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47º FESTIVAL DE BERLÍN

Montxo Armendáriz trae con 'Secretos del corazón' el mejor cine visto hasta ahora

Bacall, Delon y Paco Rabal no logran salvar el filme-engendro de Bernard-Henri Levy

La española Secretos del corazón es, por ahora (junto a El paciente inglés, del británico Anthony Minghella, pero un punto por encima), la mejor película que se ha visto en esta Berlinale, que está alcanzando una altura media mucho más que aceptable. La película, escrita y dirigida por Montxo Armendáriz, es un bellísimo relato intímista, de esos que (a media voz, fundiendo dolor con humor, alegría con congoja) llenan por dentro al espectador, que se ve obligado a aliviar por los lagrimales algo del agua que le inunda. Puro cine, una maravilla de sutileza, complejidad y elegancia, que aplastó a la vulgaridad que asola el engendro del intruso francés Bernard-Henri Levy, esa Le jour et le nuit que ni presencias como Lauren Bacall, Paco Rabal y Alain Delon salvan del agua exterior, la del naufragio.

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Un azar hizo que, hace cosa de seis años, este cronista fuese testigo del embrión de Secretos del corazón, una de las más emocionantes y refinadas obras del cine español actual. Viene aquí a cuento (se verá por qué) contarlo.El cronista formó parte de la primera comisión creada por el Ministerio de Cultura destinada a conceder, dada la escasez de relatos y proyectos originales que desertizan la raíz de nuestro cine, becas para profesionales y noveles de la escritura cinematográfica. Los siete miembros de aquella comisión nos repartirnos los casi 500 proyectos presentados para alcanzar una de las 20 o 30 ayudas públicas a esta indispensable tarea privada.

Uno de los proyectos de película que le tocó defender al cronista era el contenido en la veintena de folios que Armendáriz, en carrera profesional algo frenada por el resultado económico (menor del que presagiaba su Concha de Oro en San Sebastián) de Las cartas de Alou presentó en busca de beca. Recuerdo exactamente los lacónicos términos de mi defensa de aquel proyecto: "Leed esto, porque se defiende solo". Unos meses después la primera redacción del guión estaba hecha y en busca de producción y financiación.

El cronista no sabe por cuántas manos ha pasado Secretos del corazón a lo largo de seis años, pero tiene suficientes elementos de juicio para sospechar que por muchas, antes de que llegara a las de Imanol Uribe y Andrés Santana, que (estos sí) supieron leer el manuscrito de Armendáriz y llevaron a la pantalla las hermosas imágenes que presagiaba. Y el cronista vuelve por enésima vez a preguntarse: ¿Qué ocurre en nuestro cine? ¿Cómo es posible que copias y más copias de aquel primoroso embrión de película fueran a parar a más y más papeleras? ¿Cómo digerir que en España (y no nos consuela que también ocurra en Hollywood) hay quienes se llaman productores y cifran su tarea en el montaje del tinglado financiador, mientras ignoran que el verdadero acto de producción, su intransferible parcela creadora, consiste en saber deducir y en hacer crecer de unos papeles la película que esconden? ¿Qué tipo de ceguera de antiproducción o de intrusismo de antiprofesionalidad ha mantenido durante los últimos cinco años a esta maravillosa película en la inexistencia? Son preguntas que llevan en su simple formulación la respuesta.

Pero Secretos del corazón está ya aquí, en esta gran Berlinale, y en ella ocupa un lugar en la cumbre. Fue clamorosamente ovacionada, pero lo de menos es ya que la premien o la dejen de premiar, porque lo de más es que existe. Armendáriz nos hace volver en ella al mismo cálido rincón de los piconeros del bosque de Tasio, donde, surgió su cine, y de un salto nos ha encaramado a su (por ahora y con mucha diferencia sobre el resto) más bella, generosa y libre película, a la que hay por suerte que volver dentro de unas semanas ahí, en España; y ojalá que también (pero hay jurados tan obtusos como muchos productores y no hay que hacerse demasiadas ilusiones) dentro de unos días aquí, en Alemania.

A lo que, en cambio, no hay en modo alguno que volver es a la intrusa y vulgar mediocridad del -dicen que es filósofo, pero si lo es, ¿qué demonios pinta en una pelea de cineastas?- analfabeto profundo, que es aquél que ignora su ignorancia, Bernard-Henri Levy, y su literalmente espantosa Le jour et le nuit, de la que el cronista -ofendido por la pretenciosa inanidad de su anticine y humillado por el tedio que sudan los sobacos de este cadáver de película- huyó sin sentir el menor escrúpulo, pues para colmo el pensador vino a pensar, no a competir; vino a lucirse, no a arriesgarse; y encima con guardaespaldas de lujo, auténticos iconos vivientes del cine moderno: Rabal, Bacall, Delon, el eminente músico Maurice Jarre. Pregunta, que también lleva consigo la respuesta, de quien no puede como yo contar (pues no lo he visto) el final de la película: ¿de qué modo termina una película que nunca empieza?

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