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Reportaje:

El divino Borsellino

Un estafador se hace pasar por obispo, vive en residencias clericales, dice misa y despluma a los bancos

Jan Martínez Ahrens

Luis Alberto Borsellino, nacido el día de san Urbano de 1969 en Argentina, sabe cerrar un trato en el nombre de Dios. Quienes le han estrechado la mano recuerdan su tacto suave, propio de un hombre acostumbrado a consagrar hostias y repartir bendiciones. Tampoco olvidan su rostro orondo, surcado de entradas, ni esa voz serena de obispo con la que en los bancos solicitaba tarjetas de crédito que luego, con fervor mariano, guardaba en la cartera junto a sus vírgenes más queridas. "Cuidadla para que no se pierda", rezaba entonces con devoción. Después, levantaba la vista y se despedía de la sucursal con el demonio entre las piernas.Borsellino se ha convertido en uno de los timadores más buscados por la policía. En Madrid ha estafado al menos tres entidades bancarias -entre ellas, el Banco Central Hispano y el Popular- y ha engañado a incontables monjas y sacerdotes e incluso al Arzobispado. Su método constituye una joya de la artesanía canalla que Borsellino engasta con una impecable transformación en obispo.

En la residencia sacerdotal San Pedro, en la calle de San Bernardino, 1, guardan memoria de su paso. Fue una mañana de principios de noviembre pasado. Borsellino entró por la puerta principal y solicitó alojamiento. Vestido con clergyman -alzacuello, chaqueta gris y camisa negra-, hizo uso de sus maneras delicadas y sacó a relucir un documento que le acreditaba como obispo. Puertas abiertas. Borsellino se alojó en una habitación de una sola cama y emprendió sus andanzas.

La sucursal del Banco Central Hispano de la glorieta de Ruiz Giménez fue la primera en recibir su visita. Entró con el atuendo sacerdotal y abrió una cuenta, en la que ingresó en metálico unas 200.000 pesetas. A los empleados les explicó que era un obispo argentino a la espera de destino como coadjutor en una parroquia madrileña. Antes de irse dejó la residencia religiosa como dirección. No volvió hasta pasados unos días y entonces anunció que pronto iba a recibir su nómina en la cuenta. Pidió una tarjeta Visa y una 4B. En el banco nadie pensó que aquel sacerdote tan educado pudiese fallar.

"Cuando le entregamos las tarjetas, las metió en una cartera llena de estampas y nos dijo que la guardaba con su virgen preferida para que la custodiase", recuerda el interventor de la oficina. Borsellino se despidió luego educadamente. Como siempre.

En la residencia sacerdotal, Borsellino también se ganó la confianza de curas y monjas. Desayunaba, almorzaba y cenaba puntualmente. Rezaba antes de cada comida y su comportamiento jamás dejó entrever la menor tacha. Sólo un detalle llamó la atención de las monjas: el grueso anillo de oro que lucía en el anular. Pero la duda pronto se disipó con el fiel del dinero. El primer mes de residencia lo pagó con un talón por valor de 100.000 pesetas que fue cobrado religiosamente de los fondos de su cuenta.

Entre tanto, los gastos cargados a la Visa confirmaban esta aureola de rectitud. "Durante los 25 primeros días no descubrimos nada sospechoso. Los principales gastos procedían de librerías religiosas", explica el interventor del BCH.

Libre de sospecha, Borsellino acrecentaba día a día su popularidad. "Charlaba con todo el mundo, sobre todo con los sacerdotes", cuenta la encargada de la residencia. Hasta tal punto llegó a ser querido que un día incluso celebró misa para las monjas. "Y tuvo mucho éxito, las monjas nos contaron que lo hizo con mucha soltura", añade el interventor.

La recta vida de Borsellino empezó a torcerse a finales de noviembre. En la cuenta de la Visa comenzaron a figurar gastos extraños, casi todos procedentes de El Corte Inglés. Lento pero seguro, el obispo se acercaba al tope de su crédito. Y en su cuenta no había dinero para enjugar el dispendio. La situación se agravó cuando en una oficina del Banco Popular, donde sus gastos también superaban los límites de la paciencia bancaria, le denegaron la Visa Oro que había solicitado candorosamente. Se acercaba la hora de emprender el vuelo.

En la residencia, tras 40 días de estancia, Borsellino reunió a sus sacerdotes amigos y les contó que se iba a marchar a Barcelona, donde el Arzobispado le iba a procurar su anhelado puesto de coadjutor.

Tras esta despedida, desapareció. Desde entonces, muy pocos le han visto la cara. Los últimos cargos de su tarjeta 4B -incluidos un ordenador personal comprado en El Corte Inglés- proceden de Barcelona.

Atrás ha dejado cerca de un millón y medio de pesetas en deudas. "Es una cantidad que no le va a permitir retirarse, por lo que suponemos que debe seguir haciendo de las suyas", comenta una fuente del caso.

En la residencia no quieren ya hablar de Borsellino: "Dijo que era sacerdote, le descubrieron y se marchó; no hay más". En el arzobispado tampoco facilitan más datos. Se limitan a decir que "algo" han oído.

Pero donde aún perdura la tibia presencia de Borsellino es en la oficina de la glorieta de Ruiz Giménez. Allí indican que cuando quisieron investigar el caso y dar aviso a los arzobispados, sólo obtuvieron un "silencio clerical". Ante este fracaso, el banco se ha limitado a alertar a sus oficinas para que nadie más vuelva a estrechar la mano al falso obispo Borsellino. Esa mano blanda, en la que reluce un grueso anillo de oro.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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