La tierra de Clinton
PROBABLEMENTE NINGÚN dirigente europeo habría osado inaugurar su mandato prometiendo conducir a sus conciudadanos hacia la "tierra de la nueva promisión". Clinton lo ha hecho al iniciar este segundo y último mandato, fin de término del siglo y del milenio. No obstante, ni esas promesas grandilocuentes ni el hecho de haber sido reelegido con más votos han evitado que esta toma de posesión haya despertado menos ilusiones que las que generó en 1993 el joven presidente entre sus conciudadanos. Y es que los americanos, pese a la buena marcha de la economía, están tan preocupados como otros mortales por su futuro en un mundo que parece escapar al control político de la mano de la globalización.Para este presidente -en general más inclinado al detalle que a los grandes conceptos-, en la tierra de la nueva promisión habrá trabajo para todos, buena medicina, aire limpio y seguridad en las calles. Estos logros se alcanzarán desde el tríptico clintoniano de un Estado (que los americanos llaman Gobierno) de nuevo cuño, una responsabilidad compartida por todos los ciudadanos y un espíritu de comunidad. Y una política prioritaria: la educativa.
En su lenguaje, este Clinton optimista ha recuperado algunas expresiones de los sesenta para llegar a la era de Internet. Esta doble referencia temporal permite al presidente presentarse como puente: hacia el siglo XXI, y entre un Ejecutivo demócrata y un Congreso republicano. El segundo Clinton intentará convertirse en el hombre del consenso, posición que tantos frutos le ha reportado y que se ve facilitada por un Newt Gingrich políticamente desinflado a la cabeza de los legisladores del Capitolio.
Los segundos mandatos de presidentes americanos a menudo se vacían y pierden fuste. Desde luego, y a pesar de los casos que penden sobre él, no es ésta la intención de Clinton, ni del que se sitúa a su sombra como posible sucesor, el hoy vicepresidente, Albert Gore. Tampoco convendría a los europeos cuando, desde la ONU hasta la OTAN, hay reformas internacionales en curso que interesan a ambas partes del Atlántico. Clinton, el primer demócrata reelegido presidente en cinco décadas, ha afirmado, no sin razón, que el que acaba ha sido el siglo americano. Pretende que el XXI lo sea incluso más. Estados Unidos quiere ser el más fuerte en todo: en economía y en poderío militar, de modo que "la mayor democracia del mundo tome la cabeza de todo un mundo de democracias". Clinton ha mandado un mensaje claro: América quiere seguir mandando.
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