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Reportaje:

Reforma en el monasterio

Las obras de restauración llegan a la clausura de las Descalzas Reales

La memoria, en Madrid, calza sandalias. Viste de marrón y de negro. Tiene nombre de mujer. Amanece a las seis de la mañana. Trabaja por la tarde con la azada en una huerta o con la aguja en una sala de costura. Y cuando llega el ocaso, reza. Es la comunidad de monjas franciscanas del monasterio-museo de Las Descalzas Reales: la más céntrica seña de identidad de Madrid desde hace 400 años. Hoy, el monasterio es noticia. Acomete obras de restauración en un ala de su recinto interior. La estancia permanece cerrada al público a canto y lodo. Es clausura.

Retiro religioso de las ex reinas y princesas de la Casa de Austria, las moradoras de Las Descalzas Reales son hoy 26 franciscanas clarisas entre las que figura alguna hermana nonagenaria y un par de veinteañeras recién enclaustradas tras los votos perpetuos. En su mayoría proceden de tierras frías como Ávila y Segovia, que. encuentran en este monasterio -museo una prolongación, a menudo gélida, de aquellos rigores.

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La emoción del silencio

El interior del convento atesora una de las mejores colecciones de arte de todo el país; la mejor del mundo referida al siglo XVI, al decir de alguno! expertos. Los monarcas de la Casa de Habsburgo dotaron a sus parientes allí ingresadas con espléndidos lienzos, tapices de Flandes, tallas de marfil, retablos, muebles, relicarios de coral y plata. Ello dotó al cenobio de la pincelada de una extraordinaria riqueza, cuya lujuria, las oraciones incesantes y las calladas tareas de las monjas parecen querer redimir.

Para proseguir sus trabajos, precisamente, las franciscanas clarisas mostraron su deseo de reformar algunas instalaciones del área de clausura, concretamente las de una zona situada en la planta baja del convento; desde tiempo atrás se almacenaban allí ornamentos y utensilios añejos, muchos de ellos del siglo XVI, a sólo un paso de la bulliciosa plaza de Callao.

Voces sin rostro

Sor Inés no tiene rostro. Bueno, lo ha de tener; pero no se le ve. Ella es la hermana tornera, el vínculo de la comunidad con el mundo exterior. Habla con voz dulce desde detrás de un torno de madera, una plataforma giratoria y ciega con bandejas que enlaza dos escenarios bien distintos.Afuera del monasterio aúlla una taladradora Bobcat que arranca con estruendo el pavimento del contiguo postigo-callejón de San Martín para tender una nueva línea de gas natural junto al muro del convento. Adentro, del lado de sor Inés, se escucha el despliegue de un silencio manso, que avanza desde el pasado; sólo se quiebra por el trino de un pájaro herido ya por la víspera de la primavera, que cuelga cantarín desde el tronco de seda gris de una higuera sin hojas en la cercana huerta.

La religiosa habla bajito detrás del torno. El frescor que sale del interior del convento traslada al exterior aroma s arcaicos, que hacen evocar olor a sarmiento, a pan ácimo y aceite. Son tan puros que parecen recién rescatados entre el humo adormecido de los siglos. La madera del torno reluce marrón oscura y comienza a filtrar las palabras juiciosamente enunciadas de sor María de la Luz Navarro, la madre abadesa, a quien sor Inés ha avisado. Su voz refleja serenidad y un punto de preocupación. Afuera interesa saber qué nuevas obras se realizan dentro del codiciado monasterio, propiedad de la orden y del Patrimonio Nacional; adentro, no les gusta saberse observadas. Prefieren el silencio y la oración.

Las cosas son así: Patrimonio Nacional, que tutela el monasterio, y la Fundación Caja de Madrid han firmado el 12 de febrero un convenio mediante el cual la entidad financiera madrileña aporta 22.000,000 pesetas para completar la restauración de la planta baja del monasterio, cuenta Gabriel Morate, de la fundación cultural.

En la primera planta conventual, junto a ese ala, se encontraba una estancia de una cuarentena de metros de longitud por unos 20 de anchura de suelo de tierra; albergaba una elevada nómina de puertas de, bisagras herrumbrosas, cierres, picaportes, ornamentos y azulejos toledanos del XIX, entre otros objetos procedentes del antiguo mobiliario del monasterio.

Desde marzo del pasado año, equipos de albañiles y técnicos, dirigidos por la arquitecta María Luisa Bujarrabal, de Patrimonio Nacional, restauran estas estancias para transformarlas en una nueva sala de labor. Un proyecto de la paisajista Margarita Mielgo será aplicado en la contigua huerta.Antes, las monjas contaban con una habitación de costura en la parte más alta del convento, pero sus dimensiones eran muy reducidas. Las religiosas, algunas de avanzada edad, tenían que subir cada día, fatigosamente, numerosos peldaños de empinadas escaleras; además, resultaba muy calurosa en verano.Ahora, en la futura sala de labor y plancha restaurada han sido abiertos grandes ventanales que dan a la huerta del convento. Por ellos se filtra mucha luz, que permitirá a partir de ahora a las monjas trabajar, coser, planchar, tratar textiles, en mucho mejores condiciones.

Pero el sentido último de estas reformas es el de permitir a sus dueñas disponer de un espacio monástico mejor comunicado, ya que, hasta ahora, la apertura al público del museo lo bloqueaba durante cuatro horas cada día. Así, al culminar las obras, la nueva sala de labor se convertirá en el centro vital del callado monasterio.

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