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25 días de resignado secuestro en Lima

Los rehenes de la Embajada japonesa penan como pueden su largo cautiverio

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALEl arrojo demostrado por el embajador uruguayo durante el asalto del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) a la residencia del embajador japonés en Lima, fue asombroso y atribuible a su propia audacia y a los enajenadores caldos ingeridos el anochecer de autos. Viéndose rodeado por gentes embozadas y con armas, Tabaré Bocalandro avanzó, rebelde, entre los fusiles del MRTA e instó a la resistencia e los 400 hombres rendidos: "¿Pero somos boludos o qué?". Nadie secundó su arenga, y una voz amiga le aconsejó tino, pues peligraba la vida del artista: "Calmate Tabaré, que esto va en serio". Tabaré no cejó, y acabó mal. Un jefe militar, cuesta decirlo, también lo pasó mal: temiendo morir, y muy a su pesar, evacué el bolo digestivo.

Cuando se cumplen 25 días de secuestro, los 74 rehenes del comandante Evaristo, penan con entereza, y resignados la mayoría a su suerte aunque con los inevitables altibajos emocionales de un encierro tan incierto, que combaten con lecturas, ajedrez, juegos de cartas, reflexión o con el guitarreo de un ex ministro cantante.

Poco a poco, trascienden los apuros de los rehenes. Una minuciosa investigación de este diario permitió reconstruir el temerario alzamiento del diplomático Bocalandro y algunos de los sucesos acontecidos en la mansión diplomática de San Isidro. Un hecho merece respeto y debe ser reseñado, aunque de pasada, porque certifica la magnitud del trance: cuando el MRTA había sometido por las armas a los invitados, e investigaba la identidad de los cautivos, el blanco uniforme de un oficial de la Marina se tornó marrón y hedía por la retaguardia. "Fue tremendo", recuerda quien observó la transformación causada por el miedo.

No fue el mejor día de la Armada, pues un edecán del presidente Alberto Fujimori había dado la nota al huir disfrazado. Las fuentes consultadas difieren sobre las características de los ropajes empleados por el marino, pues corría con faldas y a lo loco: "Vestía de mujer", denostó un profesor universitario, contra la impresión de un empresario: "Parecía un samurai".

Tabaré Bocalandró, al comprobar la futilidad de los apremios, animó a acudir a la habitación de los generales apresados, pues ellos sí habrían de entender la necesidad de luchar a brazo partido por la libertad. Perplejo quedó el terrorista Dante cuando fue increpado por Bocalandro en estos términos: "Dante, dejate de joder que me enojás". La insurrección del embajador terminó cuando trató de ejecutarla en solitario. "Yo me voy", comunicó segundos antes de caer desplomado de un culatazo.

A la mañana siguiente, Cerpa preguntó por él: "¿Dónde está ese embajador gallito que se creía en el estadio Centenario?". Sereno después del reparador sueño, Tabaré Bocalandro se encogió de hombros: "¿Y ... ?", respondió como diciendo ¿qué quiere que le diga señor Cerpa? Algunos equívocos fueron veniales. Es el caso del embajador griego, cuyo menesteroso castellano y los nervios del momento, condujeron a un diálogo de besugos: Comandante Evaristo: "Embajador, ¿ha hablado ya con su Gobierno?". Embajador: "Sí, he hablado con mi mujer". Risas del primero.

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Néstor Cerpa Cartolini siguió la ronda. Recostado en la puerta de uno de los servicios de la residencia, metralleta en bandolera, identificó en la cola de los que esperaban turno al diputado gubernamental Gilberto Siura, promotor de la ley que perdonó a los militares sentenciados por la muerte de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad de la Cantuta, en 1992. "Aquí está el de las leyes Cantuta. ¿Qué? A ver si ahora eres tan valiente. Si pasa algo serás el primero". Siura, que lo está pasando mal, no articuló palabra. En otro momento, increpó al ministro de Exteriores, Francisco Tudela: "¿No le da vergüenza pertenecer a un Gobierno hambreador como el de Fujimori?". "Yo no soy un político al uso, sino un peruano que quiere ayudar a su país", replicó el canciller.

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