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Política virtual

Daniel Innerarity

Se rumorea que en los archivos secretos del Kremlin han encontrado una sorprendente carta de despedida de lósif Stalin. Parece que en ella ofrece una serie de consejos a sus camaradas para el caso -altamente improbable, por supuesto- de que no fuera el capitalismo, sino el socialismo, el que se rompiera víctima de sus propias contradicciones: disolver entonces la Unión Soviética, unificar Alemania y solicitar la entrada de Moscú en la OTAN. "Occidente nunca se recuperará de ese golpe", concluía seguro el moribundo hombre de Estado.Algunas de las sorpresas que nos ha deparado la historia reciente se deben a que cosas insólitas de este estilo se han convertido en realidad y realidades tenidas por sólidas se han desvanecido de manera misteriosa. Por eso se impone la necesidad de tratar con más respeto las fronteras de lo posible, con ironía todo lo que se presenta como algo estable y con menos incredulidad cuanto nos parece, por ahora, un sueño irrealizable. La política-ficción puede ser una anticipación imaginaria de la realidad, mientras que la seriedad de quien únicamente constata hechos y mide magnitudes se puede revelar pronto como un desvarío ridículo.

Muchos de los conceptos que todavía manejamos tienen un aspecto cansado y resulta difícil inventar otras categorías desde las que comprender algo mejor la realidad social. Esta precariedad hace que tengamos la sensación de vivir en una sociedad desconocida, cuya realidad se mueve más rápidamente que nuestro vocabulario, siempre tan lento e impuntual. Casi todos los diccionarios políticos y sociales han envejecido aunque sus conceptos sigan utilizándose. Buena parte de nuestros discursos la conforma un lenguaje ruinoso, inapropiado, inercial. Cubrimos con las mismas fachadas verbales realidades que han cambiado radicalmente. Nos parecemos a alguien que sigue tratando de atrapar algo con un brazo que ha perdido o a quien vive de una renta hace tiempo agotada. La política virtual consiste en la ficción de aplicar el mismo nombre a realidades dispares, en querer vivir en la inocencia de las denominaciones.

Las identidades sociales, por ejemplo, presentan un aspecto que ya no puede determinarse con el vocabulario tradicional en el que se condensaba la idea moderna de soberanía. Todavía se piensa que lo propio debe ser defendido contra lo ajeno, delimitado y separado, si es que quiere conservarse la identidad, pero hace tiempo que las cosas funcionan de otra manera y la identidad se construye de manera bien distinta, mediante la cooperación y el, acuerdo, explorando posibilidades no disyuntivas. La construcción europea o la idea de una intervención humanitaria son un ejemplo de estas nuevas realidades que han puesto en una difícil situación a muchos conceptos que manejábamos para definir la soberanía de los países y condenar su avasallamiento. Mucha retórica soberana y la vieja letanía antimilitarista se parecen, en este contexto cambiante, a aquella piadosa anciana que seguía dando limosnas para redimir a los cautivos por los turcos en tierra santa. No se trata de estar haciendo algo bueno o malo, sino algo que no tiene sentido. Imaginemos un astronauta ruso que fue lanzado al espacio hace unos anos y al regresar ahora se declara ciudadano de la Unión Soviética. La cuestión es nuevamente una actitud cuyo referente en la realidad es un destinatario inexistente.

A muchas de las cosas que nombramos les pasa algo parecido y sufren esa enfermedad que procede del envejecimiento de las denominaciones. También el lenguaje se cansa y desgasta, aunque se resiste a morir mientras encuentre un discurso inercial que le ofrezca cobijo. ¿Qué significado puede tener la designación de algo que todo el mundo sabe como secreto de Estado? ¿Por qué confían tanto en la justicia quienes más han de temer de' ella? ¿Qué quiere decir exactamente dejar trabajar a los tribunales? ¿Cuál es el sentido de objetivos políticos como moderación o estabilidad, tan queridos por el centrismo difuso? ¿Qué significa cumplir la Constitución? Las palabras nos sirven para saber de qué hablamos, para identificar las realidades denominadas, y eso es precisamente lo que empieza a dejar de percibirse en tantos casos. La habilidad política consiste entonces en suplir mediante la insistencia a una realidad fantasmagórica. Dígalo usted muchas veces y parecerá que se está refiriendo a algo realmente existente. Y aumente la frecuencia de repetición cuando la ausencia de lo nombrado empiece a mostrarse. Éste podía ser, más o menos, el consejo para una estrategia de gestión de la política virtual.

El lenguaje es, en principio, un poder para nombrar las cosas y hacerse con ellas, pero Nietzsche sabía muy bien que es él quien nos posee y por eso lo comparaba con un poder que tiene brazos de fantasma y nos lleva a donde no queremos ir. ¿A qué lugar conduce esa pobreza que pone de manifiesto el lenguaje de la política virtual? Pues a unos lugares, en los que se ve muy poco, no se comprende casi nada y en los que apenas se puede actuar políticamente. Son los márgenes de la queja o la repetición, los lugares poblados por el lugar común, la complacencia que no se deja sorprender por algún descubrimiento y a la que no perturba la movilidad de las cosas. Es una zona en la que se observa la paradoja de que seres que se mueven sin cesar están literalmente aparcados, en donde el movimiento no equivale a progresión, sino que puede ser un indicativo de que no se sabe bien adónde ir.

La política es un ámbito de innovación y no sólo de gestión. Y la creatividad tiene mucho que ver con el hallazgo de un lenguaje apropiado para detener esos procesos de desrealización que son la deriva inercial de los ahuyentadores de todo lo nuevo. Aquí podríamos encontrar un nuevo eje para delimitar la izquierda- de la derecha, un indicativo para reconocer el progreso frente a la conservación. Lo innovador es la capacidad de descubrir problemas, nombrarlos y hacerles frente; lo conservador sería la seguridad indiscutible que oculta la dificultad y disimula las propias perplejidades. Es avanzada aquella política que recoge las preguntas incómodas que la pereza mental no quiere hacerse por miedo a tener que cuestionar sus cómodos escenarios, sus prácticas habituales y su falta de atención hacia las cosas que se mueven. La verdadera demarcación política es la que distingue a los que no encuentran más que motivos para confirmar cuanto sabían frente a los que son capaces de incertidumbre. La innovación procede siempre de que alguien se preguntó si lo hasta entonces dado por válido se ajustaba a las nuevas realidades.

Daniel Innerarity es profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.

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