Risas en el mostrador
Miercoles de ceniza. Inauguran Arco, somos, en Madrid, capital del arte inmigrado: se dedica el año a América Latina. Paulatinamente, la xenofobia española se ha rendido a la evidencia: sudaca es, en realidad, arte, literatura, respeto, lucha por la libertad, experiencia de la generosidad. Recibieron a los españoles de la diáspora y los hicieron suyos siempre; nosotros, después, les dimos puntapiés, verbales, físicos, los hicimos extranjeros en su propio territorio, la patria de su lengua, y no nos devolvieron la misma moneda: siguen recibiéndonos igual, y nos siguen dando argumentos para pensar que la vida está en el sur.Paradójico país de xenófobos. Es verdad que por Europa han hecho el chiste de los cerdos del sur del continente, porque juntas las iniciales de Portugal, Italia, Grecia, España (dichas en inglés, por ejemplo) dan de sí la palabra pigs. Europa tiene el racismo en el alma; los que hemos sufrido la vejación de los poderosos -emigrando o en el propio pueblo- sabemos que lo que se esconde detrás de ese desprecio es desdén por la dignidad humana, y todos estamos expuestos no sólo a sufrirlo sino también a cometerlo: los blancos y los menos blancos, los que se consideran puros y los que somos mestizos. Está en la mente, figura en los genes: es una enfermedad que sólo puede ser desprendida con el agua caliente de la educación y de la cultura.
Miércoles de ceniza. Somos la capital de la cultura del arte, pero la vida sigue. Dos guardias escoltan en Barajas a un joven negro, altísimo. Van a deportar le. El muchacho viene detrás, la azafata que atiende el mostrador se dirige al guardia: "Está Madrid lleno". El guardia asiente. Cuando llega el negro sorprende la abundancia de su equipaje. La azafata lo hace notar. "Tendrás que pagar exceso". El muchacho no entiende, pero el guardia se lo hace saber gráficamente. Entonces el chico saca español de su flaqueza: "La policía me echa, la policía paga". "Y te da de comer, qué te parece", subraya el guardia irónico. A la azafata parece divertirle la gestión que lleva a Cabo. "¿Y cómo te has hecho con tanto equipaje? El expulsado sigue sin entender, pero esta vez le alivian la traducción, de modo que la azafata se siente libre para añadir, cuando el chico termina de depositar sus maletas: "¿Y no te quedan más?" El expulsado se siente perplejo, no entiende, Le explican: "Que si ya has terminado". Cuando acaba ese trámite llega el otro guardia, que completa la pareja. El que más manda le dice, como si cumpliera el rito de poner un sello: "Ponle las esposas". Cuando ocurre eso nos dirigimos al guardia de los grilletes: ¿Qué delito ha cometido este chico? ¿Me podría explicar?" "No tiene papeles". "¿Y por eso se le ponen las esposas?" "Es la ley". "¿La ley dice que a un ciudadano se le esposa aunque no sea obvio que vaya a escaparse o que sea peligroso?" En ese momento el negro volvió sacar su español de algún lado: "Señor, no me echen por drogas, sino por papeles". Esposado, tranquilo, el muchacho expresaba en sus ojos la perplejidad terrible de su raza en contacto con el desdén: como si ya nos hubiéramos acostumbrado todos al racismo, los que lo cometemos y los que lo sufren. El guardia que parecía mandar le dijo a su colega: "No digas nada. Que llame al Defensor del Pueblo". Observé luego, cuando le expresamos a la azafata nuestra propuesta por las risas que hubo en el mostrador mientras se verificaba la expulsión aérea del negro -en business, hacían la gestión, acaso para hacer más rápido el trámite: teníamos un problema y los hemos solucionado-, que el caso responde a una actitud y no a un incidente: "¿Pero qué dice usted? ¿De qué me está hablando? No se ha enterado de nada".
Ciudadanos de nada que son expulsados entre risas cómplices, esposados como si fueran un peligro nuclear. Y nosotros ciudadanos cuya indignación se despacha como la extemporánea ira de los locos. "Pero, ¿usted qué me está diciendo?" Ha entrado en nuestra conciencia la debilísima pero indeleble membrana del racismo, y sólo se puede eliminar, si se elimina, con educación y con cultura, para que llegue a ser automática y cívica la ira ante este desdén. País de emigrantes, ¿quién te crees que eres para que te rías de los que son como tú cuando se acercan, privados de la libertad de las manos, a la puerta de la salida, simplemente porque no tienen papeles?
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