Carnaval
Jacques desapareció en pleno carnaval de Río. Un torbellino humano lo había arrastrado ha cia una bocacalle por donde bajaban otras comparsas bailando y allí se formó un remolino que se tragó a Jacques, un joven francés de poca salud. Su novia vio cómo se perdía en medio de un círculo de máscaras que primero lo rodeó bajo el estruendo de los tambores y a continuación se lo fue llevando hacia un callejón de forma inexorable. Por encima de las cabezas enmascaradas Jacques agitaba los brazos y gritaba. Su novia también gritaba agarrada a una verja sobre la tumultuosa corriente de los danzantes, hasta que ambos se perdieron de vista. La chica pensó que su novio acudiría al hotel cuando lograra deshacerse del fregado, pero esa noche Jacques no apareció. El carnaval de Río no había hecho más que empezar. Siguieron varios días confusos y carnales en creciente agitación y llegó el martes grande sin que el joven diera señales de vida. Todo el tiempo de carnaval la chica lo empleó en buscar a su novio por las comisarías, hospitales y depósitos de cadáveres. Cuando los barrenderos de Río ya se habían llevado con la escoba todos los disfraces y también los tambores habían callado, de pronto una mañana apareció Jacques en el hotel muy pálido arrastrando los pies hasta caer desvanecido en brazos de su novia. Ella descubrió enseguida una rudimentaria cicatriz que traía detrás bajo la camisa. A Jacques le habían extirpado un riñón. Se lo habían robado. En cuanto pudo hablar el joven explicó que aquel grupo de máscaras lo había arrastrado bailando hacia una furgoneta y poco después de camino lo habían anestesiado. Recordaba la nebulosa de un quirófano desde donde se oía música de samba mientras lo abría en canal un cirujano disfrazado de arlequín. Todos los días se roban riñones, es bien sabido, pero este caso es distinto. Jacques estaba en lista de espera para un trasplante de riñón en, París. Le habían prometido uno del mercado negro, de gran calidad, procedente de Río de Janeiro.
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