La confianza básica y el general al carnero
Hay personajes que, nada más irrumpir, reclaman con aspa vientos su mote y su metáfora. Un lugar en el canon de lo público. Aun a riesgo de que, como decía un genio de la do cencia, "le salga el tiro por la horma del zapato". Así nació, gracias a la generosa precisión de Javier Pradera, el soldado del presidente. López-Amor, el nuevo director general de RTVE, tiene ya el privilegio de una identidad en la que forjarse o contra la que luchar. Un cráneo a la medida para ser o no ser. Si el alias viene a huevo es porque las últimas ocurrencias gubernamentales, aquellas que llevan el sello de lo genuino, sin la especiería catalana, dibujan un escenario medievalizado de lo político. En estos empeños paleopolíticos, el Gobierno actúa con espíritu de facción. Desde el cuartel general, establecido un estado mayor, emprende operaciones para ocupar o descabezar objetivos en un campo civil definido como infiel. En tal frenesí, su estilo se torna fatalmente picudo.Miguel de Unamuno, en sus ensayos En torno al casticismo y La Ideocracia, presenta el contraste entre el nimbo y lo picudo. El nimbo, el mundo de la niebla y los matices, "la atmósfera de la idea", es el espacio de la creación. Y así habla de la fecundidad de los escritores y paisajistas neblinosos y de la esterilidad e intolerancia a la que conduce la estética tajante de lo picudo. La Ideocracia, algo así como los tertulianos de lo picudo, piensa con buril y se contúnta con unas pocas ideas esquinosas. "Aquí (en España) hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo... Aquí lo arreglamos todo con afirmar o negar redondamente, sin pudor alguno, fundando banderías".
La obra del buen político puede asemejarse a la del paisajista neblinoso. Se manifiesta mediante la sugestión y propicia la "suave transición", incluso entre contrarios. Así, la transición política española, en sus aspectos más decorosos, puede percibirse ahora"como una representación de la penumbra, un deslizamiento de sombra a un espacio más luminoso.
Las grandes reformas, como los acuerdos de paz, suelen estar precedidas de una atmósfera nebulosa que difumina los perfiles de quienes empuñan ideas como picas. Por el contrario, el protagonismo de las ideas esquinosas, y de los portavoces que las enarbolan, pone de relieve la propia impericia, el fracaso en la creación de un paisaje seductor. Las ideas esquinosas, como la técnica del grabado al agua fuerte, pueden ser útiles y hasta imprescindibles en el opositor. No así en el gobernante. Por mucha que sea su impaciencia, debe refrenar el buril ante un límite no siempre determinado por las leyes. El de la confianza básica. Por poner un ejemplo grosero pero adecuado a las preocupaciones de la política española del momento, recordemos a Getulio Vargas. A este populista mandatario brasileño le podía tanto la pasión futbolística que un día llamó al entrenador de la selección nacional y le dictó el equipo titular. Cuentan que fue el inicio de su declive. Había traspasado el límite de la confianza básica y del ridículo.
La confianza básica (basic trust) es un concepto que utiliza la psicología moderna para expresar el mínimo indispensable en una relación humana civilizada. También lo hace suyo la teología avanzada para nombrar el tipo de vínculo entre el mundo y Dios. "Hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos". Aunque en este caso más correcto sería hablar de confianza absoluta, pues como dice Mateo, "ni un pelo" de nuestras cabezas se escapa a su cuidado.
En los asuntos terrenales, la añoranza de una confianza absoluta dañaría seriamente el juicio de los gobernantes. Nunca se sentirían lo suficientemente queridos y acabarían utilizando el dedo índice como un sello de caucho para aplastar el desaire o la indiferencia. Más conveniente para todos es el vínculo de la confianza básica, esos mínimos que el gobernante democrático no puede ignorar en vano, ni siquiera por despecho personal. Es precisamente en el desacuerdo, en el pleito entre gobernante y ciudadano, cuando de verdad se pone a prueba la confianza básica. Quien no viva en el éxtasis de la confianza absoluta no espera el milagro gubernamental. El ciudadano laico, por decirlo así, se contentaría con un Gobierno cauto y neblinoso, parco en monumentos, respetuoso con los derechos como un jardinero de Hyde Park, y modestamente cumplidor, a la manera del anónimo técnico que cada mañana regula el cloro y garantiza la potabilidad del agua que bebemos del grifo. Es casi una utopía. El populismo es el beso del poder. Cuando sus medidas se presentan como afectos, pueden sobrellevarse como manchas del carmín de Evita. Pero el límite del gobernante es el desafecto manifiesto. La expresa animadversión en el uso del poder. La ruptura alevosa de la confianza básica.
No son los afectos los que invalidan al nuevo director general de RTVE. Ni siquiera un pasado que pudo ser redimido. Es algo más simple. El atajo de sus propias palabras, su hostilidad obscena contra una parte de la ciudadanía y de la opinión pública, obvian toda formalidad. Y la formalidad, quizá prescindible en otros ámbitos, es una regla de oro para aquellos que juran o prometen y se someten a la confianza básica, tengan alma de bombero o incendiario.
Pero todo es demasiado transparente como para reducir este caso al acertijo de si alguien ha perdido los estribos o el jinete. El "caiga quien caiga" del vicepresidente Alvarez Cascos nos sitúa de bruces en el puesto de mando. Le tomo pestadas las lentes de fantasía a Alvaro Cunqueiro, y allí, aleccionando a los soldados, veo a sir Thomas Percy en el Henrique V de Lawrence Olivier. Lucía como caballero, con su túnica verde y vieiras bordadas, recuerdo de un peregrinaje a Compostela. Pero era tan testarudo que pegaba con la cabeza en las murallas para abrir una brecha. Y vive Dios que la abría.
En la cabeza, claro. Dice Cunqueiro con amarga erudición, pues sabe de lo que habla: "Era uno de estos generales al camero, de estos generales que hacían que muriese gente en la batalla, no como los italianos del arte militar, no, no, no...".
Pero todo es una hipérbole televisiva. Como el caiga quien caiga, general.
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