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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El miedo es el mensaje

EL DÍA 10 de diciembre de 1995, ETA asesinaba en Madrid a seis trabajadores que viajaban en una furgoneta de la Armada. Unas horas antes, 500 personas se habían manifestado en Ordizia, Guipúzcoa, en solidaridad con un joven de 23 años detenido tras asesinar a dos ertzainas. Ese joven, un "destacado miembro de la izquierda abertzale" como lo definió el consejero Atutxa, va a ser juzgado próximamente de dos presuntos delitos de homicidio por un jurado popular. Sin embargo, más de la mitad de las 36 personas -entre titulares y suplentes- designadas por sorteo para formar parte de ese jurado han intentado, con diversos pretextos, ser dispensadas de esa función. Ninguna de ellas ha alegado tener miedo. En el País Vasco hay tanto miedo que hasta para reconocer que se tiene hace falta valor.La producción de miedo ha acabado siendo la principal actividad de esa denominada izquierda abertzale; es decir, el frente político: los que ofrecen ruedas de prensa y amenazan, sector por sector, a profesores, periodistas, jueces, políticos. Las turbas juveniles acosan a los amenazados, hacen pintadas frente a sus casas o en sus aulas. Y de vez en cuando ETA asesina a alguien -un vendedor de bicicletas que se cruzó en el camino de un terrorista, un profesor, un político no nacionalista, un ertzaina nacionalista- para dejar claro que la amenaza puede cumplirse. El miedo tiene, por tanto, causas objetivas: hay motivos para tomar en serio sus amenazas. Pero el miedo turba el juicio; cuando alguien no es capaz de vencerlo, existen muchas probabilidades de que acabe sumándose a quienes le amenazan. Por eso hubo suficiente gente dispuesta a movilizarse en solidaridad con el asesino de los dos ertzainas; por eso no faltan manifestantes enfervorecidos que convierten en asesinato el presunto suicidio de José María Aranzamendi en la prisión de Alcalá Meco -sin ninguna evidencia y antes de que el juez concluya sus pesquisas-, y por eso no hay suficientes ciudadanos dispuestos a formar parte del jurado que ha de juzgar al presunto homicida de Ordizia. Esa evidencia justifica la existencia de la Audiencia Nacional, nacida precisamente para reducir los efectos de climas sociales de intimidación sobre los jueces encargados de juzgar delitos de terrorismo. Pero cuestiona también la distinción drástica entre asesinato terrorista y homicidio común en ciertos casos. El homicida tenía antecedentes como activo participante en disturbios callejeros y otros actos violentos en movilizaciones promovidas por las organizaciones satélites de ETA. Aunque él no sea miembro de ETA, es a ETA a la que temen los que tratan de escaquearse: el miedo será libre, como suele decirse, pero esclaviza a las personas.

El viernes, un periódico de San Sebastián publicaba la carta de una vecina de Ordizia -precisamente- en la que se rechazaba "el bulo" de que el marido de su hija fuera ertzaina. Alguien lo propaló, y pronto habían aparecido en su casa pintadas amenazadoras, por lo que la familia habló con "quien consideramos conveniente". Pese a ello, el pasado día 1, de madrugada, les colocaron una bomba. La señora acaba su carta preguntando: "¿A quién tengo que dirigirme para que esto termine? Estos críos tendrán algún responsable, ¿verdad?". Lo tienen, pero hay dudas sobre la oportunidad de aplicarles la ley como a cualquier otro ciudadano.

Voces autorizadas, sensatas, equidistantes, deducen de la invocación por los violentos de motivos o pretextos políticos que es un error pensar que hay que aplicar soluciones policiales o judiciales, que sólo sirven para "darles publicidad"; sin embargo, no ofrecer otra alternativa que la de hacerse los distraídos, que las autoridades hagan como que no se enteran de que HB difunde un vídeo de propaganda del terrorismo, concretamente un vídeo en el que se ofrece el mensaje que ETA hizo público en abril de 1995 con motivo del intento de asesinato de Aznar. Es posible que los de HB estén encantados con la perspectiva de salir durante 20 días en el telediario cuando los detienen, pero más lo estarían si la justicia hiciera como que no ve: darían por terreno conquistado la difusión de tales mensajes, y la próxima vez aumentarían la dosis. Y el miedo seguiría siendo la gasolina que alimenta el motor de nuestra derrota.

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