de no te menees. Pues en los sermones estamos. Han pasado cuarenta años y como si nada. O casi nada (por aquello de la libertad de opinión).
El espíritu del 68 fue, hoy lo sabemos, diabólico, y si no que se lo pregunten ala señora Tamaro, pero al menos tuvo algo bueno: aquel "No nos cuentes tu vida" con que un presunto líder francés fue acogido por entonces en la Universidad de Madrid. Se defendía así, aun entre gritos y gestos desgarrados, lo privado, lo personal, lo íntimo. Hoy los sermoneadores están dispuestos & abolirla frontera entre lo que pertenece estrictamente a la conciencia individual y lo que es público.
Pones la radio a las ocho o las nueve de la mañana -o a las cinco o las seis de la tarde, o a las diez o las once de la noche- y no sólo es que hayan hecho ya picadillo con el político de turno, es que siempre hay un tertuliano -en cursiva, aunque la palabra figure en el diccionario- o un monologante que te está echando la bronca por la escasa virtud que acreditas. Esto no pasa sólo en algunas radios; sucede también en los periódicos, en algunos periódicos, donde bullen predicadores de oficio y de beneficio dispuestos a demostrarte que o te enderezas o tu alma camina por la senda de la perdición. Tu alma de mal demócrata, o de insensible enamorado, o de lo que sea.
La señora Tamaro no es más, que una gota, aunque en libro y con muchas pretensiones, de este océano de sermoneadores. Se nos ha repetido ad náuseam que es pariente de Italo Svevo, como si el talento literario tuviera que heredarse. En España también tenemos sermoneadores, librescos, y venden mucho y aconsejan a nuestras almas con buenos consejos de paz, serenidad y amor, sobre todo de amor -pronunciado a ser posible con la erre desfalleciente y lánguida, casi agonizante-.
Pero sucede la literatura con mensaje -fórmula que se empleaba mucho en los años sesenta- está definitivamente condenadá... siempre que hablemos de literatura. No nos hacen falta (a algunos, por lo menos) sermoneadores, sino escritores que creen mundos y muestren los proteicos y equívocos latidos de la vida. O, hablando de periodismo, analistas que señalen los mecanismos de las operaciones y situaciones objeto de examen. Analistas, no discurseadores, que consideran que el periódico o la radio son el púlpito para adoctrinar a las masas.
La democracia es, o debiera ser, ámbito de defensa de lo privado, pero el hecho es que cada día te dicen más lo que tienes que hacer con tu vida. Estados Unidos vuelve a ser el gran ejemplo, ejemplo congruente con una democracia religiosa" como ha mostrado Vicente Verdú en su libro El planeta americano, que tan mal les ha sentado a los forofos del imperio.
Pero vengamos a lo presente, a lo inmediato, a lo de hoy. La literatura es la literatura, y la información, la información. Ninguna redundancia: la palabra bella o turbadora que pone en tela de juicio el mundo, y la emisión y recepción de noticias, que han de ser analizadas. Todo lo demás es charcutería verbal.
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