Claves sobre papel
Vicente Rojo ha decidido, con muy buen criterio, rematar la exposición con el espectacular montaje de la monumental obra titulada Gran escenario primitivo (1996), de 300 x 720 centímetros, un enorme muro de cartón formado por 60 unidades pintadas, con la que ya había concluido su retrospectiva en México el pasado año.El contacto de Rojo con España no se perdió, en realidad, nunca, pero hubo que esperar a la transición democrática para que su presencia entre nosotros tuviera el realce y la proyección debidos. En este sentido, desde su antológica en la Biblioteca Nacional el año 1985, el público español ha podido contemplar con regularidad su trabajo. La actual muestra nos presenta una nueva perspectiva para aproximarse y analizar su obra, la del papel, que posee una extraordinaria importancia en este artista, no sólo dotado de una mente analítica, sino además muy familiarizado con el diseño.
De hecho, cualquier conocedor de la personalidad y trayectoria de Rojo puede, de entrada, mediante la simple convocatoria, antes de ver la exposicion, comprender el interés de la misma; pero, aun así, ésta le reserva una sorpresa. Le sorprenderá, en primer lugar, la coherencia de la evolución de Rojo, que se enhebra poéticamente con recurrencias temáticas y formales, pero nunca de repeticiones. En este sentido, resulta emocionante comprobar cómo ciertas imágenes, las del Laberinto o México bajo la lluvia, intuidas y plasmadas en la década de los sesenta, se recrean 20 años después, logrando que la experiencia transfigure la identidad o, lo que es lo mismo, haciendo que se cumpla en su plenitud el destino artístico.
Por lo demás, aunque Rojo no suele usar el dibujo como plantilla para hacer cuadros, lo que confiere a esta obra ahora exhibida un carácter autónomo, no cabe duda de que, a través de ella, se comprende mejor su trayectoria y se adentra uno más en su rica sensibilidad. Desde esta perspectiva, y tomando como referencia los dos extremos cronológicos de la evolución artística de Rojo, se percibe la importancia del cambio de sonoridad, más que de registro, a lo largo de la misma. Así notamos la transición entre la maraña lineal de la primera etapa, plena de notas de afilada agudeza, hacia la espesa sensualidad de la gravedad matérica final, de una acre belleza turbadora.
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