Pozo negro de Europa
Este sencillo, magnífico y apasionado ejercicio de cine-verdad, de documento social canalizado cinematográficamente en forma de ficción, de emocionante y trepidante aventura, se llevó (venciendo y convenciendo) el triunfo absoluto en el último Festival de Valladolid.Los cineastas (hermanos) belgas Dardenne son expertos documentalistas, avalados por una larga serie de cortos y largometrajes de investigación social, comprometidos a fondo con lo que ocurre en su país (y en el nuestro) y no proclives al paño caliente. En La promesa son fieles a su itinerario profesional, aunque tejan hilos de un relato de acción en toda la regla, lleno de tensión e inventiva, construido con solvencia y (se percibe inmediatamente) con conocimiento de los individuos reales (y su subsuelo social) que inspiran a los personajes del relato.De ahí proviene que esta -durísima de fondo y transparente en la forma, que se ve como un enigma policiaco, sin respiro- ficción sólo lo sea a medias, y que el recorrido argumental de La promesa deje caer continuamente en la retina trozos de realidades verificables ahí fuera, en las calles y los vertederos humanos donde sobreviven incontables emigrantes africanos, que llegan a Europa a mendigar (y se dejan incluso matar por ellas) sórdidas migajas del trabajo con que no queremos ensuciarnos las manos los encumbrados e higiénicos europeos de ahora.
La promesa
Dirección y guión: Luc y Jean-Pierre Dardenne. Fotografia: Alain Marcoen. Bélgica, 1996. Intérpretes: Jérémie Renier, Olivier Gourmet, Assita Quedraogo, Rasmané Quedraogo, Hachemi Haddad. Estreno en Madrid: cines Renoir.
Llamada de alarma
Tales migajas son el cebo del anzuelo de banderín de un nuevo esclavismo en que se apoya buena parte de nuestra (es un decir) prosperidad. Pero una prosperidad así lograda corre el riesgo de ser no sólo falsa, sino falsaria: una miseria moral y una regresión social infame, cuya consecuencia suena -a poco olfato que nos quede del instinto para orientarnos en el futuro, en que los europeos fuimos pioneros a alarma, a pestilente alarma.
Películas como La promesa merecen proyectarse en escuelas y centros de formación de muchachos europeos: son un baño de autoconocimiento, un zarandeo de sinceridad, que necesitamos como quien necesita un nuevo bautismo o una nueva redención. Y nada hay en esto de bálsamo evangélico, pues enuncia la brutal evidencia de que, mientras dormimos, se nos agolpa bajo la cama un insomne alud humano. Y éste es el terreno abonado (la sangre no europea vertida a diario en las aceras europeas pringa y crece) del resurgir de los fascismos y del fantasma de un nuevo suicidio de Europa. Y lo dicho no es una especulación de espectador asustado, ajena al filme, sino el soporte viviente de éste, el golpe que recogen sus imágenes directas e indignadas, secuencialmente medidas con esmero, y tan creíbles que quien dude de su verdad se convierte en propagandista de las cegueras.
Insisto, La promesa es un gran (pobre en dinero, pero riquísimo en libertad y, por tanto, en talento) paso adelante en el recorrido de la nueva, imparable y apasionante corriente de realismo que en los últimos años están forjando las vanguardias del cine europeo y buena parte del off Hollywood norteamericano. Y, por la emoción y la pasión solidaria que esta contundente ficción documental alberga, contraemos con ella la impagable deuda que supone el hecho de que nos ponga en bandeja, ante los ojos, el perfil y las tripas de algo gravísimo que está carcomiendo nuestros sótanos sociales y morales, nuestra razón de ser lo que somos y, sobre todo, lo que fuimos.
Es, por ello, un filme necesario para quienes quieran contribuir a despejar nubarrones de algo innombrable que se nos echa encima a los europeos libres mientras sesteamos.
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