Desde mi sillón
En estos últimos días, en los que se han venido produciendo en abundancia opiniones a favor y en contra de la plataforma de Canal Satélite Digital y la plataforma -u opción- de Telefónica, me han venido a la mente viejos recuerdos de estudiante en la Facultad de Derecho. Debió de ser porque mi promoción fue la primera -ingresé en la facultad en el año 1978- en la que se estudiaron, durante los sucesivos cursos, la Constitución Española y, dentro de ella, los artículos que, por polémicos, tenían una mayor trascendencia.Conviene señalar que el artículo 20 de nuestra Constitución reconoce y protege, entre otros, el derecho "a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción", destacando que el entrecomillado supone una copia literal del texto constitucional. Al mismo tiempo se hace mención expresa a que el ejercicio de este derecho -y otros tantos que se contienen en el artículo 20- no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa. Sé que existe una pluralidad de prensa, emisoras de radio y cadenas de televisión sobre las cuales yo puedo optar en leer, oír o ver desde mi sillón la opción que más coincida con mi opinión o con mis gustos. Por lo que me he decidido a hacer un análisis desde mi sillón, es decir, desde el otro lado de la libertad de expresión, y que consiste en mi derecho a recibir información veraz y plural por cualquier medio de comunicación.Así es que, desde mi sillón, escucho y veo por televisión unas declaraciones del señor Álvarez Cascos, que, curiosamente, es el vicepresidente del Gobierno para "asuntos políticos", en las que viene a señalar algo así como que todo el que no diga que el Gobierno, en la regulación de la emisión digital, defiende el interés general, está manipulando a la opinión pública. Esto es, o se está con lo que el Gobierno hace o, simplemente, se engaña a la opinión pública.Lo que conviene recordarle al señor Álvarez Cascos es que él no es oposición y que el Gobierno lleva adelante una acción política indiscutible y, por tanto, la concepción de "interés general" que tiene la acción política no puede ser aceptada, por una razón muy sencilla: porque el Gobierno en tal caso se constituye en juez y parte y no goza de la independencia necesaria para determinar dicho "interés general": Muy posible mente, el profesor García de Enterría sostendría que en este caso -como en tantos otros- el Gobierno lo mejor que puede hacer es adoptar una posición de neutralidad.Pero queda una segunda lectura en la que ha de apelarse al sentido común del lector. A nadie se le escapa que, a finales de siglo, los medios de comunicación han de tener, necesariamente, una concepción y un desarrollo empresarial que es garantía de la libertad de expresión, y, de forma más concreta, dedefensa del "interés general", en tanto en cuanto que la libertad de expresión -y su pluralidad- es uno de los soportes básicos del sistema democrático.
Dejamos demasiado tarde el absolutismo, perdimos el tren de la revolución industrial y parece que ahora se pretende poner límites al desarrollo de las nuevas telecomunicaciones, ahora que estamos reduciendo distancias con los países que han llegado a tiempo a tales avances. El interés general pasa por el progreso de la sociedad y su homologación a los países más desarrollados, y lo demás son brindis al sol. Déjese que la competitividad puramente empresarial entre diferentes plataformas digitales compita libremente en el mercado, que ése es el verdadero interés general y no la vaguedad- que Álvarez Cascos invoca en sus intervenciones.
Que el "clan", por una vez en la historia, quede por detrás de los intereses generales y favorezca el desarrollo de la revolución de la telecomunicación, y que los medios de comunicación con concepción empresarial robustezcan y desarrollen todas las expectativas que este país tiene: ése es, desde mi punto de vista, el auténtico interés general.
No existe una televisión "de pago" y una "gratuita", sino la forma de pagarla. Hay dos formas: o bien mediante el abono de una cuota o bien mediante la publicidad antes, durante y en el intermedio del evento deportivo, recurriendo, incluso, a rifas con preguntas tan ridículas como ofensivas, como la de que diga cuál es el color de la camiseta de un equipo de fútbol, claro. está, llamando a un 906; que si cada uno que ve un partido de fútbol en abierto llamara a la rifa gastaría más que abonándose a un programa codificado, ganando a cambio en calidad; que cada uno escoja libremente lo que, prefiere.
Y, por cierto, conviene acabar con una demagogia más: la re, transmisión de fútbol "en abierto" -que no gratis :- no es incompatible con el codificado, simplemente abre el abanico de posibilidades para qué, desde mi sillón, yo sea más libre y tenga más pluralidad.-
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