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47º FESTIVAL DE BERLÍN

Miller recrea con vigor su 'Brujas de Salem'

La bonita 'Amor y guerra' reconstruye en rosa un pasaje de la vida de Hemingway

Ayer la Berlinale (tras la boba modernez Hong Kong Viva Erótica) retrocedió al pasado remoto y cercano de Estados Unidos y extrajo pura contemporaneidad. Sobre todo en el caso de El crisol, la gran tragedia histórica de Arthur Miller -Las brujas de Salem, que él mismo ha convertido en un vigoroso guión-. Por su parte, el británico Richard Attenborough busca en tiempos más cercanos y, con su habitual propensión a convertir el rojo en rosa, reconstruye el paso del joven reportero Hemingway por las trincheras de la I Guerra Mundial y le sale una bonita historia lírica, que no nos aclara las zonas confusas de este episodio de la vida del escritor.

, ENVIADO ESPECIAL

Las cuatro décadas de Las brujas de Salem confirman lo que estaba claro desde su estreno: no sólo es la mejor obra de Miller, sino una de las cimas del teatro de este siglo. Pero lo que no parecía tan claro y el propio Miller (escritor nada menos que de Vidas rebeldes) se ha encargado de poner de manifiesto es que este recio monolito escénico tuviese una tan fácil y rotunda traducción a la pantalla. El guión es perfecto, tan poderoso y exacto que provoca un repliegue del director Nicholas Hytner hacia la (muy rara hoy día en su oficio) humildad, de manera que sin rendirle vasallaje se funde en la avasalladora escritura y sin caer en el servilismo se esmera en servirle en bandeja el (no menos raro hoy día) don de la transparencia, depositando en el formidable reparto la autoría del espectáculo.

Vigencia

El crisol sigue plenamente vigente. Se sostiene intacta no sólo como construcción dramática, sino también como la metáfora política que buscó (y consiguió) en su nacimiento: una llamada a la izquierda estadounidense a resistir al fascismo americano en los años cincuenta, tiempo de crispación (y comienzo del declive) del salvaje inquisidor Joseph McCarthy y su siniestra Caza de Brujas, que en este drama es representada en su brutal surgimiento en las postrimerías del siglo XVII, en la localidad de Salem, junto a Boston, en la colonia británica de Nueva Inglaterra que daría lugar al Estado fundacional de Massachussetts.Durante unas terribles semanas, los guardianes de la ideología puritana -los camisas negras de aquella negrura que presagió los mecanismos del comportamiento fascista en el siglo XX-instrumentalizaron a una chiquilla llamada Abigail Williams (Winona Ryder no sucumbe bajo tal personalidad, lo que dice mucho de su futuro) que, perturbada por la insomne picazón que se apoderó de su entrepierna después de pasar una noche en el pajar de un granjero llamado John Proctor (¡formidable Daniel Day Lewis!) de carácter libre, independiente y ajeno a la represión que le rodeaba, desencadenó con sus acusaciones de satanismo una batida inquisitorial que llevó a la horca a docenas de personas, incluido Proctor, que se negó a claudicar ante el inquisidor Danforth (¡qué actor, Paul Scofield!) y prefirió morir colgado a sobrevivir traidor a su idea de la libertad.

Tres siglos después, en el mismísimo corazón de la democracia occidental, el Congreso de Washington, Abigail y Danforth resucitaron y se vistieron de McCarthy y, como los ideólogos puritanos abuelos de la Constitución americana, encontraron en el estiércol de. la guerra fría el abono que requería el crecimiento del totalitarismo fascista. En ese clima de acoso, Miller escribió esta obra y, circunstancia sorprendente, él, que como Proctor, no claudicó de sus ideas, llamó a un ex amigo claudicador, el hombre de escena Elia Kazan -tan insobornable en su oficio como sobornado en la vida, pues de la noche a la mañana pasó de cazado a cazador- para que asumiera el estreno en Broadway de esta obra. En su intervención en él, Kazan recuperó su identidad con tal nitidez que el reencuentro entre ambos ex compañeros es hoy una referencia indispensable para entender el itinerario de la supervivencia de la libertad en este siglo.

El crisol no desentona de sus legendarios precedentes y vuelve a echar luz sobre algo que se gesta día a día bajo nuestros zapatos: la inagotable resistencia de la gran América a la América rastrera, cosa que dejan ver sin proponérselo las ausencias de Winona Ryder, Daniel Day Lewis y Joan Allen (¡qué actriz!) y otras estrellas anunciadas. Si es cierto que su boicoteo se debe a su solidaridad con un colega en asuntos religiosos o creenciales, difícilmente podrán explicar que para rechazar decisiones tomadas por políticos alemanes castiguen a una pelea artística universal ajena a tales políticos, pero que se produce en Alemania. Si es así, y todo indica que lo es aunque el director Hytner lo niegue diplomáticamente, de campeones en la pantalla de la lucha contra una superchería han pasado a ser en la vida cómplices de otra superchería.

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