Regresó allí donde nunca estuvo
Bohumil Hrabal ha llegado al límite del vacío. Para él este concepto taoísta siempre había representado el ideal, el objetivo de cualquier vida. "Llegar al máximo vacío significa lograr la calma de la seguridad". Hrabal ha llegado a lo que Lao-Tsé le había enseñado. Cada mañana se despertaba en el quinto piso del rascacielos donde habitaba, un edificio construido de paneles prefabricados. Todas las mañanas le parecen iguales: tiene la impresión como si se despertara de un vértigo, siente que todo es opaco, oscuro, sucio. Está cansado, muy cansado. Desde su quinto piso mira hacia abajo y algo le atrae allí en el fondo. Recuerda a todos los que habían pensado en suicidarse -Kafka, Rilke y su Malte Laurids Brigge- y los que lo hicieron -Maiakovski, Essenin, el padre de Schopenhauer, Séneca y el amigo íntimo de Hrabal, el pintor Bouduík-.Pero siempre acaba diciéndose que aún debe seguir viviendo para llegar al fondo de sí mismo, descender hasta el fondo último de su conciencia. Se lo repetía una y otra vez y se convencía de ello, hasta este fatídico 3 de febrero, un día radiante de sol y de nieve que llenaba de luz los tejados de Praga... Este día, desde su balcón, sintió la atracción del abismo último.
Hace tres días estaba en el hospital. Le visité allí. Nunca había visto a un hombre tan abatido. En la oscuridad miraba el techo, con el televisor encendido, sin prestar ninguna atención a un partido de hockey sobre hielo. Le besé en la frente. Él cogió mi mano entre las suyas y dijo: "He hecho todo lo que tenía que hacer. Todo". "Aún no", repliqué, "aún le esperamos en mayo en el Mediterráneo donde recitará sus poemas". Y él dijo con una voz apenas perceptible: "Cada día me enfrento a la posibilidad de morir, me acerco al secreto tras el cual empieza el reino de la luz. Ese secreto había sido dulce hasta ahora y se ha convertido en amargo e insoportable. Tengo miedo, y a la vez he perdido el miedo. Lo he perdido porque deseo habitar en la no libertad de la luz. El cementerio es el triunfo de la luz. Para mí, el Mediterráneo, mis poemas, todo el presente está definitivamente perdido. Todo este mundo está perdido para mí y yo regreso allí donde nunca estuve".
Hrabal me despidió como hacía en su cervecería favorita, en Praga, con un gesto de la mano muy suyo y cuyo significado sabíamos bien los que le conocíamos. Quería estar solo. Hrabal amaba la soledad, esa soledad demasiado ruidosa de las cervecerías, o la soledad de su casa de campo donde desde la muerte de su esposa vivía solo con sus doce gatos. Y hoy, con su último gesto, el de salir al balcón a dar de comer a las palomas, Hrabal fue a buscar su última soledad.
Babelia
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